Realmente no podemos leer la Biblia sin un compromiso paciente y riguroso de nuestras mentes. Eso es probablemente obvio para nosotros. Pero no la habremos leído bien, no como Dios pretendió que la leamos, sin un compromiso ansioso, incluso implacable, de nuestros corazones. Para leer la Palabra de Dios con nuestros corazones se requiere más fe, esfuerzo, oración, humildad, vulnerabilidad y, a menudo, tiempo, pero eso es porque el corazón es precisamente donde Dios quiere que llegue su Palabra.
¿Qué significa leer la Biblia con el corazón? Antes de explicarlo, daré un ejemplo, porque un buen ejemplo suele explicar bastante bien. Y el ejemplo proviene de la Biblia misma.
Con todo mi corazón
El Salmo 119 es una canción (larga) de amor sincero y deseo por Dios. Y si lo lees con una mente activa, escucharás al salmista cantar cómo y por qué recibió la Palabra de Dios con un corazón implacable, incluso desesperado. Vale la pena leer todo el salmo, pero aquí hay algunos versos:
“Bienaventurados los que guardan sus testimonios, que lo buscan con todo su corazón”, Salmo 119:2.
“Con todo mi corazón te busco; ¡no me dejes desviarme de tus mandamientos!”, Salmo 119:10.
“Dame entendimiento para que pueda guardar tu ley y observarla con todo mi corazón”, Salmo 119:34.
“He guardado tu palabra en mi corazón, para no pecar contra ti”, Salmo 119:11.
“Tus testimonios son mi deleite; ellos son mis consejeros”, Salmo 119:24.
“Encuentro mi deleite en tus mandamientos, que amo. Levantaré mis manos hacia tus mandamientos, que amo, y meditaré en tus estatutos”, Salmo 119:47–48.
Cuando leemos el Salmo 119, dos verdades son inconfundibles: la Palabra de Dios es para el corazón del hombre, y el camino al corazón es a través de la mente.
Tesoro para ser amado
En Lucas 10:27, Jesús cita Deuteronomio 6:5, donde Moisés dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Sin embargo, cada vez que los Evangelios registran a Jesús citando este texto (véase también Mt. 22:37; Mr. 12:30), Jesús agrega la palabra mente, que Moisés no incluyó. Quizá esto se deba a que los oyentes hebreos de la época de Moisés entendieron implícitamente que los afectos incluían la razón, mientras que las multitudes mixtas influenciadas por los griegos de la época de Jesús necesitaban la aclaración.
Leemos la Biblia con nuestras mentes para ver la gloria de Dios, y con nuestros corazones para saborear la gloria de Dios.
Cualquiera sea la razón por la que Jesús agregó mente, está claro que tanto la razón como los afectos son cruciales para amar a Dios. Pero hay una jerarquía. Dios quiere nuestros corazones porque, como Jesús dice: “Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt. 6:21). Dios no es simplemente una idea para reflexionar, sino una persona para ser amada: Él es el tesoro supremo que debemos atesorar.
El camino de Dios hacia nuestros afectos (corazón) es a través de nuestra comprensión (mente). Entonces, cuando leemos la Biblia, la leemos con nuestros corazones, porque la Palabra de Dios es principalmente para nuestros corazones.
Leer para ver la gloria
Como cristianos, enfatizamos correctamente la importancia de leer la Biblia. Sin embargo, al enfatizar esta importancia, podemos caer fácilmente en un malentendido sutil y engañoso de por qué es importante. El malentendido sutil va más o menos así: si leemos la Biblia regularmente, Dios estará complacido con nosotros, y por lo tanto podemos esperar su bendición. Como si el acto de leer, más que el propósito de la lectura, justificara el favor de Dios.
Lo que es engañoso acerca de esto es que se parece mucho a la verdad. La lectura regular y disciplinada de la Biblia es un medio de gran bendición de Dios. Pero no porque realizar el acto de leer merezca Su favor. Si leemos la Biblia de esta manera, no es muy diferente al musulmán que practica las disciplinas de los Cinco Pilares para merecer el favor de Alá. Aparentemente, los líderes en los días de Jesús leían así las Escrituras. Escucha las reprensiones de Jesús:
“¡Ay de ustedes, escribas y Fariseos, hipócritas que son semejantes a sepulcros blanqueados! Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también ustedes, por fuera parecen justos a los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad”, Mateo 23:27-28.
“Ustedes examinan las Escrituras porque piensan tener en ellas la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio de Mí! Pero ustedes no quieren venir a Mí para que tengan esa vida,” Juan 5:39–40.
Dios no está interesado en nuestra lectura de la Biblia como una especie de ritual que hacemos como prueba de nuestra piedad. ¡Él quiere que leamos la Biblia para que podamos verlo! Dios quiere que veamos su gloria, una y otra vez.
