En los MTV Movie Awards en junio, Chris Pratt aceptó el “premio de generación” con un discurso que llenó nuestras noticias de Facebook con esperanza y humor. Sus palabras fueron interesantes y convincentes, un recordatorio de que todos los creyentes pueden comunicar la verdad del evangelio en sus áreas de influencia.
¿Pero y nosotros? Aunque hemos experimentado el poder del evangelio y sabemos que son buenas noticias, a menudo lo decimos como si fueran noticias mediocres. A veces recitamos lo básico del evangelio como si fuera un libro para niños que nos vemos obligados a seguir leyendo. Una buena historia pero aburrida de tanto repetirla.
También podemos neutralizar el poder de la historia al minimizar sus detalles más alarmantes. ¿Un hombre inocente que murió para que no tengamos que hacerlo? ¿Un hombre asesinado cuyo corazón comenzó a latir de nuevo?
Cuando olvidamos la frescura del mensaje, lo que debe ser vibrante puede parecer aburrido. No debería sorprendernos que nadie diga: “Cuéntame más”.
Aquí hay tres formas de comunicar esta antigua historia en alta definición.
1. Recupera la maravilla
Tenemos la responsabilidad de cultivar corazones asombrados por la gracia.
Relatar la historia del evangelio sin emoción debería hacernos considerar si nuestros corazones se han sacudido recientemente por su impacto. Cuando almacenamos cosas mediocres en nuestros corazones, palabras mediocres salen de nuestras bocas. Debido a que tenemos la responsabilidad de proclamar el evangelio, tenemos la responsabilidad de cultivar corazones asombrados por la gracia.
Podemos recuperar la maravilla al acudir a las historias del evangelio con las preguntas que los periodistas hacen al descubrir una noticia fascinante: ¿quién estuvo involucrado?, ¿qué pasó?, ¿dónde ocurrió?, ¿cuándo ocurrió?, ¿por qué sucedió?, ¿cómo pasó?
Si nos intrigan los detalles que antes habíamos pasado por alto, nuestras mentes encontrarán un relato revitalizado y multifacético. Inevitablemente, nuestra emoción se notará mientras hablamos, y contaremos la historia con frescura, en lugar de como si fuera una ecuación matemática.
Maravillarnos también nos prepara para contar la historia con más energía, con nuestras propias experiencias en lugar de frases prestadas. Nos obligará a decir la historia y sus implicaciones con nuestra voz, aprovechando la mente, la personalidad, y la perspectiva que Dios nos ha dado.
2. Comparte un evangelio especifico
Tenemos la oportunidad de ministrar el evangelio cuando nos encontramos con un pecado en específico, algo en específico que nos avergüenza, o la muerte de una persona en específico.
Cuando una joven alegre de nuestro antiguo ministerio estudiantil se suicidó, nuestra familia y nuestra comunidad quedaron devastadas. Luchamos profundamente con la oscuridad de su muerte. Qué consuelo fue poder decirles a nuestros compañeros de luto: “Jesús vino para traer luz a esta profunda oscuridad. Cuando salió de la tumba, conquistó incluso esto”.
El evangelio es la respuesta a nuestro dolor, no solo de una manera general, sino en específico.
Al considerar el amor y el poder exhibidos a través del dolor físico, emocional, y espiritual de Jesús, descubrimos que su muerte y resurrección son innegablemente personales. El evangelio es la respuesta a nuestro dolor, no solo de una manera general, sino en específico: “Cristo me ama, esto sé”.
Al adolescente que lucha con la vergüenza de su pasado, podemos decirle: “Jesús lo conquistó”. Al compañero de trabajo agobiado por el peso del pecado: “Jesús murió para redimirte”. A los padres en duelo: “Jesús lloró porque la muerte es oscura; sin embargo, se adentró en la oscuridad y demostró que suya es la victoria final, incluso sobre algo como esto”.
3. Invita como uno que fue invitado
La belleza única de la historia del evangelio es que coloca a sus narradores en la misma posición que sus oyentes. En un mundo ansioso por reparar problemas, debemos abandonar la simple prescripción de soluciones y, en cambio, presentarnos como necesitados también. Invitamos a los demás al mismo descanso al que nos hemos rendido, y que nosotros mismos necesitamos, el cual encontramos en Cristo. Este es un abrazo de bienvenida a un mundo cansado de los mantras de superación personal.
Cuando contamos la historia del evangelio, tenemos la dicha de incluirnos a nosotros mismos y también a nuestros oyentes en el lugar del pecador. Para siempre y por siempre, Dios es el único que llega a ser el perfecto en el mensaje. El lugar común que tenemos hace que el evangelio sea diferente de todas las otras historias. Todos nosotros lo necesitamos.
Aunque la hayamos escuchado mil veces, la historia del evangelio no es simplemente letras negras en papel blanco. Son letras vibrantes, y en neón. Es un mensaje que provoca maravillas en los corazones, se puede aplicar desde miles de ángulos, e invita a los oyentes al descanso que anhelan. Mi deseo es que glorifiquemos a Dios al abrazar nuestro papel de narradores, y que compartamos a todo color lo que Él ha hecho.