“Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:4-5) Ahora bien, Pablo era cualquier cosa menos un hombre débil en lo natural; de hecho, él era un líder entre líderes. Incluso una vez declaró que con respecto a las obras de la ley, que él era irreprensible (ver Filipenses 3:6).
No me gustaría escuchar a un predicador que no tiene un testimonio personal del poder milagroso de Dios obrando en su vida. Pablo era alguien a quien se podía mirar y decir: “Hay un poder que toca mi corazón que sé que no puede venir de este recipiente físico. Debe ser del Espíritu que actúa dentro de este que me está hablando. ¡Señor, que esa sea mi porción en los días venideros!”
Cuando una nueva generación de israelitas estaba a punto de entrar y poseer la Tierra Prometida que otros habían perdido por su incredulidad, siguieron las instrucciones que Dios le dio a Josué: “Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra” (Josué 6:2). Josué se apoderó de esa palabra, la obedeció y condujo a los hijos de Israel a la Tierra Prometida.
¿Eres tentado a pensar en todas las cosas por las que estás luchando? En lugar de ello, comienza a pensar acerca de todas las cosas que Dios ha hecho. Las voces negativas que no te impulsan a la fe te llevarán a morir en un desierto espiritual. ¡Medita en su Palabra hoy y ten confianza en él!
Carter Conlon