“Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados”, Hebreos 10:14.
Muchos de nosotros hemos crecido en el contexto de la religión tradicional, con la idea de que la penitencia es una parte importante de la vida de fe. Significa que una vez cometida una ofensa, se hace necesario un pago o retribución de acuerdo al tamaño de la ofensa. Así establecemos un balance positivo en el saldo de nuestra cuenta con Dios.
Esta idea de hacer penitencia se nos hace muy natural a todos porque, en cierto sentido, así es como funciona la vida. Decimos que “no hay nada gratis en este mundo”, porque sabemos que la ley de la vida dicta que todas nuestras acciones tienen consecuencias. Entendemos que nuestras faltas requieren de alguna retribución, y que para poder vivir en paz con nuestra conciencia necesitamos absolución.
Ante esta realidad, y aunque quizás no sea una palabra que usemos frecuentemente, en la práctica todavía seguimos buscando el perdón de nuestros pecados y la absolución de nuestra culpa a través de acciones y obras “dignas de arrepentimiento”, de acuerdo a la medida de la ofensa, con el fin de pagar por nuestra culpa.
La obra del Espíritu de Dios es traer convicción de pecado, y revelar las áreas de nuestra vida que no están en sintonía con el evangelio. Él nos lleva a ver el impacto y las consecuencias, no solo de nuestras acciones, sino de la realidad de nuestro corazón que todavía lucha contra el pecado. Sin embargo, cuando esto sucede, en lugar de “hacer penitencia” intentando pagar la cuenta de nuestro pecado o golpeándonos el pecho para reconocer lo malo que somos, más bien debemos recordar que hay un camino mejor que comienza al levantar nuestra mirada a la cruz.
Es importante que nuestras acciones revelen el cambio interior de nuestro corazón. En lugar de intentar pagar la deuda pendiente en nuestras propias fuerzas, deberíamos sumergirnos en la verdad del evangelio, el arrepentimiento, y la santificación. Celebremos cuando el gozo sea restaurado, cuando la fe nos levanta y nos lleva hacia adelante, y cuando por la obra de Dios dejamos de vernos a nosotros mismos para ver, amar, y servir a nuestro prójimo.
La buena noticia para ti y para mí es que gracias a la obra de nuestro Señor Jesucristo en nuestro lugar y a nuestro favor en el Calvario, nuestra deuda ha sido cancelada. Jesús mismo la asumió para que tú y yo podamos abrazar el regalo del arrepentimiento como provisión de Dios para sus hijos, para nuestra santificación y nuestro gozo.
Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.