La mayoría de nosotros conoce la historia del caballo de Troya. Durante 10 años, los guerreros de la antigua Grecia sitiaron la ciudad de Troya, pero los defensores resistieron sus avances. Finalmente, Grecia abandonó los asaltos frontales y recurrió al engaño. Hicieron un gran caballo de madera, insertaron una banda de guerreros en su vientre, y se retiraron.
Convencidos de que sus sitiadores se habían rendido, y curiosos por el caballo, los hombres de Troya arrastraron la gran estatua a su ciudad y se fueron a dormir. Esa noche, los griegos emergieron del vientre del caballo y vencieron a Troya desde adentro.
Satanás ha insertado un caballo de Troya dentro de nuestros matrimonios. Lo que no puede lograr con los asaltos frontales del adulterio, el estrés financiero, o las disputas sobre los suegros, lo logra con esta arma insidiosa y oculta. Y, como los ciudadanos de Troya, la mayoría de nosotros no lo tomamos en serio hasta que ha hecho su trabajo mortal.
El escritor de Hebreos nombra esta arma oculta: la “raíz de la amargura”.
“Cuídense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados”, Hebreos 12:15.
Pequeñas quejas, gran impacto
La raíz de la amargura es poderosa y es especialmente insidiosa porque a menudo viene por medios sutiles: la acumulación lenta de pequeñas quejas. Pero esa amargura amenaza con contaminar tanto tu matrimonio como tu relación con Dios.
Me refiero específicamente a las quejas y el dolor “rutinario” que son parte de vivir en una relación íntima con otra persona caída, y no a pecados más devastadores como el abuso o el adulterio. Eso requeriría una discusión mucho más matizada y está más allá del alcance de este artículo.
Por ejemplo, a pesar de que se lo digan numerosas veces, el esposo arroja su ropa sucia en el piso sabiendo que su esposa lo recogerá después. Ella se siente dada por sentada. La esposa que nunca pensaría en perderse uno de los eventos de sus hijos no tiene interés en salir a cenar con su esposo. Ella ama a sus hijos más que a su esposo. Se siente usada, dada por sentado, sin importancia.
Está claro que el abuso y el adulterio arruinan los matrimonios, pero es menos obvio para nosotros que las pequeñas ofensas, si se atesoran en nuestros corazones, pueden conducir lentamente a la amargura y erosionar la salud matrimonial.
Las parejas sabias temen el poder que tiene la amargura para marchitar el afecto, estrangular la intimidad, y sofocar la alegría. Cuando escuchas: “Ya no amo a mi cónyuge”, la amargura no resuelta es a menudo la culpable.
En los años agitados cuando nuestros cinco hijos eran pequeños, mi esposa y yo asistimos a un retiro de parejas. Necesitábamos tiempo a solas. Judy estaba tan cansada por las presiones de criar a nuestros hijos que tenía poca energía emocional para mí. Yo llegaba a casa resentido. Después de unos días, reconocí el problema, decidí perdonar, y comencé a buscar formas de servirla. El resentimiento había separado temporalmente a dos amantes, pero Dios intervino en gracia.
La falta de voluntad para perdonar también contaminará nuestra relación con Dios.
La amargura impenitente puede ser una bola de nieve espiritual, que crece más y más a medida que rueda cuesta abajo. Si no se resiste, eventualmente se convertirá en una avalancha y aplastará todo a su paso. La esposa critica a su esposo; en lugar de escuchar, él se guarda el resentimiento. No perdona, se acumulan otros resentimientos, y la alienación se hace más y más amplia. El esposo repetidamente no llama a su esposa antes de llegar tarde a casa; ella amontona resentimiento. Otras quejas se acumulan y tres años después están durmiendo en habitaciones separadas.
La falta de voluntad para perdonar también contaminará nuestra relación con Dios. Jesús da una fuerte advertencia:
“Porque si ustedes perdonan a los hombres sus transgresiones, también su Padre celestial les perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus transgresiones”, Mateo 6:14-15.
Y la Escritura es clara: “El amor cubre una multitud de pecados” (1 P. 4:8), y la persona sabia estará dispuesta a pasar por alto la ofensa (Pr. 19:11), pero ¿cómo se vive eso día tras día en la relación terrenal más íntima entre dos pecadores? Hay al menos cuatro formas de combatir la amargura en nuestros matrimonios.
