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General: PARABOLA DEL FARICEO Y EL PUBLICANO PARTE 4
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Atlacath  (Mensaje original) Enviado: 27/03/2020 16:15

 

Las similitudes.

 

El fariseo y el publicano en realidad tenían muchas de sus creencias fundamentales en común. Ambos entendía que las escrituras del Antiguo Testamento revelan el verdadero Dios: YHWH. Ambos creían en El como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; el Dios que dio su Palabra por medio de Moisés, David y todos los profetas. Ambos creían en el sacerdocio del Antiguo Testamento y el sistema de sacrificios. Su creencia en estas cosas es lo que les llevo a ambos al templo.

            Esto significa que el fariseo creía en la necesidad de expiación. Nadie con el conocimiento de la ley que tenía un fariseo podía creer que estuviera totalmente libre de pecado. Pero al parecer, pensaba que se había ganado el derecho de ser perdonado. En otras palabras, creía que había expiado de manera eficaz por sus propios pecados. Pensaba que sus buenas obras superaban y anulaban sus faltas. Había ofrecido los sacrificios necesarios. Había actuado mucho mejor que la mayoría. Sin duda, si las buenas obras y la devoción religiosa pudieran inclinar la balanza de la justicia divina a favor de alguien, este fariseo estaría entre las personas que merecían un lugar de gran honor. Esta es la forma en que la mayoría de las personas religiosas piensan. La mayoría no es reacia a confesar que ha pecado; al parecer, no puede considera el hecho de que sus buenas obras no pueden ganar algún merito para ellos. Piensan que Dios va a perdonar las cosas malas que han hecho porque se han ganado su favor con buenas obras.

            El publicano quizá pensó de esta manera alguna vez, pero la vida le había llevado a la conclusión de que no tenía nada con lo que negociar el favor de Dios. Sus mejores obras estaban contaminadas por la verdad tan obvia de quien era en realidad en su corazón. La lección de Isaías 64:6 se le mostraba en toda su realidad: << Todos nosotros  somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia >>

            La miseria que debe haber sentido al llegar a este entendimiento era en realidad un don bondadoso de Dios, el precursor necesario para la redención del hombre. << Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse >> (2 Corintios 7:10).

La principal diferencia.

La diferencia fundamental entre el fariseo y el publicano se reduce a una muy clara y obvia distinción entre los dos hombres. El fariseo pensó que podría agradar a Dios por su cuenta: el cobrador de impuestos sabía que no podía. El publicano se arrepintió verdaderamente; el fariseo parecía no sentir necesidad de arrepentimiento. Esta misma distinción nos divide a todos en dos categorías claras.

            Varias lecciones claves surgen del contraste vivido que Jesús hace entre estos dos hombres. Por un lado, el ministerio del evangelio verdadero debe conducir a los pecadores a un arrepentimiento. No es suficiente decirles a los pecadores que Dios los ama y tiene un plan maravilloso para sus vidas. Antes de que el evangelio pueda llegar a ser verdaderamente buenas noticias, el pecador debe haberse enfrentado con las malas noticias de la ley.

            Abundan personas religiosas que creen muchas cosas que son bíblicas. Profesan fe en Jesucristo. Cantan himnos acerca de la cruz y la resurrección. La mayoría confiesa libremente que han pecado. Pero demasiadas personas (incluso en las iglesias evangélicas solidas) no ven la verdadera gravedad de su pecado. Piensan que son lo bastante buenas, caritativas o religiosas para anular cualquier culpa en que incurran por pecar. Esto es lo que creía el fariseo.

            Pero observe como el recaudador de impuestos oro: << Dios, se propicio a mi >>. Esta frase es muy importante. El lenguaje que el utilizo no es un alegato general de clemencia; estaba utilizando el lenguaje de la expiación. En el texto griego, la expresión es hilaskoti moi,  << sea propicio para mí >>. Esto no quiere decir << muéstrame tolerancia >>; esta habría sido una palabra diferente. Pero la palabra que Jesús utiliza en esta parábola es una forma del verbo griego hilaskomai, que significa << ser apaciguado >>. Sabiendo que nunca podría expiar su propio pecado, el recaudador de impuestos estaba esencialmente pidiendo a dios que hiciera expiación a favor de él. No le pidió que pasara por alto su pecado o lo ignorara; le estaba suplicando a Dios que hiciera lo que fuera necesario para que el (publicano) pudiera satisfacerlo a EL (Dios) y Dios lo librara de la condenación del pecado.

