En una reflexión del Padre S. Cartabia referida a la fragilidad humana, leía que “la genialidad y espiritualidad del pueblo japonés, inventó un arte llamado kintsugi,1 y cuando reparan valiosos objetos rotos, como por ejemplo una antigua pieza de porcelana, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro. Creen que cuando algo tiene una historia y ha sufrido un daño, reparado, puede volverse más hermoso. El resultado es que la cerámica, además de reparada, es más fuerte que la original”.
La idea que me sugiere esto es que la lucha por vivir en gracia; no pecar, que con frecuencia es una lucha perdida, por las escasas fuerzas humanas, afortunadamente puede volverse en fortaleza por la generosa misericordia y el perdón de Dios, que pone de nuestro lado “su poder, que triunfa en la debilidad” De resultas de esto, “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (Cfr 2 Cor 12,10).
Esta situación que Pablo expone, me lleva a pensar en una virtual escena de la vida cotidiana: la pelea de un niño bajo la mirada de su hermano mayor, con otro niño más fuerte que él. Cuando el hermano mayor ve derrotado al más pequeño, toma partido, se involucra, y pone en fuga al agresor. Es de desear que al niño, aquello, lejos de envanecerlo, lo llene de gratitud y le brinde seguridad.
El dolor de los fracasos, nos debe servir para saber dónde están nuestros puntos flojos, recordarnos nuestras debilidades y la necesidad de la ayuda del único "en Quien todo lo puedo, Aquél que me conforta" (Fil 4, 13).
Las heridas que dejan en el alma las derrotas frente a los embates del Maligno, suturadas por el perdón otorgado por el Dios de las misericordias, han de ser la amalgama con la que nuestra voluntad y la confianza en nuestras propias fuerzas, desgajadas cruelmente por el pecado, se unan nuevamente y nos animen a encarar, fortalecidos, un nuevo intento por vivir la gracia. Cada vez con más consciencia de nuestra debilidad, pero con mayor confianza en el que me dice que "para Dios, todo es posible" (Mt 19, 26).
Seguramente la gran mayoría, sino todos, llegaremos a la Casa Paterna con nuestra alma “remendada” con la amalgama de oro del perdón y la misericordia de Yahvé.
Se me ocurre que el Señor habrá de sentir a aquella alma doblemente suya. Quizás esto explique por qué Jesús pudo decir que «Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15, 7).
Nota: intenté poner aquí una foto de una vasija reparada con el método kintsuji, pero no lo logré. Lo siento, porque hubiera sido una buena forma de ilustrar la idea de la belleza y fortaleza del objeto reparado.