El sol se levanta y se pone, y todas las personas de la tierra miran sus teléfonos. Su brillo hipnotizador nos despierta, nos escolta durante el día que tenemos por delante, informándonos de todo lo que nos perdimos mientras dormíamos. Nuestro pequeño compañero va con nosotros, llamándonos con cada notificación. Esperamos momentos tranquilos para echar un vistazo a la pantalla, escabullirnos del trabajo, los niños, o del aburrimiento hacia un lugar que promete deleite, bienestar, o incluso descanso.
Esta relación nos afecta más de lo que nos hemos dado cuenta.
Aún cuando utilizamos nuestros teléfonos para bien, para dar aliento a nuestros amigos, para escuchar las Escrituras, o para leer artículos como este, no podemos negar el poderoso lugar que ocupan en nuestras vidas. Sin nuestros teléfonos nos sentimos solos, inseguros, y desnudos, encontrando sutilmente seguridad en la presencia de ellos.
Hemos sido discipulados por nuestros teléfonos acerca de cómo luce comunicarse con Dios
Nuestros teléfonos también afectan nuestras vidas espirituales. Esas miradas habituales a una reconfortante pantalla no solo sustituyen nuestro instinto de orar. También amenazan los momentos en los que nos encontramos de rodillas. Muchas veces luchamos, porque inconscientemente hemos sido discipulados por nuestros teléfonos acerca de cómo luce comunicarse con Dios.
Inmediato, en lugar de paciente
El acceso al mundo está al alcance de nuestros dedos. Cualquier conocimiento que deseemos, nos lo puede proporcionar Google. Youtube o Pinterest nos ayudarán a aprender cualquier proceso que queramos. ¿Alguna persona que queramos contactar? Bueno, ¿qué aplicación debería usar? ¿Aún no ha contestado? Saltemos a Instagram o a Twitter mientras tanto.
Tendemos a llenar cada momento extraño o incómodo con distracción. Sin embargo, la oración requiere paciencia.
Nuestros teléfonos nos prometen un acceso inmediato, aliviando el sufrimiento que conlleva la espera
Recientemente, coloqué mi teléfono en el otro extremo de la habitación antes de un tiempo de oración. Mientras intentaba llevar las preocupaciones de mi corazón hacia Dios, fui desconcertada por la cantidad de impulsos para tomar mi teléfono. Nuestros teléfonos nos prometen un acceso inmediato, aliviando el sufrimiento que conlleva la espera. Pero no puede haber perseverancia sin sufrimiento, y no podemos cultivar la piedad sin perseverancia. La paciencia se adquiere cuando aprendemos a silenciar el torrente de información y nos enfocamos en la oración.
Los efectos residuales del uso constante del teléfono pueden reducir nuestra capacidad para procesar, haciéndonos incapaces de prolongar nuestras alabanzas y peticiones (o aún nuestro silencio) ante el Padre que nos ama y escucha cuando clamamos a Él (Sal. 62).
Los teléfonos también nos enseñan a esperar una respuesta inmediata. En la oración, sin embargo, puede que tengamos que esperar años, hasta toda una vida, antes de que Dios conteste. Esto es por nuestro bien, para que nuestro carácter pueda crecer en la espera y obtengamos más de Él.
Elaborado, en lugar de vulnerable
Antes de compartir con el mundo una palabra, imagen, o pensamiento pasamos tiempo elaborándolo hasta que quede perfecto. Preparamos un mensaje para nuestros seguidores. Vivimos teniendo en mente una audiencia, invitando a la gente a ser testigos de cada pequeña experiencia.
Sin embargo, cuando guardamos nuestros teléfonos y nos adentramos en la realidad en la que Dios es nuestra audiencia, quedamos congelados. No hemos ensayado nuestras líneas, y nos ponemos tensos porque no sabemos qué decir. Expresamos lo que sabemos (yo no debería estar ansioso) en lugar de lo que es cierto (estoy deshecho por la ansiedad).
Nuestra historia con los teléfonos nos ha enseñado que la comunicación debe ser elaborada con cuidado y editada minuciosamente antes de que sea digna de ser compartida.
En contraste, la oración expone nuestra vulnerabilidad y nos familiariza con ella hasta abrazarla. La oración debería “reconciliarnos con nuestra realidad de que somos indefensos”, como explica Tim Keller. Dios no se impresiona con nuestras palabras elocuentes; Él se deleita respondiendo los clamores que salen del corazón de los pobres y necesitados (Mt. 6:5-13).
Fácil, en lugar de incómodo
Nuestra relación con nuestros teléfonos con frecuencia nos ha arropado, enamorándonos con nuestro propio amor por lo fácil y lavando nuestros cerebros. Ha producido la falsa creencia de que las relaciones deberían ser tan fáciles como tocar la pantalla. La influencia de nuestros teléfonos puede hacer que deseemos profundidad sin esfuerzo, intimidad sin paciencia, y comunidad sin compromiso.
Cuando entramos en nuestro cuarto de oración sin nuestros teléfonos y nos percatamos de lo pequeños que somos, descubriendo lo difícil que es controlar nuestros pensamientos y curiosidad acerca de lo que está sucediendo fuera de esas cuatro paredes, entonces somos humillados. Cuando nuestros teléfonos nos han adormecido a través de la sobreestimulación, la oración despierta nuestros sentidos otra vez. Nuestros ojos se abren cuando los cerramos para considerar lo invisible.
Cuando nuestros teléfonos nos han adormecido a través de la sobreestimulación, la oración despierta nuestros sentidos otra vez
Sin embargo, es aquí, al darnos cuenta de nuestra pequeñez, donde finalmente podemos relacionarnos bien con Dios. Cuando nos arrojamos a su misericordia, su eterno consuelo nos da la bienvenida a una relación que no merecemos y nos da el valor para responder.
Aprende a orar de nuevo
Sin darnos cuenta, probablemente hemos mirado mensajes de texto, Instagram, Facebook, Voxer, Snapchat, y Marco Polo para que nos enseñen acerca de la comunión, el compañerismo, y la conversación. Estos puntos de referencia son defectuoso; discipuladores inadecuados para informar nuestras ideas sobre la comunicación.
Pero ¿cómo podemos desaprender aquello a lo que nos hemos acostumbrado?
A pesar de lo que puedas percibir en otros, nadie tiene un talento innato para orar. Es algo que se aprende con el tiempo, informado por la Palabra, motivado por la comunidad de creyentes, y ayudado por el Espíritu Santo mismo.
Comenzamos reconociendo nuestra necesidad. Reconocemos que nuestros teléfonos nos están moldeando más de lo que nos imaginamos, y confesamos nuestra necesidad de priorizar las disciplinas espirituales. Pedimos la ayuda del Señor, y permitimos que la Palabra nos guíe al relacionarnos con Él.
Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Manuel Bento Falcón.