Las similitudes.
El fariseo y el publicano en realidad tenían
muchas de sus creencias fundamentales en común. Ambos entendía que las
escrituras del Antiguo Testamento revelan el verdadero Dios: YHWH. Ambos creían
en El como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; el Dios que dio su Palabra
por medio de Moisés, David y todos los profetas. Ambos creían en el sacerdocio
del Antiguo Testamento y el sistema de sacrificios. Su creencia en estas cosas
es lo que les llevo a ambos al templo.
Esto
significa que el fariseo creía en la necesidad de expiación. Nadie con el
conocimiento de la ley que tenía un fariseo podía creer que estuviera
totalmente libre de pecado. Pero al parecer, pensaba que se había ganado el
derecho de ser perdonado. En otras palabras, creía que había expiado de manera
eficaz por sus propios pecados. Pensaba que sus buenas obras superaban y
anulaban sus faltas. Había ofrecido los sacrificios necesarios. Había actuado
mucho mejor que la mayoría. Sin duda, si las buenas obras y la devoción
religiosa pudieran inclinar la balanza de la justicia divina a favor de
alguien, este fariseo estaría entre las personas que merecían un lugar de gran honor.
Esta es la forma en que la mayoría de las personas religiosas piensan. La mayoría
no es reacia a confesar que ha pecado; al parecer, no puede considera el hecho
de que sus buenas obras no pueden ganar algún merito para ellos. Piensan que
Dios va a perdonar las cosas malas que han hecho porque se han ganado su favor
con buenas obras.
El
publicano quizá pensó de esta manera alguna vez, pero la vida le había llevado
a la conclusión de que no tenía nada con lo que negociar el favor de Dios. Sus
mejores obras estaban contaminadas por la verdad tan obvia de quien era en
realidad en su corazón. La lección de Isaías
64:6 se le mostraba en toda su realidad: << Todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras
justicias como trapo de inmundicia >>
La
miseria que debe haber sentido al llegar a este entendimiento era en realidad
un don bondadoso de Dios, el precursor necesario para la redención del hombre.
<< Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para
salvación, de que no hay que arrepentirse >> (2 Corintios 7:10).
La principal diferencia.
La diferencia fundamental entre el fariseo y el
publicano se reduce a una muy clara y obvia distinción entre los dos hombres.
El fariseo pensó que podría agradar a Dios por su cuenta: el cobrador de
impuestos sabía que no podía. El publicano se arrepintió verdaderamente; el
fariseo parecía no sentir necesidad de arrepentimiento. Esta misma distinción
nos divide a todos en dos categorías claras.
Varias
lecciones claves surgen del contraste vivido que Jesús hace entre estos dos
hombres. Por un lado, el ministerio del evangelio verdadero debe conducir a los
pecadores a un arrepentimiento. No es suficiente decirles a los pecadores que
Dios los ama y tiene un plan maravilloso para sus vidas. Antes de que el
evangelio pueda llegar a ser verdaderamente buenas noticias, el pecador debe
haberse enfrentado con las malas noticias de la ley.
Abundan
personas religiosas que creen muchas cosas que son bíblicas. Profesan fe en
Jesucristo. Cantan himnos acerca de la cruz y la resurrección. La mayoría
confiesa libremente que han pecado. Pero demasiadas personas (incluso en las
iglesias evangélicas solidas) no ven la verdadera gravedad de su pecado.
Piensan que son lo bastante buenas, caritativas o religiosas para anular
cualquier culpa en que incurran por pecar. Esto es lo que creía el fariseo.
Pero
observe como el recaudador de impuestos oro: << Dios, se propicio a mi
>>. Esta frase es muy importante. El lenguaje que el utilizo no es un
alegato general de clemencia; estaba utilizando el lenguaje de la expiación. En
el texto griego, la expresión es hilaskoti
moi, << sea propicio para mí
>>. Esto no quiere decir << muéstrame tolerancia >>; esta
habría sido una palabra diferente. Pero la palabra que Jesús utiliza en esta
parábola es una forma del verbo griego hilaskomai,
que significa << ser apaciguado >>. Sabiendo que nunca podría
expiar su propio pecado, el recaudador de impuestos estaba esencialmente
pidiendo a dios que hiciera expiación a favor de él. No le pidió que pasara por
alto su pecado o lo ignorara; le estaba suplicando a Dios que hiciera lo que
fuera necesario para que el (publicano) pudiera satisfacerlo a EL (Dios) y Dios
lo librara de la condenación del pecado.
