Cuando una nación cae en una rebelión total contra Dios, las personas se entregan a adorarse a sí mismas, a su sexualidad, a su inmoralidad. Ya no practican simplemente estas cosas ellos mismos; atraen activamente a otros a su estilo de vida pecaminoso.
La mentalidad en nuestra cultura solía ser: “Oh, hago esto, pero hay algo de vergüenza, así que lo escondo”. Ahora, el comportamiento torcido y corrupto está a la vista. Hay una velocidad sin precedentes en la que nos estamos despojando de las restricciones. Hay una adoración a uno mismo, una glorificación del pecado y una intolerancia por las cosas de Dios en nuestra cultura actual. Muchos de nosotros hemos recurrido a líderes malvados. Parece que, en esta generación, vamos a ser representados por alguien que es inmoral, impío y no sabe cómo controlarse a sí mismo.
Proverbios dice: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (16:32).
En la actualidad, tenemos personas que gobiernan ciudades y gobiernos enteros, pero que ni siquiera saben cómo gobernar sus propios corazones, comportamientos o su propia boca. No estoy diciendo que haya un juicio sobre nuestro país porque tengamos líderes malvados. Más bien es porque la gente así lo quiere. Se nos dan líderes conforme a nuestro propio corazón.
Ni una sola vez ves a Pedro, Santiago y Juan salir de la cárcel golpeados y regresar a la iglesia diciendo: “Tenemos que cambiar los sistemas judiciales. Tenemos que cambiar este gobierno”. Nunca hablaron de una respuesta política a un problema espiritual. Siempre supieron que era una respuesta espiritual a un problema político.
Los discípulos se limitaron a predicar el evangelio, amar a la gente y poner toda su esperanza en el Señor, su rey eterno. Nosotros también deberíamos hacerlo.
Gary Wilkerson