Pedir perdón
así de simple.
Perdoname, estuve mal.
Seguramente me pierda algo
del estúpido placer de creer que tengo razón
y sentirme a salvo.
Te pido perdón.
Y bueno, las palabras se demoran en mi boca
porque esperaba que fuese al revés,
que alguien me pidiera perdón a mí,
en una de esas
mi error quedaba escondido detrás de un par de culpas ajenas
y alcanzaba la alegría de los idiotas.
Te pido perdón otra vez.
Pensé que era un trago amargo y humillante
pero ahora que lo bebo
es dulce y liberador
y aunque sea tarde
te pido perdón otra vez
por no haberlo hecho antes.
Estos versos son de mi primo Alejandro Bedrossian. Te comento sólo algunos de los tantos pensamientos que me genera lo que acabas de leer:
- Creo que Alejandro nos refleja con contundencia cuando hace referencia al “estúpido placer de creer que tengo razón”, y a la búsqueda de escondernos detrás de culpas ajenas para alcanzar “la alegría de los idiotas”. ¡Qué paradoja! ¡Cuánto más listos nos creemos, más idiotas y estúpidos somos!
- Demorar las palabras de reconciliación, esperar que la iniciativa venga del otro, nos deja anclados en un lugar reactivo. Dependemos de los demás. Alguien de afuera tiene que venir a sacar mis emociones y el vínculo de un estado de pausa (que puede llegar a ser eterno).
- La experiencia de pedir perdón, lejos de ser un trago amargo y humillante, es dulce y liberador. Por supuesto estoy hablando del pedido de perdón sincero; no provocará el mismo efecto cuando nos encontremos pidiendo perdón sin sentirlo, o por pura estrategia.
- Es por partida doble el pedido de perdón cuando hemos demorado demasiado en tomar la iniciativa. Y agregaría que sería bueno pedirnos perdón a nosotros mismos por haber caído en la trampa de la idiotez disfrazada de inteligencia, robándonos horas, días, meses o años de libertad.
Como bien afirma el estupendo escritor norteamericano Philip Yancey: “El perdón rompe el ciclo de acusaciones y afloja el nudo estrangulador de la culpa. Estas dos cosas las realiza por medio de un notable enlace, en el que pone al que perdona del mismo lado de quien le hizo daño. Por medio de él, nos damos cuenta de que no somos tan diferentes del que nos ha hecho mal, como nos gustaría imaginarnos”.
GUSTAVO BEDROSSIAN