Además de describir a Dios como Creador, Consolador y Rey, la Biblia también lo llama “Aquel que oye la oración”. Esta es una de las descripciones más dulces y menos conocidas del Señor en las Escrituras: “Tú oyes la oración; a ti vendrá toda carne”. O, más literalmente: “Oidor de oración, a ti vendrán todos los hombres” (Salmos 65:2).
Si Dios no oyera nuestro clamor y nuestras oraciones, ¿no sería nuestro mundo increíblemente solitario y deprimente? Afortunadamente, el Señor no es un Creador distante que puso al mundo en movimiento y luego procedió a ignorarlo. Él es el “Oidor de la oración” que hizo una costosa provisión para que su pueblo se acerque “confiadamente al trono de la gracia” (Hebreos 4:16).
A Dios le encanta respomder nuestras oraciones, pero la Biblia habla de principios definidos que gobiernan un enfoque exitoso para él. Así como Dios creó un universo ordenado con leyes físicas que lo gobiernan, así es con la oración. La oración no es un asunto casual, improvisado.
El gran reformador Martín Lutero declaró osadamente que Dios no hace nada, si no es por respuesta a la oración. Eso está probablemente muy cercano a la verdad que afirma la Escritura. Una y otra vez, cuando Dios trata con su pueblo, vemos este ciclo:
Propósito – Promesa – Oración
El salmista afirma que la liberación del Señor está a la mano porque “el plazo ha llegado” y luego agrega rápidamente que Dios “habrá considerado la oración de los desvalidos, y no habrá desechado el ruego de ellos” (Salmos 102:13, 17).
Tenemos que darnos cuenta de que las promesas que desbordan nuestras Biblias se desbordarán en nuestras propias vidas sólo a medida que nos apropiemos de ellas mediante la oración. Dios quiere que nos sintamos seguros con respecto a nuestra relación con él. Él quiere que sepamos con certeza que poseemos la vida eterna por ser parte de su familia. Debido a que somos sus hijos, entonces, podemos traer nuestras necesidades a él con certeza en oración. Podemos tener la misma confianza en pedir las cosas que la que tenemos en nuestra salvación.
Jim Cymbala