Ni una sola vez en la Biblia ves a Pedro, Santiago y Juan tener algún problema con las golpizas o los mandatos de las autoridades de no predicar el evangelio. Eso no va a frenar a la iglesia. No son las presiones externas o las persecuciones externas las que retrasarán la obra de Dios entre su pueblo. Será el caos y el conflicto que surgen desde dentro de la iglesia.
“En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos” (Hechos 6:1). Siempre que una iglesia crece, siempre que hay mucha gente alrededor, ocurren conflictos. “Esta persona actuó de una manera que no me gustó; ese tipo de personas tienen prejuicios”. De pronto, hay una queja contra otros creyentes de la iglesia.
Cuando esto comience a suceder, ten cuidado. ¡Qué rápido se va cuesta abajo la queja! Esta es una de las cosas más peligrosas que pueden afectar a una iglesia.
Las peleas, las murmuraciones, el no servirse unos a otros y herirse unos a otros destruirán la iglesia. Corromperá nuestro testimonio. Esto bloqueará el fluir de la unción que viene del Espíritu Santo. Lo que más me preocupa no es la situación política en nuestro país o la “revolución sexual”, aunque esas cosas a menudo son horrendas. No es que el mundo sea mundano lo que me preocupa. Es la iglesia siendo mundana lo que me preocupa.
En medio de esas presiones externas, Jesús tiene una luz y un testimonio en su pueblo, pero si ese testimonio es corrompido por el conflicto, entonces ¿dónde estamos? Si la sal pierde su sabor salado, ¿para qué sirve?
Que haya tal hambre de justicia entre nosotros que nos movamos rápidamente para lidiar con la mundanalidad dentro de nosotros mismos y también resolvamos los conflictos con otros creyentes. Esforcémonos por servirnos los unos a los otros con toda humildad y amor.
Gary Wilkerson