El
sabia que la paga del pecado es muerte (Romanos
6:23) y que <> (Ezequiel 18:20).
Tal vez pensó en las palabras de Abraham a Isaac:
<< Dios se proveerá de cordero para el holocausto
>> (Génesis 22:8). Entendía la
lección central del sistema de sacrificio, que << sin derramamiento de
sangre no se hace remisión >> (Hebreos
9:22). << Porque la vida de la carne en la sangre esta, y yo os la he
dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará
expiación de la persona >> (Levítico
17:11).
El
recaudador de impuestos le confesó que era un pecador sin esperanza. Su misma
postura demostró que era indigno de estar cerca del Lugar Santo. Sintió que no
era digno ni siquiera de mirar al cielo. Estaba en una profunda angustia por su
miseria. Lo único que podía hacer era abogar para que le fuera aplicada una
expiación completa y eficaz.
La
actitud del fariseo había sido: <<
Toma a este tipo y lánzalo fuera de la puerta oriental con el resto de la
chusma que no pertenecen al monte del templo >>. Pero este no era el
sentir de Dios.
Bien con Dios.
Jesús debe haber logrado fuertes manifestaciones
de asombro e indignación de quienes le oían cuando afirmo: << Os digo que
este descendió a su casa justificado antes que el otro >> (Lucas 18:14). La palabra justificado en el texto griego es un
participio pasivo perfecto:
<< habiendo sido justificado >> El esta describiendo aquí un
tiempo pasado, una realidad ya terminada, al igual que Romanos 5:1: << Por tanto, habiendo sido justificados por la
fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo >> (1bla). El resultado es una posesión en
tiempo presente, al igual que Romanos
8:1: << Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús >>. El recaudador de impuestos ahora era permanentemente
recto ante Dios.
Esto
había hecho añicos las sensibilidades teológicas de los fariseos. Pero cuando Jesús
dijo: Os digo que… >>, estaba dejando claro que no tenía necesidad de
citar a algún rabino eminente o escriba. No estaba considerando doctrinas de la
tradición judía; estaba hablando con absoluta autoridad divina. Dios encarnado,
el santo de Israel, el inmaculado y sin pecado cordero de Dios, estaba
enseñando que en un momento de gracia el pecador más grande puede ser declarado
justo de manera instantánea, sin realizar ninguna obra, sin ganar ningún
merito, sin seguir ningún ritual ni justicia propia alguna.
El
punto de vista de Jesús es bastante claro. Estaba enseñando que la
justificación es solo por la fe. Toda la teología de la justificación está ahí.
Pero sin profundizar en la teología abstracta, con una parábola Jesús ha
pintado claramente el cuadro para nosotros.
Un decreto forense de Dios.
La
justificación de este publicano fue una realidad instantánea. Dios lo declaro
justo de la misma manera que un juez da el veredicto sobre el acusado: por un
decreto forense. No hubo ningún proceso, ningún lapso de tiempo, ni temor al
purgatorio. El << descendió a su casa justificado >> (Lucas 18:14), no por algo que había hecho, sino por lo que se había hecho a favor
de él.
Recuerde,
el recaudador de impuestos entendía plenamente su propia impotencia. Tenía una
deuda imposible que él sabía que no podía pagar. Lo único que podía hacer era
arrepentirse y suplicarle a Dios que le proveyera expiación. No se ofreció a
hacer algo para Dios. Estaba en busca de que Dios hiciera algo por él, lo que
no podía hacer por sí mismo. Esta es la clase de penitencia que Jesús pide.
Solo por
fe.
El
recaudador de impuestos se fue plenamente justificado sin realizar ninguna obra
de penitencia, sin hacer ningún sacramento o ritual, sin ningún tipo de obras
meritorias. Su justificación fue completa sin ninguna de esas cosas; ocurrió
únicamente sobre la base de la fe. Todo lo necesario para expiar su pecado y
ofrecerle perdón se había hecho a su favor. Fue justificado por la fe en aquel
mismo momento.
Una
vez más, esto constituyo un gran contraste con la forma en que pensaba el
fariseo petulante. El estaba seguro que todos sus ayunos y diezmos y otras
obras lo habían hecho aceptable ante dios. Pero el fariseo estaba completamente
equivocado. La justicia que verdaderamente justifica no se adquiere por la
obediencia legal o por obras de cualquier tipo; hay que obtenerla por fe.
