“A causa de la voz del enemigo, por la opresión del impío… Mi corazón está dolorido dentro de mí… Temor y temblor vinieron sobre mí… Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría” (Salmos 55:3-6). David habla aquí de un ataque satánico tan severo que agotó su fuerza y paciencia y le hizo querer correr. Él gimió: “Hay dolor en mi alma, una presión que nunca cesa. Es una batalla que nunca termina y me aterroriza. Señor, no te escondas más de mí, por favor, escucha mi queja y hazme una vía de escape”.
¿Cuál fue la causa de la terrible batalla de David? Era una voz: “A causa de la voz del enemigo” (55:3). En hebreo, el significado aquí es “la voz de un hombre”. Era Satanás hablando, junto con sus opresores demoníacos.
¿Qué hizo David al respecto? Clamó al Señor por ayuda, pidiéndole que silenciara las acusaciones del enemigo: “Destrúyelos, oh Señor; confunde la lengua de ellos” (55:9). “Todos los días ellos pervierten mi causa; contra mí son todos sus pensamientos para mal… Se esconden… Como quienes acechan a mi alma” (56:5-6).
El testimonio de David lo deja claro para todos: esto es guerra. Nos enfrentamos a poderes malignos en una lucha por nuestra fe contra el padre de la mentira. Y la única forma en que podemos luchar es clamar al Señor por ayuda.
Como otros santos siervos de Dios, David salió de su batalla y fue usado poderosamente como nunca antes. Amados, el mismo gozo nos espera más allá de nuestro eclipse de fe. Sin embargo, es cuando estamos en nuestro punto más bajo, en el punto más profundo de nuestra incredulidad, que Dios está haciendo su obra más profunda en nosotros, preparándonos para glorificarlo.
¿Has sido zarandeado recientemente, tu fe parece fallar en una hora oscura? Te insto a que hagas tres cosas: (1) Descansa en el amor de Dios por ti. (2) Ten la certeza que no importa cuán profundos sean tus pensamientos de incredulidad, el Señor ve por lo que estás pasando y su amor por ti nunca fluctúa. (3) Y haz como David y clama al Señor día y noche: “Señor Dios de mi salvación, por la mañana llega a ti mi oración. Inclina tu oído a mi clamor”.
DAVID WILKERSON