Tú has oído hablar de la oración de fe, pero creo que hay una imagen reflejo de esta oración que se basa en la carne: la oración de incredulidad. Dicha oración es totalmente inaceptable para Dios; de hecho, las Escrituras dicen que es pecaminoso a sus ojos.
Moisés, un piadoso hombre de oración, que había seguido el llamado de Dios a cada paso, llegó a una crisis en su vida. Los israelitas estaban siendo perseguidos por el rey Faraón y no había esperanza alguna de escapar, excepto atravesar el Mar Rojo. Moisés sabía en su corazón que esta crisis fue ordenada por Dios y, sin embargo, los gritos de pánico de cientos de miles de personas resonaban en sus oídos, así que se dirigió a una ladera aislada y derramó su corazón en voz alta en oración. Dios no tomó con amabilidad su llanto de toda la noche, porque era evidencia de una raíz de incredulidad en su corazón.
Dudo que alguna vez hayas oído al Señor decirte: “Deja de llorar y levántate de tus rodillas”. Pero el Señor reprendió a Moisés: “¿Por qué clamas a mí?” (Éxodo 14:15). El significado literal en hebreo de este versículo es: “¿Por qué me estás gritando?”
¿Por qué Dios le diría esto a Moisés? Porque cuando Dios llamó a Moisés para liberar a Israel, prometió darle una voz que la gente escucharía (ver Éxodo 3:18). Sin embargo, Moisés respondió con incredulidad: “Pero supongamos que no me creen ni escuchan mi voz; supongamos que dicen: El Señor no se te ha aparecido” (4:1).
Piensa cuán absurda fue la incredulidad de Moisés. Por el poder de Dios, él ya había realizado prodigios increíbles y más adelante experimentó una intimidad cara a cara con Dios. Pero aquí, en el Mar Rojo, él dudaba en incredulidad y Dios le ordenó: “Toma autoridad espiritual sobre esta crisis y avanza en fe. Dentro de unas horas, estarás danzando de gozo”.
Al enfrentar nuestras propias crisis, podemos convencernos de que la oración es lo más importante que podemos hacer. Pero llega un momento en que Dios nos llama a actuar, a obedecer su Palabra con fe, para que nuestras oraciones no sean ofrecidas en incredulidad.
David Wilkerson