Juan el Bautista definió su ministerio de una forma simple y sin rodeos: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto” (Juan 1:23). Este siervo del Altísimo que, según las Escrituras, era el mayor “entre los que nacen de mujer” (Mateo 11:11), era el mejor, el más bendecido de todos los profetas y un reverenciado predicador de justicia.
Multitudes se congregaban para oír los ardientes mensajes de Juan; y muchos eran bautizados y se convertían en sus discípulos. Algunos pensaban que era el Cristo y otros consideraban que era Elías resucitado de entre los muertos. Pero a lo largo de todo esto, Juan se negó a ser exaltado o promovido. Él se había despojado de todo servicio propio y continuamente se retiraba del centro del escenario.
A sus propios ojos, el más grande de todos los profetas no era digno de ser llamado ‘hombre de Dios’, sino sólo ‘una voz’. Una voz en el desierto, de hecho, modesta, retraída y despreocupada respecto a la honra. Él se consideraba indigno incluso de tocar el calzado de su Maestro. Toda su vida estuvo dedicada al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). ¡Qué reprensión más poderosa para nosotros, en esta era de promoción de personalidades, acaparamiento de influencias, obsesión por el ego y búsqueda de honor. Juan podría haberlo tenido todo, pero él clamó: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30).
El secreto de la felicidad de Juan era que su gozo no estaba en su ministerio ni en su obra, ni en su utilidad personal o gran influencia. Su gozo puro era estar en presencia del Novio, regocijándose en oír su voz.
Todos los cristianos dicen: “Quiero que Dios me use. Quiero que mi vida cuente para el Señor. Quiero servirlo a tiempo completo”. Si bien eso es muy loable, debe venir con la voluntad de encontrar gozo y satisfacción en la comunión devota con el Señor, así como en el servicio.
Comprométete con el alto llamado de Dios en Cristo para tu vida, viviendo fielmente para él y contándoles a los demás sobre el Cordero de Dios. Las mayores recompensas probablemente serán para aquellos que están escondidos y son desconocidos, glorificando al Señor por el simple testimonio de su fidelidad.
DAVID WILKERSON