Vez tras vez, David testificaba: “En Jehová he confiado” (Salmos 11:1). La raíz de la palabra hebrea para “confiado”, sugiere: “Arrojarse a un precipicio”. Es decir, ser como un niño que escucha a su padre decir: “¡Salta!” y que obedece con confianza, lanzándose del borde, hacia los brazos de su padre.
Ese es un aspecto de la confianza. De hecho, puede ser que tú estés en ese lugar ahora, al borde, balanceándote, deseando arrojarte a los brazos de Jesús. Es posible que te hayas resignado a tu situación y la hayas llamado confianza, pero eso no es más que entumecimiento. La confianza es mucho más que una resignación pasiva. Es una creencia activa.
Muchos de nosotros limitamos nuestra confianza a una operación de rescate como para decirle al Señor: “Confío en que vengas y apagues todos mis fuegos, me salves de todos mis problemas y me liberes de todas mis pruebas. Sé que estarás allí, Señor, cuando te necesite”. Al hacer esto, creemos que nuestra fe se extiende y agrada a Dios. No nos damos cuenta de que estamos acreditando al diablo como el causante y al Señor como el reactor. Este punto de vista hace que Dios parezca que simplemente reacciona a todos los planes bien planteados del diablo. Pero nuestro Dios nunca reacciona, ¡él inicia!
El corazón confiado dice: “Todos mis pasos son ordenados por el Señor, y él es mi Padre amoroso. Él permite el sufrimiento, la tentación y la prueba, pero nunca más de lo que puedo soportar, ya que él siempre da el camino de escape. Él tiene un plan eterno y un propósito para mí. Él ha contado cada cabello en mi cabeza. Él sabe cuando me siento, me paro o me acuesto. ¡Soy la niña de sus ojos! Él es mi Señor, no sólo en mi vida, sino en cada evento y situación que toca mi vida”.
Amado, ¡eso es confianza! Míralo hoy a él, con un corazón confiado y ten la seguridad de que, sin duda, Dios tiene todo bajo control.
DAVID WILKERSON