            El sabia que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23) y que  <> (Ezequiel 18:20). Tal vez pensó en las palabras de Abraham a Isaac:

<< Dios se proveerá de cordero para el holocausto >> (Génesis 22:8). Entendía la lección central del sistema de sacrificio, que << sin derramamiento de sangre no se hace remisión >> (Hebreos 9:22). << Porque la vida de la carne en la sangre esta, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona >> (Levítico 17:11).

            El recaudador de impuestos le confesó que era un pecador sin esperanza. Su misma postura demostró que era indigno de estar cerca del Lugar Santo. Sintió que no era digno ni siquiera de mirar al cielo. Estaba en una profunda angustia por su miseria. Lo único que podía hacer era abogar para que le fuera aplicada una expiación completa y eficaz.

            La actitud del fariseo había sido:  << Toma a este tipo y lánzalo fuera de la puerta oriental con el resto de la chusma que no pertenecen al monte del templo >>. Pero este no era el sentir de Dios.

 

Bien con Dios.

 

Jesús debe haber logrado fuertes manifestaciones de asombro e indignación de quienes le oían cuando afirmo: << Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro >> (Lucas 18:14). La palabra justificado en el texto griego es un participio pasivo perfecto:           << habiendo sido justificado >> El esta describiendo aquí un tiempo pasado, una realidad ya terminada, al igual que Romanos 5:1: << Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo >> (1bla). El resultado es una posesión en tiempo presente, al igual que Romanos 8:1: << Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús >>. El recaudador de impuestos ahora era permanentemente recto ante Dios.

            Esto había hecho añicos las sensibilidades teológicas de los fariseos. Pero cuando Jesús dijo: Os digo que… >>, estaba dejando claro que no tenía necesidad de citar a algún rabino eminente o escriba. No estaba considerando doctrinas de la tradición judía; estaba hablando con absoluta autoridad divina. Dios encarnado, el santo de Israel, el inmaculado y sin pecado cordero de Dios, estaba enseñando que en un momento de gracia el pecador más grande puede ser declarado justo de manera instantánea, sin realizar ninguna obra, sin ganar ningún merito, sin seguir ningún ritual ni justicia propia alguna.

            El punto de vista de Jesús es bastante claro. Estaba enseñando que la justificación es solo por la fe. Toda la teología de la justificación está ahí. Pero sin profundizar en la teología abstracta, con una parábola Jesús ha pintado claramente el cuadro para nosotros.

 

Un decreto forense de Dios.

 La justificación de este publicano fue una realidad instantánea. Dios lo declaro justo de la misma manera que un juez da el veredicto sobre el acusado: por un decreto forense. No hubo ningún proceso, ningún lapso de tiempo, ni temor al purgatorio. El << descendió a su casa justificado >> (Lucas 18:14), no por algo que había  hecho, sino por lo que se había hecho a favor de él.

            Recuerde, el recaudador de impuestos entendía plenamente su propia impotencia. Tenía una deuda imposible que él sabía que no podía pagar. Lo único que podía hacer era arrepentirse y suplicarle a Dios que le proveyera expiación. No se ofreció a hacer algo para Dios. Estaba en busca de que Dios hiciera algo por él, lo que no podía hacer por sí mismo. Esta es la clase de penitencia que Jesús pide.

 

 Solo por fe.

            El recaudador de impuestos se fue plenamente justificado sin realizar ninguna obra de penitencia, sin hacer ningún sacramento o ritual, sin ningún tipo de obras meritorias. Su justificación fue completa sin ninguna de esas cosas; ocurrió únicamente sobre la base de la fe. Todo lo necesario para expiar su pecado y ofrecerle perdón se había hecho a su favor. Fue justificado por la fe en aquel mismo momento.

