Nuestros cuerpos mortales no son más que meros cascarones y la vida no está en el cascarón. Es un confinamiento temporal que envuelve a una fuerza vital en constante crecimiento y maduración y actúa como un guardián transitorio de la vida en el interior. El cascarón es sintético en comparación con la vida eterna que encierra.
Todo verdadero cristiano ha sido impregnado de vida eterna. Ésta es implantada como una semilla en nuestros cuerpos mortales que está madurando constantemente y, eventualmente, debe liberarse del cascarón para convertirse en una nueva forma de vida. Esta gloriosa vida de Dios en nosotros ejerce presión sobre el cascarón, y, en el mismo momento en que la vida de resurrección está madura, el cascarón se rompe. Los límites artificiales se rompen, y como un polluelo recién nacido, el alma es liberada de su prisión. ¡Alabado sea el Señor!
Como hijo de Dios, en el preciso momento en que nuestro Señor decide que nuestro cascarón ha cumplido su función, debemos abandonar nuestro viejo cuerpo. Pablo dijo: “El morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Ese tipo de conversación es absolutamente ajena a nuestro vocabulario moderno y espiritual. Nos hemos vuelto tan adoradores de la vida que tenemos muy poco anhelo de partir para estar con el Señor. ¿Pero era Pablo una persona mórbida? ¿Tenía él una fijación enfermiza por la muerte o mostraba una falta de respeto por la vida con la que Dios lo había bendecido? ¡Absolutamente no! Pablo vivió la vida al máximo, pero había vencido el temor al “aguijón en la carne” y podía decir: “Es mejor morir y estar con el Señor que permanecer en la carne”.
Aquellos que mueren en el Señor son los ganadores y nosotros, los que permanecemos, somos los perdedores. Te animo a que enfoques tu atención en la ciudad gloriosa que Dios ha preparado para aquellos que mueren en la fe (ver Hebreos 11:16). Pídele que te suelte de los lazos de este mundo para que puedas anhelar con una preciosa anticipación, estar en su presencia, cuando quiera que eso suceda.
DAVID WILKERSON