Todos los cristianos conocen la Gran Comisión: hacer discípulos (Mt. 28:19). Con todo, muchos creyentes se sienten limitados cuando tratan de cumplirla; piensan que no están preparados o que no hay un lugar donde servir dentro de su iglesia local.
La tarea de hacer discípulos es para todo cristiano, y cada uno de nosotros podemos hacerla desde el lugar donde nos encontremos. La Biblia no enseña que solo los predicadores o misioneros deben discipular, y tampoco dice que esta tarea solo se cumple desde el púlpito o enseñando en un salón de clases. De esto trata el libro El enrejado y la vid.
Este recurso no es solo para pastores, sino para todo creyente que anhela entender cómo llevar a cabo su llamado a hacer discípulos.
Estas son solo cinco de las muchas cosas que aprendí leyendo este libro. Espero que te animen a explorarlo por ti mismo.
1. La Gran Comisión no es vayan, sino hagan discípulos
“Deberíamos asegurarnos de que la tarea de hacer discípulos sea nuestra principal labor en nuestro hogar, nuestro vecindario y nuestra iglesia” (p. 20).
Cuando leemos Mateo 28:18-20 tendemos a enfatizar el “vayan” en lugar del “hagan discípulos”. Caemos en el error de pensar que, mientras no vayamos lejos, no podemos discipular; menos aún cuando ni siquiera sabemos a dónde ir, y nos quedamos esperando algún llamado extraordinario.
Todos los creyentes somos el resultado de la misión de Dios y a la vez enviados a participar en la misma en donde quiera que estemos
El mandamiento de hacer discípulos nos enfoca no tanto en el dónde, sino en el qué. “Vayan” no se refiere necesariamente a ir a algún otro país; en un sentido, todos los creyentes son misioneros desde el primer día. Todos los creyentes somos el resultado de la misión de Dios y a la vez enviados a participar en la misma en donde quiera que estemos.
2. Las personas son más importantes que los programas
“Si cultivar la vid tiene que ver más con cultivar personas, necesitamos ayudarlas a crecer de manera individual, empezando por el nivel en el que se encuentran en ese momento” (p. 102).
Muchas iglesias locales tienden a enfocarse en la institución y los programas; las estructuras tradicionales se convierten en el punto central, perdiéndose de vista la misión de hacer discípulos.
En el periodo de plantación de una nueva iglesia, las preguntas más frecuentes de los familiares y amigos del equipo plantador son cosas como: ¿Habrá reunión de jóvenes? ¿Planifican las reuniones de mujeres en horario accesible? ¿Cuándo ensayan los de la alabanza?
Esto reduce la obra de plantación de iglesias a los programas y estrategias, que no son malas (de hecho, pueden ser muy buenas) pero quitan el enfoque de la misión de la Iglesia: hacer discípulos.
Estamos tan atados a los programas de discipulado que estos ahogan la manera orgánica de discipular. Algunos piensan que para poder tener reuniones de discipulado se necesita un material de estudio (que no todos pueden comprar) o reuniones de más de 10 personas (porque si no, no valen la pena). Al terminar el estudio esperamos que todos los que llevaron el material presenten el mismo nivel de madurez.
Hacer discípulos es un trabajo que es durante y para toda la vida cristiana
Aunque los resultados nos dicen una y otra vez que esto no funciona, seguimos haciéndolo. El discipulado uno a uno ha quedado en el olvido; nos importa más ver crecer los números en lugar del carácter. En medio de esto, seguimos perdiendo de vista nuestro objetivo, el cual “no es hacer miembros para la iglesia o para nuestra institución, sino verdaderos discípulos de Jesús” (p. 21).
3. Debemos desarrollar (y no usar) a las personas
“El riesgo de tener voluntarios tan dispuestos es que terminamos usándolos y explotándolos, y olvidamos capacitarlos. […] En vez de usar a nuestros voluntarios, deberíamos pensar en cómo alentarlos y ayudarlos a aumentar su conocimiento de Cristo y su amor por Él” (p. 26).
Es muy fácil decir que nuestros programas están enfocados en servir a las personas, mientras nos olvidamos de las personas voluntarias que están llevando a cabo los programas.
Los voluntarios de nuestras iglesias pueden estar tan llenos de responsabilidades que terminan desenfocándose de su misión de hacer discípulos y ocupándose solo de tareas que los desgastan semana tras semana, año tras año. Las muchas actividades les quitan el tiempo que necesitan para poder prepararse y ejercer su misión de hacer discípulos, enseñando a otros acerca del evangelio que los ha salvado.
4. Todo creyente es llamado a hacer discípulos y a ser discípulo
“La reunión de domingo es necesaria, pero no suficiente” (p. 105).
Hacer discípulos es un trabajo que es durante y para toda la vida cristiana. Desde el momento en que alguien recibe a Cristo tiene el Espíritu Santo y puede llevar a cabo la tarea de hacer discípulos.
Cada creyente es llamado a buscar ser discipulado por creyentes más maduros —con más experiencia en su caminar cristiano— y a la vez buscar un “hermano menor” para discipular. Esto no debe ser con una actitud de “yo solo aprendo de este o aquel” sino con humildad, aprendiendo de todos y recordando al mismo apóstol Pablo, que trataba a todos como sus hermanos y colaboradores.
La influencia que Dios nos permita tener debe ser usada para proclamar un solo Nombre, y no es el nuestro
Llevar a cabo esta tarea solo el domingo es muy difícil. Es necesario que continuamente, en la vida cotidiana, estemos creciendo juntos en el conocimiento del Señor.
5. Debemos desear el crecimiento del evangelio, no de nuestra iglesia local
“El crecimiento del evangelio se da en las vidas de las personas, no en las estructuras de la iglesia” (p. 98).
Lo importante de toda actividad en la que Dios nos permita servir es que el evangelio crezca y sea llevado por todo el mundo. Nuestro deseo no debe ser que que crezcan nuestras instituciones, ni mucho menos nuestra fama.
La influencia que Dios nos permita tener debe ser usada para proclamar un solo Nombre, y no es el nuestro. El crecimiento más importante es el de la propagación del evangelio y de los frutos de su mensaje en la vida de los creyentes.