En algún momento, es posible que tu relación con el Salvador se vuelva fría y distante. Una mirada a la vida del apóstol Pedro revela que negó a Cristo tres veces, incluso yendo tan lejos como para decirle a sus acusadores: “No lo conozco” (Lucas 22:57). Este discípulo estaba seguro de su relación con Jesús y se había dicho a sí mismo y a los demás: “Nunca se enfriará mi amor por Cristo. Otros pueden irse, pero yo moriré por mi Señor” (ver Mateo 26:35).
Entonces, ¿qué llevó a Pedro hasta este punto? Fue el orgullo, el resultado de la jactancia de la justicia propia, y él fue el primero entre los discípulos en abandonar la lucha. Abandonó su llamado y volvió a su antiguo oficio, diciendo a los demás: “Voy a pescar”. Lo que Pedro realmente estaba diciendo era: “No puedo con esto”. Pensé que no podía fallar, pero le fallé a Dios más que cualquiera, al negar a Jesús. Ya no puedo enfrentar esta lucha”.
Para entonces, Pedro se había arrepentido de haber negado a Jesús y había sido completamente restaurado en el amor del Salvador. Fue perdonado, sanado y recibió el aliento del Espíritu, pero todavía era un hombre frágil por dentro, inseguro de sí mismo. Todavía estaba en comunión con Jesús y los discípulos y, de hecho, después de un tiempo de pesca con sus amigos, vio a Jesús en la orilla y tuvieron un intercambio radical.
“Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos” (Juan 21:15). Ten en cuenta que en ese momento Jesús no le recordó que velara y orara o que fuera diligente en el estudio de la Palabra de Dios. No, Pedro recibió la instrucción de “apacentar a los corderos”. Esta simple frase es una clave para evitar descuidar nuestra vida espiritual. Jesús estaba diciendo: “Quiero que olvides tu fracaso y ministres a las necesidades de mi pueblo. Como el Padre me envió, yo te envío”.
Mientras te esfuerzas por orar, estudiar la Palabra, vivir una vida santa y amar apasionadamente a Cristo, asegúrate de no ignorar a los que sufren en el Cuerpo de Cristo: los corderos.
David Wilkerson