            Una vez más, esto constituyo un gran contraste con la forma en que pensaba el fariseo petulante. El estaba seguro que todos sus ayunos y diezmos y otras obras lo habían hecho aceptable ante dios. Pero el fariseo estaba completamente equivocado. La justicia que verdaderamente justifica no se adquiere por la obediencia legal o por obras de cualquier tipo; hay que obtenerla por fe.

 

Una justicia imputada.

            La declaración de Cristo de que este hombre estaba justificado no era ficción. No era un truco o un juego de palabras. Dios no puede mentir. Así que, ¿de dónde el publicano obtuvo una justicia que excedía a la del fariseo (Mateo 5:20)? ¿Como podía un recaudador de impuestos traidor convertirse en justo ante los ojos de Dios?

            La única respuesta posible es que recibió una justicia que no era la suya (cp. Filipenses 3:9) La justicia le fue imputada a el por fe (Romanos 4:9-11).

            ¿De quién era la justicia que le fue contada? Solo podía ser la perfecta justicia de un sustituto impecable, quien a su vez deberá llevar los pecados del publicano y sufrir es castigo de la ira de Dios en su lugar. El evangelio nos dice que esto es precisamente lo que hizo Jesús.

            Esta es la única manera en que un recaudador de impuestos podría ser justificado. Dios debe declararlo justo, imputándole la justicia plena y perfecta de Cristo, perdonándole de toda maldad y librándole de toda condenación. A partir de ese momento y para siempre, el pecador justificado permanece ante Dios en una justicia perfecta que ha sido contada a su favor. Esto es lo que significa la justificación. Es el único evangelio verdadero. Cualquier otro aspecto de la doctrina bíblica de la salvación emana de esta verdad fundamental. Como J. L. Packer escribió una vez: << La doctrina de la justificación por fe es como Atlas lleva el mundo sobre sus hombros, todo el conocimiento evangélico de la salvación por gracia >> Una correcta comprensión de la justificación por fe es el fundamento mismo del evangelio. Si se está equivocado en este asunto, es muy probable que también esto corrompa cualquier otra doctrina.

            Lo que esta parábola ilustra es el verdadero evangelio. Todo lo que cualquier pecador puede hacer es recibir el don mediante la fe penitente, en la creencia de que una expiación perfecta se debe hacer, la que ha sido hecha por Cristo, y que satisface la ira de Dios contra el pecado. El que conto esta historia es el que hizo la expiación: Jesucristo. No hay salvación en ningún otro nombre.

Una breve conclusión.

 

Nuestro Señor termina esta magnífica historia con un simple proverbio: << Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido >> (Lucas 18:14). La palabra enaltecido en este contexto es sinónimo de justificación. El que se humille a sí mismo en fe arrepentida obtendrá justicia.

            En sentido estricto, solo Dios es verdaderamente exaltado y por lo tanto, solo Dios puede exaltar a los hombres. El hace esto al conferirles la justicia perfecta de Cristo. Así que la exaltación aquí incluye la salvación del pecado y la condenación, la reconciliación con Dios, la plena justificación y membrecía en el reino eterno de Cristo.

            Todos los esfuerzos para lograrlo por su cuenta le dejaran humillado. Así que << cualquiera que se enaltece >>, es decir, aquellos que piensan que pueden salvarse a sí mismos, adquirir justicia propia o meritos con Dios por sus propias obras, << ser humillado >>. Sera << Humillado >> en el sentido más severo de esta palabra: aplastado bajo el juicio divino, sufriendo pérdida eterna y castigo eterno. El camino de la exaltación propia siempre termina en el juicio eterno, porque << Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes >>            (1 Pedro 5:5, Santiago 4:6).

            Para decirlo de otra manera: los malvados piensan que son buenos. Los salvos saben que son malos. Los malvados creen que el reino de dios es para los que son dignos de ellos. Los salvos saben que el reino de Dios es para aquellos que sedan cuenta de lo indigno que son. Los malvados creen que el reino de Dios es  para los que son dignos de ellos. Los salvos saben que el reino de Dios es para aquellos que se dan cuenta de lo indignos que son. Los malvados creen que la vida eterna se gana. Los salvos saben que es un regalo. Los malvados buscan el elogio de Dios. Los salvos buscan su perdón.

Y El concede el perdón mediante la obra de Cristo. << Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se glorié >> (Efesios 2:6-9).

 

 



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