Mi amiga Kelly llevó a su hija de dos años con ella al supermercado. Minutos después, su hija comenzó a retorcerse y a dejarse caer, mientras gritaba a todo pulmón.
Al enfrentar esta situación, cada padre debe decidir: ¿cómo responder? ¿Le das al niño lo que quiere? ¿Discutes con él? ¿Intentas negociar? ¿Intentas apaciguarlo?
“¡Rápido! ¡Tómala!”, le dice a su marido. Él toma a su hija y la saca (mientras ella se sacude, muerde, y patea) de la tienda.
Kelly se mete detrás de las cajas de cereales y finge que no sabe lo que está pasando. Una señora se acerca, mira enojada al marido de Kelly mientras él se aleja, y le susurra a ella: “Qué pena, ¿no?”.
Ella la mira: “Sí, señora. Seguro que sí”.
Me identifico con la historia de Kelly. He visto muchas rabietas en mi vida. Ahora que mis hijos son mayores, recuerdo esos momentos y me río. Pero en ese entonces mi vida incluía a una niña de dos años, un bebé, todo mientras estaba en el segundo trimestre de embarazo. El agotamiento y los sentimientos de agobio eran el pan de cada día. Una querida amiga me alentó a que simplemente me adhiriera a lo básico: pañales, platos, y ropa. El “modo de supervivencia” significaba esforzarme mucho para no sentir que me ahogaba.
La maternidad nos lleva hasta nuestro límite, ¿no es así? Entonces, ¿qué verdades pueden anclarnos cuando parece que nos estamos ahogando en un mar de estrés?
El autor de Hebreos nos señala a Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote, quien nos invita a venir a Él.
“Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna”, Hebreos 4:15-16.
Jesús vivió en el mundo real
A pesar de que Jesús no es una madre, aún puede simpatizar con cada debilidad que enfrentamos como madres. Estamos llenas de cosas, como fatiga o un cuerpo dolorido. Las mamás comen muchas veces de pie, demasiado ocupadas como para darse un momento de respiro, pero desesperadas por sentarse. Jesús también experimentó cansancio.
El ministerio de Jesús consistió en altas demandas, pues Él estuvo rodeado de personas necesitadas y hambrientas. Hizo grandes comidas con pocos ingredientes. Explicó cosas importantes, varias veces, y aun así no le entendieron. Se enfrentó a tentaciones de egoísmo, impaciencia, ira pecaminosa, y dureza. Sin embargo, vivió sin pecado.
Debido a que Cristo pagó la pena por nuestros pecados, nos acercamos a un trono de gracia y no a un trono de juicio.
Jesús tiene misericordia para nosotros
“Acerquémonos con confianza al trono de la gracia”, Hebreos 4:16.
Debido a que Cristo pagó la pena por nuestros pecados, nos acercamos a un trono de gracia y no a un trono de juicio. Charles Spurgeon escribe: “La gracia no se sienta en el estrado de Dios; la gracia no está en las cortes de Dios, sino que se sienta en el trono”.[1] Jesús no está lejos, esperando a que nos pongamos de acuerdo. Él nos ve, nos ama, y su corazón está lleno de misericordia. Él está ansioso por que vengamos y recibamos gracia.
Las cosas pequeñas le importan a Jesús
Gracias a Cristo, podemos orar con audacia.
Gracias a Cristo, podemos orar con audacia. Podemos presentarle peticiones grandes. Podemos orar con confianza por las grandes cosas a largo plazo, como la salvación de nuestros hijos.
Pero aquí está lo que aprendí, lo que aún estoy aprendiendo: podemos presentarle, especialmente, las peticiones pequeñas.
Podemos pedir la gracia audazmente durante la rabieta de nuestro niño en el supermercado. Podemos pedir la gracia audazmente en medio de una noche de insomnio. Podemos pedir la gracia audazmente para cuando entrenamos al niño a ir al baño. Podemos pedir la gracia audazmente cuando estamos inundadas por demandas en el trabajo y en el hogar.
Spurgeon escribe: “Nuestro banquero celestial se deleita en cambiar sus propios cheques. Nunca dejes que la promesa se oxide. Saca la espada de la promesa y úsala con santa violencia. No pienses que Dios se preocupará por tu violencia. No pienses que a Dios le preocupará que le recuerdes sus promesas. Le encanta escuchar el fuerte clamor de las almas necesitadas. Es su deleite otorgar favores. Está más dispuesto a escuchar que lo que tú estás dispuesto a pedir”.[2]
Escucha la promesa de la Palabra de Dios: “… para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna”.
[1] Charles Spurgeon, “Throne of Grace”, noviembre 19, 1871.
[2] Spurgeon, “Morning and Evening”, enero 15.