Cuando escuchamos la palabra “discipulado”, normalmente pensamos en un creyente que comparte las enseñanzas básicas del evangelio con un recién convertido o bien, con un “simpatizante” de la Palabra para que decida seguir a Jesús.
El costo del discipulado de Dietrich Bonhoeffer no se trata de eso. Más bien, Bonhoeffer nos habla del llamado del mismo Dios a sus discípulos a través de Jesús.
En este recurso vemos las letras y el espíritu de un hombre que realmente entendía el precio de tomar su cruz todos los días, al punto de aceptar su propia muerte antes de cumplir siquiera 40 años. Bonhoeffer fue capturado por los nazis unos días antes de casarse, y perdió no solo su libertad, sino su vida. Cada página de este libro está impregnada de un compromiso genuino con el alto costo de la gracia.
Estas son cinco cosas que aprendí leyendo El costo del discipulado:
1. La evidencia de la conversión es que cuando Cristo llama, el discípulo sigue.
“La causa detrás de seguir a Jesús de forma inmediata en respuesta al llamado es Jesucristo mismo. No hay necesidad de alguna preliminar y no hay ninguna otra consecuencia, sino obediencia al llamado. Jesús convoca hombres para seguirlo, no como un maestro o como un modelo de buena vida, sino como el Cristo, el Hijo de Dios” (p. 62).
Es cierto que todos tenemos una historia previa al llamado de Dios, y seguramente eso incluye malos hábitos y pecados profundos. Sin embargo, Jesús es tan glorioso que, cuando le escuchamos decir “sígueme”, nada nos detiene.
2. La gracia no es un pase libre para pecar… a menos que sea gracia barata.
“Si la gracia es la respuesta de Dios, el don de la vida cristiana, entonces, no podemos ni por un momento, quedar eximidos de seguir a Cristo. Pero si la gracia es solo un dato en mi vida cristiana, significa que me dispongo a vivir en el mundo con todos mis pecados justificados de antemano. Puedo ir y pecar tanto como quiero y descansar en esta gracia que me perdona, porque después de todo, el mundo es justificado por gracia” (p. 52).
Bonhoeffer presenta una diferencia esencial entre la gracia barata y la gracia sublime (la gracia de alto costo). La primera simplemente asegura que por sí misma perdona todo, aún sin nuestro compromiso; es una mera aceptación intelectual, una declaración sin fundamento. Pero la gracia verdadera implica que estaremos dispuestos a vivir una vida sujeta a la absoluta obediencia a Cristo porque entendemos que es costosa: le costó a Dios la vida de su Hijo.
3. En el llamado de Jesús, la fe y las obras son inseparables.
“El llamado de gracia de Jesús ahora se transforma en una estricta orden: ¡Haz esto! ¡Entrega aquello! ¡Abandona el barco y ven a mí! Cuando un hombre dice que no puede obedecer el llamado de Jesús porque cree o porque no cree, Jesús dice: Primero obedece, realiza la obra externa, renuncia a ligaduras, entrega los obstáculos que te separan de la voluntad de Dios. No digas que no tienes fe. No la tendrás en tanto persistas en desobediencia y te niegues a dar el primer paso. Así tampoco debe decir que tiene fe y, por lo tanto, no hay necesidad de tener que dar el primer paso” (p. 73).
Los cristianos luchan con el tema de la fe y las obras desde el primer siglo. Si el llamado a seguir a Cristo es genuino, una persona estará dispuesta por fe a obedecer, es decir, a hacer las cosas que Dios exige… será un movimiento que proviene de su nueva naturaleza.
Si esto es así, no existirá vicio, mentira, deseo, o sueño que no pueda ser puesto por debajo del llamado de Jesús, como Dios encarnado, como el Hijo de Dios.
4. Perdonar al prójimo es inevitable para los discípulos.
“La carga de mi hermano de la cual debo llevar no solamente es la parte exterior que le ha tocado, sus características y dones naturales, sino en forma bastante literal su pecado. Y la única manera de llevar ese pecado es perdonándolo en el poder de la cruz de Cristo de la que ahora participo. El perdón es el sufrimiento, como el de Cristo, que es deber del cristiano llevar” (p. 100).
Perdonar es una de las cosas más difíciles para las personas, incluso si son cristianas. Tendemos a pensar que Jesús se encargará de perdonarlos y que bastará con expresar perdón, pero no recuperar la relación.
Perdonar cuesta, cuesta mucho. Pero, ¿esperamos abrazar el regalo de la gracia, sin sufrir el costo? El costo del discipulado va mucho más allá de decir “no guardo rencor”.
5. El llamado al discipulado es urgente.
Presentar a Cristo en toda su deidad como el mediador entre Dios y los hombres, como Salvador, Sustituto, Rey supremo, y Juez justo, es algo natural para quien ha decidido seguirlo.
Puede tomarnos un tiempo, como a Pedro, pero si hemos confesado “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, entonces no tenemos otra alternativa más que proclamar su obra. Y debemos hacerlo ahora.
“Nada podría ser más despiadado que hacer pensar a los hombres que existe mucho tiempo para enderezar sus caminos. Decirles a los hombres que la causa es urgente y que el Reino de Dios está a la mano, es el acto más caritativo y misericordioso que podemos realizar, las más gozosas nuevas que podemos dar” (p. 238).
Te invito a meditar en el llamado de Jesús, que es el mismo que hace más de dos mil años: “Sígueme”. ¿Qué le responderás? ¿Entenderás y asumirás el gran costo de tomar tu cruz y obedecerle?