“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:38-39).
Este fue el día de Pentecostés, un día poco después de la resurrección de Jesucristo. El Espíritu Santo, la tercera persona del Dios Trino, descendió y habitó en las personas. Estoy seguro de que algunas personas escucharon las palabras y las consideraron casi demasiado buenas para ser ciertas. “Bueno, tal vez cada cierto tiempo, Dios haya encontrado una vasija especial como Elías o el rey David para llenarla de su Espíritu, pero eso no es para mí. Eso es sólo para aquellos pocos elegidos e importantes”.
Sin embargo, en el día de Pentecostés, fue como si el Señor dijera: “¡Eso pudo haber sido así durante una temporada, pero ahora es para toda persona, en todo lugar!” La promesa del Espíritu Santo y el poder de Dios también es para “todos los que están lejos”, es decir, no sólo dentro de la proximidad física sino también a aquellos que se encontrarían en lugares y fechas posteriores. ¡Eso significa que la promesa es para ti y tus hijos!
El Señor habló claramente a través del profeta Joel: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Joel 2:28). ¿Eso deja a alguien fuera? ¿Hay alguien que no sea un hijo, una hija, joven o viejo? El Señor simplemente niveló el campo de juego, esencialmente diciendo: “Cualquiera que clame a mí, lo llenaré de mi Espíritu Santo”.
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos” (Hechos 1:8). ¡Qué promesa tan increíble! Vamos a ser una demostración de su poder y un testimonio de quién es Dios.
Carter Conlon