En mi libro “Inteligencia Familiar” desarrollé ciertos principios para el buen funcionamiento familiar; uno de ellos es el Principio de la Paciencia: “Nadie cambia de un día para otro; ni el otro…, ni uno mismo”.
La mujer se fastidia al observar que su esposo no logra dejar de fumar.
Por su parte, éste tortura a uno de los hijos exigiéndole que ya mismo abandone la costumbre de comerse las uñas. El hijo se escandaliza cuando su hermana confiesa que no consigue sostener una dieta para descender de peso. Y esta hermana es intolerante ante la dificultad de su prima para cumplir con un horario pautado.
Nos enfurecemos, nos frustramos y nos impacientamos por los cambios sencillos y ‘tontos” que el otro no realiza. ¿Cómo puede ser tan torpe? ¿Cómo no mejora en aquel tema que yo manejo con tanta facilidad?
¿Nos sucede esto? ¿Tenemos estas reacciones?
¡Y sí, nos ponemos impacientes!
Un gran maestro de psicología, Claudio Des Champs, me dejó una enseñanza marcada a fuego: “Cuando te pongas ansioso por lo que el otro no logra cambiar, recuerda algún área de tu vida donde estés teniendo dificultades para progresar”. Me pareció un consejo brillante, saludable y justo
Tener presente nuestras propias miserias y debilidades, cuánto nos cuesta concretar nuestros propios cambios, nos aparta de una mirada con aires de superioridad, y nos acerca al otro.
¡Alguien de mi entorno puede ser un perfecto desastre en algo que me resulta tan sencillo! Pero ¡cuántas limitaciones existen en mí para avanzar en lo que para otros es un juego de niños!
No es nuestra tarea cambiar al otro. En un área específica como es el campo matrimonial, Douglas Weiss expresa: “Deje de creer que tiene el poder de cambiar a su cónyuge y de comportarse como si así fuera. Dios nunca le ha ordenado que lo cambie. Él solo le ha pedido que la ame… Solo Dios puede cambiar a una persona”.
Podemos aplicar estas ideas a cualquier relación familiar. No es tu función ni tienes el poder para cambiar a tus hijos, padres, hermanos, sobrinos, abuelos, nietos… no te frustres queriendo controlarlo todo. “El amor es paciente y bondadoso”, nos enseña la Biblia en 1° Corintios 13:4.
Además, la paciencia es liberadora y humanizante; no pretende que el otro sea un robot perfecto sin ningún tipo de fallas. Como bien afirma Max Lucado en su libro “Un amor que puedes compartir”: “La paciencia es la alfombra roja por la que se acerca a nosotros la gracia de Dios”. Ser paciente es transferir algo de la gracia que hemos recibido.
No juzguemos. No evaluemos o comparemos a los demás en base a variables aisladas de comportamiento, cayendo en conclusiones arbitrarias y plagadas de exageraciones. No demos lugar a las exigencias y a las demandas en nuestros vínculos. Tú y yo también tenemos mucho por cambiar y aprender.
GUSTAVO BEDROSSIAN