Ve a la librería más cercana que tengas y busca en la sección de autoayuda. Lo más probable es que sea una de las secciones más grandes de la tienda, quizá tan extensa como la de ficción. Lee detenidamente los títulos y subtítulos. Lleva un conteo mental de todas las ofertas que hacen y las lecciones que prometen. Propondrán una variedad de causas para nuestros problemas: la personalidad, la crianza, la familia, la dieta, la cultura, el trabajo, los miedos, la inseguridad. La lista podría seguir y seguir.
Los problemas podrían estar afuera o “adentro”, pero estoy dispuesto a apostar que ninguno de ellos resalta realmente el problema único y más peligroso que enfrentará cada ser humano que haya vivido alguna vez: somos, por naturaleza, pecadores que merecen la condenación del Dios santo al que hemos desobedecido.
Los problemas que ofrecen abordar los libros de autoayuda son numerosísimos. La solución que todos proponen es una. La solución eres tú.
Para comprender la profundidad de la misericordia de Dios, debemos enfrentar sinceramente las profundidades de nuestra inmoralidad
“Tú eres la solución a tus problemas”, asevera la industria de la autoayuda. Es decir, la solución es primero este libro en particular o esta serie de conferencias en DVD o este plan de mercadeo principal o este seminario motivacional de fin de semana en un hotel. Sin embargo, todas esas cosas solo quieren ayudarte a implementar la mejora que tú eres capaz de hacer para desatar el poder que hay en ti. “La vida es lo que tú haces de ella”, dicen tanto la serpiente como el vendedor de aceite de serpiente.
Ellos entendieron mal el problema y la solución. El problema es el pecado. (El problema somos nosotros). Y dado que esto es verdad, no tiene ningún sentido pensar que la solución puede encontrarse en nuestro interior. Debe encontrarse afuera de nosotros.
“Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:23). Resulta que, si el mundo va a ser puesto en orden, debe ser algo que el Señor haga.
Cada año trae una cosecha nueva de libros de autoayuda. Cada generación ve su propio conjunto de oradores motivacionales y predicadores de la prosperidad. Cada cultura desarrolla sus propias visiones utópicas. No obstante, aun así, el problema nunca desaparece. Solo descubrimos nuevas formas de cometer los mismos pecados de tiempos antiguos.
Necesitamos rescate. Necesitamos reconstrucción.
Después de que Adán y Eva cayeron, ellos estuvieron inmediatamente conscientes de su vergüenza y vulnerabilidad. “Nosotros lo arreglaremos”, dijeron para sí. Así que se hicieron atuendos de hojas de higuera para cubrirse.
Cuando el Señor los llama a rendir cuentas, les avisa que la muerte que trajeron al mundo no se puede esconder tan fácilmente. Sin embargo, aun así, no desea dejarlos desnudos y atemorizados. En lugar de eso, los cubre con pieles de animales.
El mismo Dios que ha pronunciado la maldición en respuesta a nuestro pecado ha pronunciado una bendición en respuesta a la maldición
Quizá sea esta la primera instancia de la cobertura sacrificial, mucho tiempo antes de la institución oficial de los sacrificios del sistema levítico.
El Señor dice: “No puedes cubrirte a ti mismo, pero yo puedo y lo haré”.
Para comprender la profundidad de la misericordia de Dios, debemos enfrentar sinceramente las profundidades de nuestra inmoralidad. En efecto, hemos intentado llevar una vida hecha por nosotros mismos, en un mundo que se ha hecho a sí mismo. En efecto, hemos causado un tremendo desastre. Separados de la gracia, transitamos en la muerte cada día infernal.
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados”, Efesios 2:4-5.
Él creó este mundo y lo hizo bueno (Gn. 1:31). No va a permitir que una banda de pecadores lo eche a perder. No, el mismo Dios que ha pronunciado la maldición en respuesta a nuestro pecado ha pronunciado una bendición en respuesta a la maldición. Ha enviado a su Hijo a vivir la vida perfecta que Adán no vivió, a obedecer perfectamente, y sacrificarse perfectamente. Mientras que Adán y Eva buscaron “vivir para siempre” y entonces murieron, Jesucristo murió para que tuviéramos vida eterna.
Su resurrección, en cuerpo y gloria, constituye las primicias (1 Co. 15:20) de las resurrecciones aún por venir para aquellos que confían en Él. Y un día Él volverá, escoltándonos a nuevos cielos y una nueva tierra (Is. 65:17; 2 P. 3:13; Ap. 21:1), donde sus criaturas redimidas puedan caminar en paz con Él por toda la eternidad futura.
Este mundo es lo que hemos hecho de él. Una tierra maldita donde Satanás deambula libremente. Sin embargo, el mundo que anhelamos es aquel que el Señor está haciendo a través de su Hijo y su Espíritu.
El infierno estará lleno de hombres y mujeres que se hicieron a sí mismos.
Hay solo una cosa que te queda por hacer: niégate a ti mismo, toma tu cruz cada día, y síguelo (Lc. 9:23).
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