Imagina que has presenciado sanidad tras sanidad, milagro tras milagro, una maravilla increíble tras otra. Estarías de rodillas alabando a Dios, ¿no es así? Probablemente te dirías a ti mismo: “Nunca más dudaré del poder sanador y milagroso de Cristo. De ahora en adelante, practicaré una fe inquebrantable en mi vida, pase lo que pase”.
Los discípulos habían sido testigos de cómo Jesús alimentaba a cinco mil hombres, más mujeres y niños, multiplicando cinco panes y dos peces. A medida que participaban en la distribución de la comida y fueron testigos de que la provisión continuaba aumentando, uno pensaría que su fe también aumentaría. Pero en verdad, Jesús había estado leyendo sus pensamientos y sabía que no entendían lo que estaba sucediendo. El mensaje de los milagros aún no se había registrado en sus corazones y mentes; y aún estaban plagados de dudas.
Más tarde, después del notable acontecimiento del día, vemos a Jesús “haciendo” a sus discípulos entrar en silencio a una barca. “En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud” (Mateo 14:22).
La palabra griega para “hizo” aquí significa “obligar mediante insistencia, fuerza o persuasión”. Jesús estaba instando a sus discípulos en los términos más enérgicos: “Hermanos, simplemente suban a la barca. Vayan ahora”. Jesús se iba a quedar para despedir a las multitudes y encontrarse con los discípulos más tarde.
Mientras se alejaban de la orilla, me pregunto si Jesús sacudió la cabeza con asombro, herido por su fe vacilante después de todo lo que habían visto. En ese momento, Jesús debió haber considerado lo que tendría que hacer para traer a sus discípulos a una fe inquebrantable. Lo que hizo fue dramático. Él caminó sobre el mar hacia ellos en medio de una tormenta. Cuando lo vieron, “se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo” (Mateo 14:26). Pero Jesús dijo: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (14:27).
Los discípulos no dudaban de que Jesús pudiera sanar a multitudes con un toque o una palabra. Sin embargo, cuando se alejaron de las multitudes, se preocuparon por sus propias necesidades y las de sus familias. Pero cuando Jesús subió a la barca, un atisbo de fe comenzó a surgir en sus corazones. “Le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios” (14:33). Finalmente, estaban comenzando a entenderlo y se estaba construyendo un fundamento de fe en ellos.
David Wilkerson