“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Juan 15:16).
Estoy convencido por las Escrituras de que sólo hay un propósito central para todos los creyentes. Nuestros llamamientos específicos se concentran en este único propósito; y todo don surge de él. Si perdemos este propósito, todos nuestros deseos y búsquedas serán en vano. Este propósito es simplemente este: Todos somos llamados y elegidos para dar fruto.
Dar fruto significa algo mucho más grande que incluso ganar almas. El fruto del que habla Jesús es la semejanza a Cristo, reflejar la semejanza de Jesús. Y la frase “mucho fruto” significa “la siempre creciente semejanza de Cristo”.
Crecer cada vez más a la semejanza de Jesús tiene que ser fundamental para todas nuestras actividades, estilo de vida y relaciones. De hecho, todos nuestros dones y llamamientos, nuestro trabajo, ministerio y testimonio, deben fluir de este propósito central.
El propósito de Dios para nosotros no puede cumplirse por lo que hacemos por Cristo, sólo se puede cumplir por lo que nos convertimos en él. Estamos siendo transformados a su semejanza cada día mientras lo buscamos.
“Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). El mensaje de Pablo aquí es simple: “Todas las cosas deben estar obrando para bien en la vida de aquellos que aman a Dios y andan en sus caminos”.
Las personas más útiles en la iglesia de Jesucristo son las que tienen ojos para ver y oídos para oír. Sí, algunas personas están haciendo grandes cosas que son vistas y oídas por muchos, pero algunas de esas mismas personas no tienen ojos para ver las necesidades de las personas heridas. Son personas ‘orientadas a los proyectos’, más que ‘orientadas a la necesidad’.
Jesús ve todas las necesidades y heridas alrededor de nosotros y necesitamos ver con sus ojos, para ver las mismas cosas. Este es el amor de Cristo: tener “ojos para ver y oídos para oír”.
Que tengas oídos para oír lo que Dios te está diciendo y que ames a los demás de hecho y en verdad.
DAVID WILKERSON