“Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:57). Muchos creyentes citan este versículo a diario, aplicándolo a sus pruebas y tribulaciones. Sin embargo, el contexto en el que Pablo habla, sugiere un significado más profundo. Sólo dos versículos antes, Pablo dice: “Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (15:54-55).
Pablo estaba hablando elocuentemente sobre su anhelo por el cielo. Él escribió: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial” (2 Corintios 5:1-2).
Según Pablo, el cielo, estar en la presencia del Señor por toda la eternidad, es algo que debemos desear con todo nuestro corazón.
Mientras reflexiono sobre estas cosas, comienza a surgir una imagen gloriosa. Primero, imagino la descripción de Jesús de una gran reunión, cuando los ángeles “juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mateo 24:31). Cuando todas estas multitudes se hayan reunido, imagino una gran marcha de victoria que tiene lugar en el cielo con millones de hijos glorificados cantando hosanna al Señor, como lo hacían los niños en el templo.
Luego vienen todos los mártires. Aquellos que una vez clamaron por justicia en la tierra ahora claman: “¡Santo, santo, santo!” Todos estarán danzando con gozo, clamando: “¡Victoria, victoria en Jesús!”
Entonces surge un poderoso rugido, un sonido nunca antes escuchado. Es la iglesia de Jesucristo con multitudes de todas las naciones y tribus.
Tal vez todo esto te suene descabellado, pero el mismo Pablo testificó al respecto. Cuando el fiel apóstol fue arrebatado al cielo, “fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12:4). Pablo se quedó estupefacto ante lo que oyó allí. Creo que estos fueron los mismos sonidos que escuchó. Aquellos que se regocijarán en su presencia le dieron un anticipo del canto y la alabanza de Dios, sus cuerpos sanados, sus almas llenas de gozo y paz. Fue un sonido tan glorioso que Pablo pudo oírlo pero no repetirlo.
David Wilkerson