“La palabra del SEÑOR vino a Jonás, hijo de Amitai: ‘Levántate, ve a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella, porque su maldad ha subido hasta Mí’. Jonás se levantó, pero para huir a Tarsis, lejos de la presencia del SEÑOR. Y descendiendo a Jope, encontró un barco que iba a Tarsis, pagó el pasaje y entró en él para ir con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del SEÑOR”, Jonás 1:1–3.
Las palabras iniciales en este inusual libro profético nos hacen pensar que sucederá lo que típicamente vemos en el Antiguo Testamento: la palabra de Dios viene y los profetas de Dios obedecen. Es el patrón con Moisés, Natán, David, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Hageo, Zacarías, y Malaquías. Dios habla, los profetas hacen lo que Dios dice. Sin embargo, Jonás hace exactamente lo contrario de lo que Dios dice, y decide “huir a Tarsis, lejos de la presencia del SEÑOR”. ¡Qué risa!
Jonás descubrió rápidamente lo que confiesa un poco más tarde que ya sabía, es decir, que el Señor es “el Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra seca” (Jon. 1:9). Este Dios es soberano, por lo que Jonás no pudo escapar. Este Dios ordenó que viniera una tormenta poderosa que azotó el barco de estos marineros hasta el punto de que finalmente decidieron arrojar por la borda al profeta desobediente. Lo que es más, tan pronto como Jonás entró al agua, las olas cesaron y los marineros adoraron.
Nuestro Dios creó todo, y nuestro Dios extiende libremente su misericordiosa gracia a quien quiera.
Dios creó no solo los mares y la tierra seca, sino que también creó los peces en los mares y los animales en la tierra. Y debido a que creó esas cosas, podía ordenarle a un pez que se tragara a Jonás, que lo llevara por unos días dentro y que lo acercara sin ceremonias a su destino no tan final: las costas de Asiria. Allí Jonás predicó el sermón más exitoso en la historia de Israel, solo para sentirse profundamente ofendido por su éxito.
Sin embargo, este Dios que hizo la tierra, los mares, los peces, y los animales, también hizo a las personas. Y entonces depende de Él, y no de Jonás, dar perdón y no traer el desastre. Y eso es exactamente lo que Jonás sabía que Dios haría: “¡Ah SEÑOR! ¿No era esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis. Porque yo sabía que Tú eres un Dios clemente y compasivo, lento para la ira y rico en misericordia, y que Te arrepientes del mal anunciado” (Jon. 4:2). Jonás huyó porque sabía que Dios es compasivo y amoroso, y que está ansioso por perdonar a los pecadores. Este Dios es soberano: puede decirle a los mares, vientos, gusanos, grandes peces, y profetas qué hacer porque los creó, por lo que Jonás no pudo alejarse de Él y de su amoroso abrazo hacia los eque estaban fuera de Israel. Quiera Dios que aprendamos la lección de Jonás sin tener que huir. Nuestro Dios creó todo, y nuestro Dios extiende libremente su misericordiosa gracia a quien quiera, incluso a aquellos a quienes preferiríamos ver perecer.