1. Desarrolla la habilidad de ver tu propio pecado a través de los ojos de Dios
El arma principal en esta lucha es la capacidad de ver mi propio pecado, no el de mi cónyuge. Tu disposición a perdonar será directamente proporcional a tu capacidad de ver la montaña de pecado que Cristo te ha perdonado, pagando un costo infinito sobre sí mismo.
La ceguera ante la enormidad de mi pecado era la responsable de mi falta de voluntad para perdonar.
Durante muchos años tomé mis pecados contra Dios a la ligera y los pecados de mi esposa contra mí en serio. No vi mi pecado como Dios lo ve, así que no veía por qué tenía que perdonar. Luego, 14 años después de nuestro matrimonio, comencé a leer los sermones de Jonathan Edwards. Él me ayudó a ver la santidad de Dios y la enormidad de mi pecado personal. Cuando vi el monte Everest del pecado por el cual Dios me había perdonado, entendí que incluso si mi esposa me rechazara por completo, su pecado sería una colina en comparación. ¿Cómo podría resentir deliberadamente a mi esposa cuando sus delitos contra mí eran tan pequeños en comparación? La ceguera ante la enormidad de mi pecado era la responsable de mi falta de voluntad para perdonar.
El orgullo es la raíz de mayor amargura. El orgullo me hace ver mi propio pecado de manera borrosa y el de mi cónyuge con una claridad de 20/20. Este tipo de justicia propia es mortal para el matrimonio porque desmotiva el perdón.
2. Date cuenta de que el perdón es más una decisión que un sentimiento
Esta segunda arma puede ser más difícil. Con demasiada frecuencia perdonamos, pero el dolor no desaparece. Los nervios aún están en carne viva, la herida aún abierta, el dolor aún fresco.
No podemos controlar nuestros sentimientos, pero podemos controlar nuestras decisiones. Todo lo que Dios pide es que repetidamente y de manera persistente queramos perdonar.
3. Persevera hasta que los sentimientos vengan
Cuando Pedro le preguntó a Jesús si debía perdonar a su enemigo siete veces, Jesús respondió: “No te digo siete, sino aun setenta veces siete” (Mt. 18:2). “Setenta veces siete” es un simbolismo bíblico que denota una persistencia interminable. En otras palabras, perdona, perdona, y nunca te detengas. Hay muchas veces en todo matrimonio piadoso cuando dos cónyuges deben arrepentirse y perdonarse mutuamente, repetidamente, hasta que el solvente de la misericordia de Dios disuelva el dolor que ha obstaculizado su intimidad.
Comparte cómo te sientes. Tus sentimientos son importantes, incluso sobre pecados menos obvios. No los mantengas embotellados. Sé honesto. Dile a tu cónyuge cómo crees que ha pecado contra ti. Sean humildes el uno con el otro y trabajen hacia el arrepentimiento donde sea necesario, hacia el perdón total y la reconciliación.
4. Mantente abierto a la posibilidad de que tus sentimientos de dolor y amargura no estén justificados
¿Es posible que te duela algo que no debería dolerte? Nunca vemos los motivos del corazón de los demás con una visión completamente clara, y a menudo nos engañamos a nosotros mismos.
¿Esperas cosas de tu cónyuge que no tienes derecho a esperar? En ese caso, la solución es arrepentirse por estar herido o amargado. Es importante que siempre estemos dispuestos a examinar nuestros propios corazones cuando la amargura comienza a germinar.
Un hombre al que aconsejé estaba molesto porque sentía que la intimidad sexual con su esposa no era lo suficientemente frecuente. Su ira hacia ella se prolongó durante meses, pero finalmente se dio cuenta de que su expectativa no era razonable, y que la amargura hacia ella era pecaminosa. Necesitaba arrepentirse él, no su esposa. Entonces le pidió que lo perdonara, y ella lo hizo. Debemos estar atentos a las expectativas irracionales: pueden llevarnos a ver el pecado en otros donde no existe y exigir el arrepentimiento donde no se necesita. Esto también puede conducir a una amargura devastadora.
Mira a Jesús
No seas como los ciudadanos de la antigua Troya. La victoria que Grecia no pudo obtener por asalto frontal, la adquirieron mediante engaño. El maligno intentará lo mismo con nosotros. Él asesinará tu intimidad matrimonial con el arma secreta de la amargura con lo que pueden parecer pequeños problemas.
Sobre todo, mantente atento a la cruz. Perdona agresivamente en el nombre Jesús. Hablen de estas cosas juntos. Perdona repetidamente, y la raíz de la amargura no contaminará tu alegría marital.