“Los hijos de Efraín, arqueros armados, volvieron las espaldas en el día de la batalla” (Salmos 78:9).
En el Salmo 78, leemos sobre Efraín, la tribu más grande de Israel. Era la tribu más favorecida de todas: numerosa y poderosa, hábil en el uso de armas y bien equipada para la batalla. Sin embargo, leemos que cuando esta poderosa tribu vio la oposición, se rindieron y se retiraron a pesar de que estaban mejor armados y eran más poderosos que su enemigo. Ellos habían resuelto luchar y ganar, pero una vez que se encontraron cara a cara con su crisis, se desanimaron.
En este pasaje, Efraín representa a los numerosos creyentes que han sido bendecidos y favorecidos por el Señor. Están bien enseñados, equipados con un testimonio de fe y armados para la batalla contra lo que venga. Pero cuando las pruebas y los problemas que se acumulan parecen demasiado grandes, demasiado para manejar, se dan la vuelta y se rinden, dejando de lado su fe.
Las Escrituras dicen que Efraín cuestionó la fidelidad de Dios: “Y hablaron contra Dios, diciendo: ¿Podrá poner mesa en el desierto? He aquí ha herido la peña, y brotaron aguas, y torrentes inundaron la tierra; ¿podrá dar también pan? ¿Dispondrá carne para su pueblo?” (78:19-20).
“No dieron crédito a sus maravillas… Ni estuvieron firmes en su pacto” 78:32, 37). Finalmente, este fue el resultado: “[Ellos] provocaban al Santo de Israel” (78:41).
La falta de fe y la cobardía de Efraín sacudieron a las otras tribus de Israel. Imagínate el efecto dañino cuando los demás vieron lo que había sucedido. “Esta gente muy favorecida no pudo pararse. ¿Qué esperanza tenemos?”
Amado, no nos atrevamos a condenar a Efraín, porque podríamos ser más culpables que ellos. Piénsalo: tenemos al Espíritu Santo morando en nosotros. Además, tenemos la Biblia, la Palabra de Dios plenamente revelada, llena de promesas para guiarnos.
“Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Siempre que mantengamos nuestra posición de fe en tiempos difíciles, tendremos la misma afirmación del Espíritu Santo: “Bien hecho. Tú eres el testimonio de Dios”.
A medida que aumentan las calamidades y el mundo cae en una mayor angustia, la respuesta del creyente debe ser un testimonio de fe inquebrantable. Hay esperanza para los que confían en Dios.
David Wilkerson