Mi corazón canta con la idea de que a lo largo de la historia de las Escrituras, cuando Dios quería hacer algo profundo, a menudo buscaba a la persona menos capaz de lograrlo. Cuando quiso traer un profeta a la nación, buscó un útero estéril en una mujer llamada Ana. Cuando quiso liberar a su pueblo de la mano de los madianitas, se le apareció a Gedeón, el menor de la casa de su padre en la tribu de Manasés. Cuando quiso hacer una increíble promesa a un hombre llamado Abraham, diciéndole que tendría tantos descendientes como las estrellas en el cielo y que todo el mundo sería bendecido a través de él, esperó hasta que Abraham no tuviera forma de hacerlo en sus propias fuerzas.
Después de que Salomón orara al terminar el templo, el Señor se le apareció por la noche y le dijo: “Yo he oído tu oración, y he elegido para mí este lugar por casa de sacrificio… Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos, y atentos mis oídos, a la oración en este lugar” (2 Crónicas 7:12, 14-15).
Veo algo del carácter de Dios en este pasaje de la Escritura: su disposición a hacer por nosotros lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos. Como ves, el reino de Dios se trata de hombres y mujeres convirtiéndonos en todo lo que Dios nos destinó a ser; apoderándonos de cosas que no están dentro de nuestro alcance natural; comprendiendo verdades que nuestras mentes naturales no conocen; y viviendo en libertad; un lugar al que ningún esfuerzo natural puede llevarnos. ¡El reino de Dios se trata de milagros y misericordia!
El Señor está esperando que la gente común como tú y yo descubramos algo sobre su corazón. Acércate a él en nombre de los perdidos de este tiempo y conviértete en una parte vital de su plan general.
Carter Conlon