La Biblia es donde las glorias más importantes del Dios trino brillan más y son más claras, especialmente la gloria de Jesucristo (Jn. 1:14), quien es “la imagen del Dios invisible” (Col. 1:15) y por quien viene la “gracia y la verdad” (Jn. 1:17).
Esto hace que la Biblia misma brille con una gloria peculiar, que vale la pena extraer profundamente debido a la riqueza invaluable que contiene. Como dice John Piper:
“En todos los detalles que encontramos en la Biblia, Antiguo Testamento y Nuevo, el objetivo de la lectura es ver el valor y la belleza de Dios. Ten en cuenta que digo ‘en todos los detalles’. No hay otra forma de ver la gloria. La grandeza de Dios no flota sobre la Biblia como un gas. No acecha en lugares ocultos separados del significado de las palabras y las oraciones. Se ve en y a través del significado de los textos” (Leyendo la Biblia sobrenaturalmente, 96).
La gloria de Dios se ve en y a través del significado de los textos. Es por eso que oramos: “Hazme entender el camino de tus preceptos” (Sal. 119:27). Porque entender la Palabra de Dios es el medio por el cual ella se almacena en nuestros corazones (Sal. 119:11).
No leas solo para ver
Dios quiere nuestros corazones en la lectura de la Biblia, no solo la atención de nuestras mentes. Aunque ver la gloria de Dios es muy importante, no es suficiente. Dios quiere que veamos su gloria para que podamos saborear su gloria. Y “si no hay una visión verdadera de la gloria de Dios, no puede haber un verdadero sabor de la gloria de Dios” (Leyendo…, 96). Charles Spurgeon lo dijo de esta manera:
“Ciertamente, el beneficio de la lectura debe llegar al alma por el camino de la comprensión. […] La mente debe tener iluminación antes de que los afectos puedan elevarse adecuadamente hacia su objeto divino. […] Debe haber conocimiento de Dios antes de poder amar a Dios: debe haber un conocimiento de las cosas divinas, tal como se revelan, antes de que pueda disfrutarse de ellas” (Leyendo…, 100).
Leemos la Biblia con nuestras mentes para ver la gloria de Dios, y con nuestros corazones para saborear la gloria de Dios.
El “amor a Dios” y el “disfrute de las cosas divinas” son lo que Dios más quiere que experimentemos como resultado de leer nuestras Biblias, y ninguno sucede sin conocimiento. El conocimiento se recibe con el propósito de tener amor y alegría.
Cuando digo que la Palabra de Dios es para el corazón del hombre, quiero decir que es, tomando prestadas las palabras de un himno, la “alegría de cada corazón anhelante”. La lectura detallada de la Biblia es con frecuencia un trabajo riguroso. Puede ser bastante difícil. A veces incluso puede ser inquietante. Cuando tratamos con la Biblia, estamos tratando con la mente infinita y misteriosa de Dios. Sus pensamientos no son nuestros pensamientos; sus caminos no nuestros caminos (Is. 55:8–9). Pero en última instancia, si realmente entendemos por qué Dios nos ha dado un Libro, leer su Palabra se convierte en una búsqueda hedonista. Lo que buscamos es el placer que nuestras almas están diseñadas para disfrutar más: el saborear la gloria de Dios.
Lee hasta que veas y disfrute
Aquellos que han conocido mejor a Dios y lo han amado más, han entendido la importancia crucial de saborear a Dios profundamente al ver a Dios claramente en su Palabra.
George Müller, al reflexionar sobre su notable y exigente vida de oración en dependencia de Dios por el bien de los huérfanos de Bristol, recordó un momento importante al principio de su ministerio: “Vi más claramente que nunca que el primer y principal asunto al que debía dedicarme todos los días era tener mi alma feliz en el Señor” (Leyendo…, 100). Müller hablaba sobre su lectura diaria y disciplinada de la Biblia, y la oración matutina. Este era su oasis de refrigerio. El tiempo en la Palabra funcionó como un lastre que mantenía su nave en posición vertical en una vida de estrés significativo y, a veces, tormentas turbulentas. “A menos que alguna cosa inusual lo obstaculizara, no se levantaba de sus rodillas hasta que ver se volviera en deleite” (Leyendo…, 100).
George Müller leyó la Biblia como el salmista que escribió el salmo 119: con una mente rigurosamente comprometida y un corazón implacablemente comprometido. Y nosotros también debemos hacerlo. Leemos la Biblia con nuestras mentes para ver la gloria de Dios, y con nuestros corazones para saborear la gloria de Dios. Pasamos la Biblia por nuestras mentes para almacenarla en nuestros corazones, porque nuestros corazones están donde nuestro tesoro está. Y si es posible, no dejemos de mirar hasta que nuestros corazones estén “felices en el Señor”, hasta que sintamos alegría en algún aspecto de quién es Dios y lo que ha hecho por nosotros en Cristo.