Sentado en mi oficina en casa un día de verano, las persianas estaban abiertas y el sol de la mañana brillaba a través de las láminas. Estaba hablando con alguien por teléfono y recuerdo que un rayo de sol directo, un rayo de luz increíblemente brillante, estaba enfocado en mi rodilla. Cuando la persona que llamó dijo algo gracioso, me reí y palmoteé mi rodilla. Tan pronto como me golpeé los pantalones, una nube de algo, tal vez polvo, se elevó y llenó el aire. Llevaba un par de pantalones recién lavados, ¡pero un ejército de micropartículas había estado acampando en mis pantalones! Había palmoteado mi pierna muchas veces antes, y probablemente salía una nube cada vez que lo hacía, pero hasta ese día, nunca la había visto. Sólo a través de la intensa luz pude ver las microscópicas partículas de polvo en mis aparentemente limpios pantalones.
El Espíritu Santo es como esa luz. Podemos pensar que lo estamos haciendo bien, pero cuando esa luz brilla sobre nosotros, vemos muchas cosas que nunca antes habíamos visto. A medida que el Espíritu Santo gana más control sobre nuestras vidas, obtenemos una nueva perspectiva sobre el pecado. Las cosas que antes no nos molestaban, de pronto, nos incomodan. Sentimos convicción por cosas que parecían estar bien al principio de nuestro caminar cristiano.
Si una persona no tiene una creciente sensibilidad hacia el pecado y carece del deseo de llegar a ser más como Cristo, es cuestionable si esa persona tuvo alguna vez una conversión auténtica. Se producen conversiones falsas. Es posible tener una afirmación mental de que hay un Dios y que Jesús es su Hijo. Según Santiago, “también los demonios creen, y tiemblan (Santiago 2:19). Pero en una verdadera conversión espiritual, siempre veremos ternura de corazón, una nueva confianza en Cristo y el deseo de ser más como él. Ese ha sido el patrón durante más de dos mil años. Reconocer nuestro pecado no es suficiente. Sentir dolor por éste, demuestra que Dios está obrando.
La obra del Espíritu en nosotros se logra al rendirnos a su deseo y mover. Él quiere obrar en el nivel más profundo de nuestro ser, el lugar donde se forman nuestros pensamientos, deseos y planes. Por eso Pablo escribió: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12-13).
pr. Jim Cymbala