Una justicia imputada.
La
declaración de Cristo de que este hombre estaba justificado no era ficción. No
era un truco o un juego de palabras. Dios no puede mentir. Así que, ¿de dónde
el publicano obtuvo una justicia que excedía a la del fariseo (Mateo 5:20)? ¿Como podía un recaudador
de impuestos traidor convertirse en justo ante los ojos de Dios?
La
única respuesta posible es que recibió una justicia que no era la suya (cp. Filipenses 3:9) La justicia le fue
imputada a el por fe (Romanos 4:9-11).
¿De quién era la justicia que le fue
contada? Solo podía ser la perfecta justicia de un sustituto impecable, quien a
su vez deberá llevar los pecados del publicano y sufrir es castigo de la ira de
Dios en su lugar. El evangelio nos dice que esto es precisamente lo que hizo Jesús.
Esta
es la única manera en que un recaudador de impuestos podría ser justificado.
Dios debe declararlo justo, imputándole la justicia plena y perfecta de Cristo,
perdonándole de toda maldad y librándole de toda condenación. A partir de ese
momento y para siempre, el pecador justificado permanece ante Dios en una
justicia perfecta que ha sido contada a su favor. Esto es lo que significa la
justificación. Es el único evangelio verdadero. Cualquier otro aspecto de la
doctrina bíblica de la salvación emana de esta verdad fundamental. Como J. L.
Packer escribió una vez: << La doctrina de la justificación por fe es
como Atlas lleva el mundo sobre sus hombros, todo el conocimiento evangélico de
la salvación por gracia >> Una correcta comprensión de la justificación
por fe es el fundamento mismo del evangelio. Si se está equivocado en este
asunto, es muy probable que también esto corrompa cualquier otra doctrina.
Lo
que esta parábola ilustra es el verdadero
evangelio. Todo lo que cualquier pecador puede hacer es recibir el don
mediante la fe penitente, en la creencia de que una expiación perfecta se debe
hacer, la que ha sido hecha por Cristo, y que satisface la ira de Dios contra
el pecado. El que conto esta historia es el que hizo la expiación: Jesucristo.
No hay salvación en ningún otro nombre.
Una breve conclusión.
Nuestro Señor termina esta magnífica historia
con un simple proverbio: << Porque cualquiera que se enaltece, será
humillado; y el que se humilla será enaltecido >> (Lucas 18:14). La palabra enaltecido en este contexto es sinónimo
de justificación. El que se humille a sí mismo en fe arrepentida obtendrá
justicia.
En
sentido estricto, solo Dios es verdaderamente exaltado y por lo tanto, solo Dios
puede exaltar a los hombres. El hace esto al conferirles la justicia perfecta
de Cristo. Así que la exaltación aquí incluye la salvación del pecado y la
condenación, la reconciliación con Dios, la plena justificación y membrecía en
el reino eterno de Cristo.
Todos
los esfuerzos para lograrlo por su cuenta le dejaran humillado. Así que
<< cualquiera que se enaltece >>, es decir, aquellos que piensan
que pueden salvarse a sí mismos, adquirir justicia propia o meritos con Dios
por sus propias obras, << ser humillado >>. Sera << Humillado
>> en el sentido más severo de esta palabra: aplastado bajo el juicio
divino, sufriendo pérdida eterna y castigo eterno. El camino de la exaltación
propia siempre termina en el juicio eterno, porque << Dios resiste a los
soberbios, y da gracia a los humildes >> (1 Pedro 5:5, Santiago 4:6).
Para
decirlo de otra manera: los malvados piensan que son buenos. Los salvos saben
que son malos. Los malvados creen que el reino de dios es para los que son
dignos de ellos. Los salvos saben que el reino de Dios es para aquellos que
sedan cuenta de lo indigno que son. Los malvados creen que el reino de Dios
es para los que son dignos de ellos. Los
salvos saben que el reino de Dios es para aquellos que se dan cuenta de lo indignos
que son. Los malvados creen que la vida eterna se gana. Los salvos saben que es
un regalo. Los malvados buscan el elogio de Dios. Los salvos buscan su perdón.
Y El concede el
perdón mediante la obra de Cristo. << Porque por gracia sois salvos por medio
de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que
nadie se glorié >> (Efesios
2:6-9).