Pablo dice: “no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:15-16).
El Espíritu Santo nos asegura que Dios es nuestro Padre amoroso y que no está airado con nosotros a pesar de que hemos pecado y le hemos fallado tantas veces. Nuestro merecido castigo fue completamente soportado por Jesús en la cruz. No hay ni una mancha de transgresión contra nosotros ante sus ojos. Como Padre amoroso, él va a disciplinar a sus hijos, pero no de manera judicial. Su disciplina se hace con amor por nuestro bien para que podamos llegar a ser como Cristo en cada área de nuestra vida.
Durante los momentos tranquilos de comunión, el Espíritu Santo hace que el amor de Dios sea real, no sólo en nuestra cabeza, sino también en nuestro corazón. Cuando el Espíritu de Dios se mueve, tenemos descanso y paz. Sabemos que no tenemos que luchar por nuestra propia justicia personal para obtener la aceptación de Dios. Estamos seguros de lo que Jesucristo hizo por nosotros en la cruz y podemos acercarnos a Dios con confianza.
Sin embargo, hay ocasiones en las que nos desincronizamos con Dios, cuando no tenemos el tipo de comunión que él anhela y que necesitamos. Durante esos momentos, recuerdo la iglesia de Laodicea. Jesús les dijo: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Cuando Jesús pidió compartir una cena con ellos, él estaba hablando de su deseo de tener comunión con la iglesia de Laodicea. Imagínate sentarte a cenar con nuestro Señor, ¡qué noche tan íntima y gloriosa sería esa! Robert Murray M’Cheyne, ministro de la Iglesia de Escocia en la primera mitad del siglo XIX, dijo: “Una hora quieta con Dios vale toda una vida con el hombre”.
No tenemos que imaginarnos cómo sería esa cena. Ese tipo de comunión está disponible para nosotros en cualquier momento de cualquier día a través del Espíritu. Sólo necesitamos pedir.
Jim Cymbala