Qué hermosos tiempos aquellos, ya que aunado a que mi tío nos llevaba al campo para ver lo que se hacía en ellos, nos otorgaba cierta libertad para permitirnos usar el rifle y pistolas de su propiedad para ir a cazar algún conejo o pájaro, o ya de perdido, jugar al tiro al blanco para después regresar y comer esa comida tan especial y exquisita de los campesinos. Tortillas con chile, frijoles hervidos con epazote, y algunas papas, habas y elotes tiernos asados en la misma fogata que utilizaban para calentar sus alimentos. Una verdadera delicia.
¡Ha! esos tiempos memorables, recuerdo que como no había luz eléctrica en nuestra habitación del establo, prendíamos una vela en una esquina de ella para ver, y cuando nos a acostábamos a dormir, a causa del intendo frío ninguno de nosotros quería pararse a apagar la vela, así que la apagábamos a bálazos con un rifle cal. 22 como de 40 cms. de largo y cosa curiosa ¡sí la apagábamos! y entonces a dormir como angelitos.
Al día siguiente preparábamos a las bestias, (así les decían a los caballos y burros) y salíamos con rumbo a San Roque, un bosquecito de puros árboles productores de piñón, a pasear y cazar lo que se nos parara enfrente, desde una lagartija, hasta un quezque, (un pájaro parecido al cuervo pero en azul) o una paloma; en una ocasión le disparábamos copiosamente a uno de estos quezques y nada mas saltaba de un lado para el otro, y nos turnábamos el rifle para atinarle cualquiera de nosotros, y nada, parecía que el pajarraco se burlaba de nosotros, entonces, que tuerzo la muñeca de mi mano con singular estilo, y que tomo mi inseparable compañero, mi charpe, (resortera) que le coloco una piedrita, que apunto y ¡sopas! que tiro al pobre pájaro que ni la debía ni la temía pero que en ese momento festejamos ruidosamente.
La práctica y el tino que llegamos a tener disparando ese pequeño rifle fue tal, que colocábamos una moneda de1 peso (morelos) a más de 30 mts. y siempre le atinábamos en el centro, y si la arrojábamos al aire también era lo mismo.
Cuando salíamos a esos menesteres, recuerdo muy bien esos paisajes hermosos, porque además del bosque de árboles de piñones, más allá, estaban los campos labrantíos de varios ejidatarios, con ese verdor tan especial de los sembradíos de las plantas de maiz y otros productos como el haba, el frijol,la papa, recordando también, que en todas las veredas en las que caminábamos, estaban custodiadas a los lados, por nopales y magueyes en cantidades industriales, asi mismo, recuerdo esas alfombras doradas de la cebada o el trigo que se veían por todos lados, ¡hermoso!.
En nuestras expediciones , a veces nos topábamos con algún gato montés o una zorra o un zorrillo que nos hacían sentir una emoción muy especial, ya que éramos testigos, hasta cierto punto inconscientes, de las maravillas que Dios ponía frente a nuestro ojos para deleitarnos con su creación; al seguir con nuestro recorrido, algunas veces nos encontrábamos con ruinas en las que posiblemente habitaron hacendados y familias campesinas, y al cabalgar un poco más allá, veíamos otro poblado, parecido, pero diferente a Tepeyahualco, diferente porque estaba enclavado en las faldas de un cerro y recuerdo que tenía sus calles empedradas que cubrían la persistente arena de su suelo, y sus habitantes, al igual que la mayoría en Tepeyahualco, amables y atentos con nosotros.
Al regresarnos a la casa de mi tío, distante varios kilómetros de donde nos encontrábamos, debíamos tener cuidado con quien montaba el burro, (a veces no estaban todos los caballos), pues el burrito en cuanto presentía que volvíamos a su establo no había quien lo parara hasta llegar, con la consabida soba nalgueril para el osado que le había tocado montarlo, y esto sucedía siempre que se trataba de regresar de cualquier lado y se cumplía el dicho de que no hay burro flojo para regresar a su casa. ¿Cómo la ven?
En varias ocasiones acompañabamos a mi tío a cazar codornices con su escopeta a las faldas de un cerro que se le conoce como Cerro Pizarro, el cual es muy alto y coronado por tres puntas y cubierto de matorrales y uno que otro árbol parecidos a las palmeras, y, ¿qué creen? ¡Víboras de cascabel!, de repente que me sale una y que le disparo con el riflito cal. 22 y al primer disparo que le vuelo su cabeza, mismo que hice porque la viborita quería insertar sus terroríficos colmillos en mi preciosa pierna, y, pues no tuve mas remedio que disparar para luego quitarle el cascabel como recuerdo.