Nunca ha existido un momento más peligroso para la Iglesia. Ella nada contra la corriente moral de la cultura y, a decir verdad, lucha por mantenerse a flote.
Desde afuera, la Iglesia enfrenta la creciente opresión de los gobernantes tiránicos y la realidad de la creciente persecución a manos de una mayoría anticristiana. Desde adentro, algunos líderes de la Iglesia desvían a los cristianos con interpretaciones nuevas y al parecer más atractivas de la Escritura. Y aquellos que intentan permanecer fieles se quedan rascándose la cabeza con perplejidad, sin saber cómo responder. La situación se ve increíblemente sombría.
Pero el asunto es este: la Iglesia que describí en los párrafos anteriores no es, como de seguro pensaste, la Iglesia occidental de la actualidad. Es una Iglesia en un tiempo y lugar completamente diferentes: Asia Menor en el siglo I y los destinatarios originales del libro de Apocalipsis.
Y esta era una Iglesia en peligro, pues enfrentaba las presiones de vivir en una cultura de inmoralidad e idolatría incontroladas (en Apocalipsis es denominada “la gran prostituta”), la tiranía de un régimen romano opresivo (“la bestia”) y la discriminación tanto por parte de líderes religiosos romanos y paganos como de las sinagogas judías (“el falso profeta”), así como de la población en general (“los habitantes de la tierra”).
Pero detrás del telón, todas estas presiones no eran más que herramientas que Satanás (“el gran dragón”) utilizó en su intento de destruir la Iglesia (“la esposa del Cordero”).
Jesús ha hecho algo en cuanto a las amenazas que tu iglesia enfrenta; Él nos escribió una carta.
Es otra Iglesia, que existió hace dos mil años y a varios miles de kilómetros de distancia; no obstante, algo en su experiencia nos recuerda bastante a la nuestra en la actualidad. Y no es de sorprenderse, porque tu iglesia enfrenta las mismas amenazas, a manos del mismo enemigo que emplea los mismos métodos y utiliza las mismas herramientas. Excepto que en la actualidad esto tiene una apariencia algo diferente.
En la escena actual, los cristianos son el blanco de burlas en los programas de entrevistas o en las redes sociales. Los cristianos permanecen en temeroso silencio en su lugar de trabajo por miedo a perder sus empleos. Los equipos de liderazgo de las iglesias riñen debido a las diferencias teológicas. Las denominaciones adoptan una nueva definición del matrimonio. Las iglesias cierran y los promotores inmobiliarios les echan mano rápidamente para convertirlas en algo más “relevante”. Las congregaciones se desaniman porque la asistencia mengua y porque el alma de su nación parece irreversiblemente perdida.
No se puede negar. No tiene sentido enterrar la cabeza en la arena. Todas las iglesias están en peligro, y eso incluye la tuya. De hecho, en realidad solo existen dos tipos de iglesias: aquellas que están sobriamente conscientes de los riesgos y se preparan para enfrentarlos, y aquellas que no se dan cuenta en absoluto. El diablo está al acecho de ambas. La pregunta es: ¿qué vas a hacer al respecto?
La buena noticia es que Jesús ha hecho algo en cuanto a las amenazas que tu iglesia enfrenta; Él nos escribió una carta.
Por lo general, la mayoría de nosotros no considera que el libro de Apocalipsis sea una carta, pero lo es. Tiene el saludo característico de bienvenida y una bendición final, y fue escrita para que circulara entre siete iglesias en Asia Menor, lo que ahora constituye la mayor parte de la Turquía actual. Jesús la escribió para “… mostrar a sus siervos lo que sin demora tiene que suceder…” (Ap. 1:1 NVI). Él quería equiparlos para que derrotaran estas amenazas satánicas que ponían en peligro su testimonio fiel de Cristo y de su evangelio.
Para dar a conocer este mensaje, Jesús escogió al apóstol Juan, “hermano de ustedes y compañero en el sufrimiento, en el reino y en la perseverancia que tenemos en unión con Jesús” (1:9 NVI). Pero esta carta es inusual en el sentido de que está escrita en el género de la literatura apocalíptica, que revela acontecimientos de juicio y salvación presentes y futuros a través de visiones, imágenes, sueños, y símbolos vívidos y memorables.
Apocalipsis nos invita a ver este mundo, nuestra iglesia, y nuestra vida desde la perspectiva del trono de Dios.
Juan comienza su mensaje con una clara promesa: “Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan las palabras de este mensaje profético y hacen caso de lo que aquí está escrito, porque el tiempo de su cumplimiento está cerca” (Ap. 1:3 NVI). En otras palabras, Juan cumple la labor de profeta, y todos los que leen, escuchan, y obedecen las palabras de esta profecía serán bendecidos; no serán vencidos por los peligros que enfrentan. Ellos conquistarán; ellos recibirán lo que Dios prometió; ellos serán bendecidos. Y esta promesa es para ti también y para tu iglesia.
Entonces, ¿qué es exactamente lo que tanto necesitamos escuchar? ¿Qué es lo que necesita la Iglesia cuando está angustiada, debilitada, amenazada y llega a preguntarse si Dios tiene el control? Necesitamos una visión. Cuando hay muchos en contra nuestra, necesitamos una visión de Aquel que está de nuestra parte: Jesucristo. Él es Aquel “… que nos ama y que por su sangre nos ha librado de nuestros pecados” (v. 5 NVI). Pero Él ya no cuelga de la cruz.
Apocalipsis nos invita a ver este mundo, nuestra iglesia, y nuestra vida desde la perspectiva del trono de Dios. A pesar de lo mal que se vean las cosas en este mundo, nuestro Dios soberano está en su trono (Ap. 4). Y a pesar de cuán fuera de control se vean las cosas en nuestra vida, Jesús ha recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra y está ejecutando el plan eterno de Dios (Ap. 5). Jesús vindicará a su novia (Ap. 19); Él aplastará a todo enemigo bajo sus pies (Ap. 20); y nos guiará a nuestra herencia eterna (Ap. 21-22).
Alertados y preparados con esta profecía, seremos capaces de resistir pacientemente en este mundo mediante la fe en Cristo. No te hagas ilusiones: tu iglesia está en peligro. Pero no lo dudes: tú puedes vencer.
Juan Sánchez