Este cántico
“Que este cántico me sea por testigo...
...este cántico responderá en su cara como testigo, pues
será recordado...” Deuteronomio 31:19-21
Hay jóvenes que tienen por costumbre reunir a niños que
no saben mucho acerca del Señor Jesús, para hablarles de Él, especialmente los
fines de semana. Les cuentan historias bíblicas, destacando las enseñanzas que
contienen, y también cantan coros adaptados a su edad. ¿Qué quedará de todo ello?
A los diez, doce o catorce años se habrá perdido el contacto con la mayoría de
los niños. La semilla divina que fue sembrada, ¿germinará? “Este cántico… será
recordado”. No es que un cántico por sí mismo sea palabra de vida; pero, mucho
más que cualquier otra cosa, queda grabado en la memoria. A la hora dispuesta
por Dios, éste podrá ser el medio que traiga a la memoria su Palabra.
* * *
En la esquina de una calle, en un hospital, en casa de un
enfermo, unos jóvenes cantan. ¿Para qué sirve? Seguramente les agrada a las
personas escuchar estos cánticos, o quizá les proporcione algún alivio, pero
¿esto es todo? “Que este cántico me sea por testigo”. Aquí también, el
testimonio aportado por un cántico puede ser una verdadera ayuda. Sin embargo,
sólo la predicación de la Palabra en esta circunstancia será eficaz para tocar
los corazones.
* * *
Una familia se reúne para despedir a un hijo que se va de
la casa por un largo período. Feliz velada durante la cual el afecto reconforta
los corazones, la Palabra de Dios advierte y anima. En la oración, aquellos que
se quedan y el que se va son puestos en las manos del Señor. Después, todos
juntos cantan. Cánticos de la infancia y de la juventud que traen tantos
recuerdos. Para terminar, un invitado propone otro cántico:
Dejarte solo obrar y marcar nuestras sendas
¡Dios de paz, Dios de amor!
Junto a Ti siempre hallar vivas y dulces prendas,
En cada nuevo albor, cada instante, Señor.
A través de los meses y de los años, “este cántico...
será recordado”. Por medio de él, el joven recordará muy a menudo, ante una
decisión o tentado de alejarse del camino divino, que existe Uno que conduce y
que es un refugio para quien se acerca a Él (Salmo 46:1).
* * *
Moisés iba a dejar el pueblo que había tenido a cargo
durante los últimos cuarenta años, y dijo a todo Israel: “Este día soy de edad
de ciento veinte años; no puedo más salir ni entrar; además de esto el Señor me
ha dicho: No pasarás este Jordán”. Por medio de varios discursos y
exhortaciones, había llamado a las doce tribus a la obediencia y la confianza
en Dios. La gran voz del legislador iba a enmudecer. ¿Qué medio podía emplear
aún para tocar la conciencia y el corazón de aquella gente tan pronta a
desviarse? “Ahora pues, escribíos este cántico, y enséñalo a los hijos de
Israel; ponlo en boca de ellos, para que este cántico me sea por testigo…”
(Deuteronomio 31:19). Es el último mensaje, pero cuán vivificante, del fiel
servidor a quien Dios, “aquel mismo día”, ordenó que subiese al monte Nebo para
ser unido a su pueblo (32:49-50).
Si Israel se alejara de la ley de su Dios, como
efectivamente lo hizo, este cántico respondería en su cara como testigo, pues
sería recordado por la boca de sus descendientes (31:21).
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Cántico de la liberación en las orillas del mar Rojo (Éxodo
15:1-21); cántico de advertencia en los campos de Moab (Números 21:17-18);
cántico de la victoria de Débora (Jueces 5); humilde alabanza de Ana agradecida
(1 Samuel 2:1-10); cánticos de Josafat y de su pueblo delante del enemigo (2
Crónicas 20:19-22); cántico de Ezequías mientras el holocausto se consume (2
Crónicas 29:27-28); palabras de alabanza de María (Lucas 1:46-55); himno en el
aposento alto (Marcos 14:15, 26); cántico de gozo en la cárcel de Filipo
(Hechos 16:25)... a través de los tiempos los rescatados cantan. Y, como
cántico supremo, el cántico nuevo que se elevará eternamente alrededor del
trono para alabanza del Cordero que fue inmolado:
“Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos;
porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo
linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y
sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Apocalipsis 5:9-10).
G. A.
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