Hace años leí un artículo de un amigo en el que tachaba el concepto de la oración como algo incoherente. Él partía de dos premisas. La primera, que el fin principal de la oración es obtener respuestas de Dios a ciertas peticiones. La segunda, que Dios conoce todas nuestras necesidades y deseos de antemano (Mt. 6:8). Mi amigo argumentó: si ambas premisas son verdaderas, ¿entonces cuál es el punto de orar? ¡No tiene sentido!
No recuerdo todo lo que sucedió en el diálogo interesante que tuvimos, pero cuando pienso en aquella conversación, no puedo evitar estar de acuerdo con la lógica de mi amigo escéptico. Si las premisas que él presentó son verdaderas, entonces es difícil ver el concepto de la oración como coherente. Sin embargo, el problema de su argumento es que la primera premisa es falsa. No puedo culpar a mi amigo por considerarla cierta, puesto que lamentablemente muchos cristianos hemos adoptado esa idea pragmática sobre la oración.
El propósito de la oración
¿Por qué pienso que la primera premisa es falsa? Porque de acuerdo a todo el consejo bíblico, podemos ver que el fin principal de la oración tiene mucho más que ver con cultivar una relación íntima y personal con Dios, que con obtener cosas de Él.[1] Como explica el teólogo Wayne Grudem: “Dios quiere que oremos porque la oración… lleva a una comunión más profunda con Dios y Él se encanta y se deleita en nuestra comunión con Él”.[2]
La oración cubre nuestra necesidad más grande: relacionarnos con Aquel del cual somos totalmente dependientes
En otras palabras, la oración es uno de los medios principales dispuestos por Dios para que desarrollemos nuestra dependencia e intimidad con Él. Nuestras peticiones, conocidas de antemano por Dios, son solo una extensión de esta relación que tenemos con Él.
Cualquiera que se haya detenido para observar, por ejemplo, el tipo de oraciones tan gráficas y vivas que abundan en los Salmos podría comprender con facilidad que, más allá de las peticiones, los elementos de dependencia, confianza, y afecto por Dios tienen mayor preeminencia en las mismas (ver. Sal. 23:1-6; 27:1; 42:11; 56:10-11; 139:13-17).
El fin principal de la oración es cubrir nuestra necesidad más grande: relacionarnos directamente con Aquel del cual somos totalmente dependientes. No por una necesidad que Él tuviese, sino por nuestra necesidad de Él.
La analogía del hogar
No podemos concebir la idea de un padre perfecto y bueno que conozca y provea para todas las necesidades físicas de sus hijos, pero que no pase tiempo cultivando su relación personal con ellos, donde la comunicación sea prácticamente nula. Si necesitamos íntima comunión con Dios, nuestro Padre celestial, y si la misma aumenta nuestra dependencia hacia Él, es capaz de dar aliento a nuestras almas, y resulta en nuestra conformación a la imagen de Cristo, ¿por qué nos sorprende que Dios haya ordenado la oración?
Dios ordenó la oración como el medio por el cual podemos tener comunión con Él gracias a su obra en la cruz
La oración, en su más básica definición, es una comunicación personal e intencional con Dios. Presuponer que la oración es esencialmente acerca de peticiones es presuponer que Dios es más como un genio de la lámpara que un Padre Celestial. George McDonald, un ministro escocés del siglo XVIII, cuando fue interrogado sobre el propósito de la oración a la luz de que Dios ya conoce nuestras necesidades, lo explicó de esta manera:
“¿Qué tal si la razón es que Él conoce que la oración es aquello que necesitamos más que todas las otras cosas? ¿Qué tal si el objeto principal de la idea de Dios acerca de la oración es el suplir nuestra gran e interminable necesidad—nuestra necesidad de Dios? ¿Qué tal si el bien de todas nuestras necesidades más bajas se encuentran en que ellas nos guían a Dios? La comunión con Dios es la única necesidad del alma que va más allá de todas las demás; la oración es el comienzo de esta comunión”.[3]
¿Tiene sentido orar al Dios que lo conoce todo? ¡Sí! Él ordenó la oración como el medio por el cual podemos tener comunión con Él gracias a su obra en la cruz.
[1]También podemos inferir y añadir que otro de los fines principales de la oración es una invitación de la Divinidad a que participemos junto con Él dentro del avance del Reino de Dios en nuestras vidas y en el mundo. Por ejemplo, dentro de las peticiones de las oraciones paulinas en la Biblia, gran parte del énfasis siempre estuvo en la transformación interior de sus correspondientes (cf. Fil. 1:9-11; Col. 1:9-10; Ef. 3:16; 2 Co. 13:7; 1 Ts. 5:23-24) y oportunidades para la predicación del evangelio (cf. Col. 4:3-4; Ef. 6:19-20 2 Ts. 3:1).
[2]Wayne Grudem, Systematic Theology, 3ra ed., 376-77. Grudem también señala el aspecto invitacional de la oración a participar de lo que Dios está haciendo para avanzar su Reino. Este aspecto, descrito en la nota al pie anterior, es un privilegio para el creyente. En ese sentido, Dios literalmente nos hace partícipes de su obra redentora en nuestras vidas, comunidades, y el mundo, a través de la oración. Desde un punto de vista cristiano esta realidad es una dicha y gozo, no una manipulación pragmática centrada en el yoísmo.
[3]Citado en: Ronald Hein, ed., Creation in Christ, 317.