A la mayoría de las personas les resulta difícil aceptar que un Dios amoroso permita el sufrimiento humano, pero el rey David dijo que sus aflicciones venían de la mano de Dios: “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; Mas ahora guardo tu palabra… Bueno me es haber sido humillado, Para que aprenda tus estatutos” (Salmos 119:67, 71).
En muchas palabras, David dice: “Ahora sé que el Señor permitió mi dolor para sanarme de toda la escoria y la carne que había en mí. Si no hubiera puesto su temor en mi corazón, no estaría aquí hoy. Dios sabía lo que había en mi corazón y sabía exactamente cómo llamar mi atención”. Lo que David dice aquí es una verdad vivificante. Nos está diciendo, en esencia: “Si no vemos al Señor obrando en nuestras circunstancias, si no creemos que los pasos de los justos son ordenados por su mano, incluidas nuestras situaciones espantosas, nuestra fe terminará derrumbándose y naufragaremos”.
Imagínate a un cirujano y su equipo médico mientras se preparan para operar a un paciente con cáncer. El cirujano sabe que si no se extrae el tumor, el paciente morirá. Por esa razón, usará todas las medidas para sacar el cáncer del cuerpo del paciente, sin importar el dolor que cause. Él sabe que su trabajo quirúrgico traerá un profundo dolor, pero es necesario para preservar la vida.
La respuesta correcta para el pueblo de Dios en muchas aflicciones es un corazón inquisitivo. Este es el corazón que pregunta: “Señor, ¿me estás diciendo algo en esto? ¿He sido cegado a tu voz?”
El Espíritu Santo nunca deja de respondernos. Puede que diga: “Esto es una trampa de Satanás. ¡Ten cuidado!” O, sin condena, revelará un área comprometida, diciendo: “Obedece y todo se aclarará”.
Cuando Dios nos muestra lo que hay en nuestro corazón - la impaciencia, el pecado que nos asedia, las “pequeñas” pero mortales transigencias; estas cosas se vuelven penosas para nosotros en nuestro tiempo de aflicción. Es por eso que David oró: “Sea ahora tu misericordia para consolarme, conforme a lo que has dicho a tu siervo. Vengan a mí tus misericordias, para que viva, porque tu ley es mi delicia” (Salmos 119:76-77).
No importa por lo que estés pasando, la misericordia de Dios está ahí para ti. Él no quiere condenarte ni castigarte, pero como cualquier padre devoto, él les dice a sus hijos: “Permítanme ayudarlos a superar esto y mostrarles las profundidades de mi amor”.
David Wilkerson