Ya
pasada la medianoche en la autopista 95 del estado de Florida, en los Estados
Unidos, John Shane estaba por terminar un viaje de ocho horas conduciendo su
camión de transporte. De repente ocurrió algo increíble.
Un
conductor borracho que venía de frente cruzó la línea divisoria y se estrelló
contra el enorme camión. El borracho se mató en el acto, y John quedó
aprisionado entre los hierros de su cabina. Pero eso no era todo.
Allí
aprisionado, John oyó un zumbido aterrador. Él sabía que procedía de la carga
que llevaba: nada menos que cinco millones de abejas. Muchas de las cajas se
habían roto, y los feroces insectos habían comenzado a invadir su cabina.
John sabía que las picaduras podían costarle la vida, pero no podía moverse.
Alguien
que pasaba reportó el accidente, y policías, bomberos, equipos de auxilio y
expertos en abejas llegaron en cuestión de minutos.
El
trabajo era doble. Había que controlar los miles de abejas que amenazaban a
John mientras lo rescataban de su encierro.
Tres
horas después del accidente, y lleno de picaduras, llevaron a John al
hospital. «Un aguijonazo más que le hubieran dado las abejas —concluyeron los
médicos—, y este hombre habría muerto intoxicado.»
Si
hay algo que horroriza, es el zumbido de una abeja que revolotea cerca de
nuestra cabeza. ¡Qué diremos entonces de cinco millones que quieren meterse
en la cabina de nuestro vehículo! ¿Habrá peor angustia?
Y
sin embargo hay abejas que, si bien no se meten en nuestro coche, sí se meten
en nuestra vida. No son de las que invadieron la cabina de John Shane, pero
pudiera llamárseles abejas como quiera, pues tienen su propio aguijón, y
pican e inyectan y envenenan y matan.
Las
tales abejas son las palabras ásperas que con insolencia proferimos. El
insulto que el jefe le da a su empleado que le ha servido con lealtad durante
muchos años. El ultraje que el padre profiere contra su hijo en momentos de
ira irresponsable. El mal genio con que el marido insulta y hiere a su
esposa, hasta lo más íntimo. Estas son punzadas que hieren en lo más profundo
del alma.
¿Qué
hacer si nos hemos dado al hábito de ofender e insultar? Si de veras queremos
cambiar, comencemos pidiendo perdón, que es lo que más nos hace falta.
Jesucristo dijo: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Pidámosle a Cristo que
cambie nuestro corazón. Él quiere darnos una nueva vida.
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