Tras una puerta cerrada con un oxidado cerrojo, amontonas tus miedos. Los encierras cual si ellos fuesen parte de tu ajuar. Como si todos los temores que aguardan tras esa puerta compusieran un tesoro que no deseas compartir.
Sé que no es fácil mirar fríamente al pasado y tamizarlo con vehemencia, cribarlo enérgicamente para dejar que lo insignificante se filtre y quede fuera del tamiz. Es la única manera de vivir un presente sin ataduras del ayer.
Hablo desde la cercanía, pues bien conozco tu desazón, tu incapacidad para ver más allá de lo dicta tu caprichosa cabeza laureada de confusión. Desde esa cercanía emito palabras con la intención de que éstas hagan despertar tu dormido aprecio hacia el ser que portas.
Desde fuera veo a ese gigante que tanto respeto te causa. Lo veo frente a ti alardeando de poder, haciéndote sentir insignificante.
Sabes que puedes hacerlo, que con esfuerzo lograrías mitigar esa autoridad de la que tanto presume. Pero, te paralizas ante él y vuelves a caer en su sucio juego de engaño, creyéndote sus mentiras.
¡Puedes vencerlo!, ¡Puedes vencerlo!... Has oído tantas veces las mismas frases que te parecen rancias y sin valor, carentes de sentido alguno. Aún así, no puedo observar tu decadencia y seguir como si ello no me afectara. Estás ahí, tan cerca y sin embargo por momentos siento que una fuerza irrevocable nos aparta, haciéndote huir por senderos de miseria.
Ayer volví a leer ese pasaje bíblico en el que un valeroso pastor vence a un gigante. Entrelineas leí tu nombre. Omití la identidad del joven atrevido e imagine que se trataba de ti. Emocionada hice lo que debía, rogar al mismo Dios que ayudo a ese muchacho a que hiciera lo mismo contigo. Con los ojos cerrados imaginé que tus complejos caían, que los miedos pasados se mitigaban, y que por fin eras libre.
Imaginé, que las heridas de hoy eran cicatrices imperceptibles, que las lágrimas habían cesado y tras ellas se vislumbraba un imperioso amanecer de felicidad.
Hoy aún queda mucho por hacer, el temido gigante sigue al acecho, pero creo en un Dios soberano, en él vierto todos los sueños que deseo sean cumplidos. Es por ello que confío en que algún día comprendas cuanto vales, y sepas agradecer a quien lo merece, el regalo de haberte hecho vencedor de tu particular Goliat.