Analicemos, pensemos, razonemos. ¿Cómo es que vemos las cosas físicas y materiales, percibimos olores, escuchamos sonidos, o reconocemos sabores agradables o desagradables, o al sentirlo, cualquier objeto o material conocido? Lógicamente con nuestros cinco sentidos con los que fue equipado nuestro cuerpo por decisión divina para poder vivir y disfrutar en forma plena de este maravilloso mundo que fue creado, ni más ni menos para que reináramos en él. Así, que para tener consciencia de ello, fuimos también participados de alma y espíritu con la finalidad de poder alcanzar la comunicación a su debido tiempo, con el Poder Superior, y de esta manera tener abierto siempre el canal por el que manarán los dones, las energías y poderes de Dios a los que tenemos derecho por ser su creación predilecta y extensión de El mismo, quien además por la misma razón de su orden y propósito Divino, liberó de cualquier manera el decidir por nosotros mismos el modo y la forma en que deseáramos vivir y comportarnos, es decir, nos otorgó nuestra mente y voluntad humana sujeta a lo que conocemos como el libre albedrío, y por supuesto, también nos dio leyes que respetar para tratar de ser gratos a sus ojos y no caer en excesos que nos perjudicaran, lo que por supuesto sucedió y sucede actualmente, y esto, porque la Ley de Dios que Moisés dio a su pueblo en el Antiguo Testamento el hombre la ha utilizado para imponer sus propias enseñanzas y mandatos, por lo que no hubo hombre que pudiera cumplirla e inevitablemente fue conducido a lo que conocemos como pecado es decir, desobediencia, y como consecuencia de ello fue afectado negativamente y le fueron vedados los beneficios espirituales a los que hubiera tenido derecho si hubiera podido cumplir con ella.
Sólo que ha sido más fuerte el obedecer enseñanzas y mandatos de hombre, que obedecer el mandato de Dios, esto sin duda provocado por nuestra soberbia y necedad al creernos autosuficientes sin que en verdad lo seamos.
Esta provocación se da sin sentirlo porque vivimos intensamente este mundo material, gobernado a través de las tradiciones religiosas, lo que verdaderamente tienta a nuestro yo mental material a través de nuestro libre albedrío a imponer su voluntad en combinación con el conocimiento natural del hombre para impedir, de muchas maneras, que nuestra mente espiritual que proviene de la Mente de Dios prevalezca. Esto invariablemente se da como consecuencia de haber heredado de nuestros antepasados muchas de sus tradiciones, y que al conservarlas, nos ha sido velado a la inmensa mayoría de la humanidad el conocimiento espiritual que por la misericordia de Dios debiera correspondernos.
Aceptemos en nosotros, creyentes de Jesús, el Espíritu de valentía y de dominio propio que viene de Dios para guardar y enseñar a cumplir con fidelidad la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo y no desviarnos, ni desviar a nadie ni a la derecha ni a la izquierda de su Palabra para no tomar ningún sendero que vaya haciendo más largo el trayecto para entrar en el camino recto al Reino de Dios.
Esta obediencia a esos mandatos de hombre, hace que el ser humano normalmente sumido en sus tradiciones, no muestre mucho interés para escuchar otros conceptos fuera de lo que le ha sido enseñado en ellas y que pretendan provocar cambios en sus creencias, en sus costumbres, o en sus estudios, por lo que en lugar de que abra la puerta espiritual en su mente con la llave de su libre albedrío para tratar de escuchar o de entender esos nuevos conceptos, se cierra completamente a ellos y no muestra ninguna disponibilidad para hacerlo, presumiblemente, por el miedo casi inconsciente de arrancarse de la mente ese lastre que viene arrastrando por siglos y que lo ha mantenido en alguna tradición religiosa para no querer adentrarse en la lectura, reflexión y meditación de la Palabra de Jesús contenida en el Nuevo Testamento.