Hoy, cuando los cristianos experimentan gozo, tiene un impacto mucho más poderoso en el mundo que hace décadas. ¿Por qué? Porque la tan dominante mentalidad de creerse con derecho en nuestra sociedad lleva a muchos a sentirse justificados en su ira. Podemos pensar: “El gobierno, mi empleador, mi familia, ¡alguien seguramente! me debe mucho. Tengo derecho porque mi vida ha sido dura. No tienes idea por lo que he pasado”. A menudo hay un profundo resentimiento en ese tipo de queja.
Si analizas cuidadosamente los asuntos internacionales, la política nacional, los programas de radio, los blogs, las disputas laborales y las relaciones raciales, te encontrarás con una epidemia mundial de veneno y amargura. Está en todas partes y, lamentablemente, también ha invadido el cuerpo de Cristo. Es exactamente lo contrario de la vida gozosa que Jesús pretendía para todos nosotros. “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11).
Siglos antes de que Jesús dijera esas palabras, el gozo ya se entendía como un aspecto importante en la vida del pueblo elegido de Dios. Moisés le dio al pueblo, instrucciones de que las bendiciones de Dios fueron otorgadas para que esté “verdaderamente alegre” (Deuteronomio 16:15). Disfrutar la presencia de Dios producía una alegría aún más profunda que cualquier bendición material (Salmos 21:6); y el pueblo de Dios debía celebrar continuamente su bondad “con jubilo” (Salmos 107:22).
Al cantar un cántico de gozo, no era sólo la letra o la melodía lo que hacía que la canción fuera adorable; los cantantes necesitaban un corazón de gozo por todo lo que el Señor había hecho por ellos. Dios estaba más interesado en los corazones alegres que en la capacidad vocal, por eso la actitud de David agradaba tanto a Dios. Aunque rodeado de enemigos y bajo un estrés intenso, David no se quejaba ni se amargaba. Más bien, iba al tabernáculo y hacía “sacrificios de júbilo”, diciendo: “Cantaré y entonaré alabanzas a Jehová” (Salmos 27:6).
Nosotros, los cristianos, hemos sido perdonados, limpiados, justificados y sellados con el Espíritu, ¡y viviremos eternamente con Cristo! El canto de gozo, los gritos de alabanza y la exuberante acción de gracias están ciertamente en orden. Aunque hay un tiempo en el que Dios nos dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10), también debemos recordar: “Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra; al Dios de Jacob aclamad con júbilo” (Salmos 81:1).
Jim Cymbala