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La mayor fortaleza no se mide en músculos, ni en paredes de hierro ni en castillos inmóviles. No se halla en el eco de voces altisonantes, ni en ejércitos marchando bajo banderas brillantes. Es un fuego oculto, que arde en silencio, en el pecho de quien carga su propio invierno. Es avanzar cuando el suelo se desploma, cuando el corazón sangra y la esperanza se asoma. El dolor es un maestro cruel, pero sabio, te arranca las máscaras, te lleva al abismo, te desnuda ante ti mismo, te quiebra el orgullo, te muestra que la luz nace del capullo. A veces, avanzar no es correr ni luchar, es un paso en la penumbra, es aprender a esperar. Es sostener tu fe mientras el viento te empuja,es creer que hay un día tras cada noche oscura. Caminarás solo, tal vez, en el desierto, donde la soledad susurra su canto incierto. Te faltará el aliento, te dolerá la piel, pero en cada caída te levantarás con él: El amor que se construye entre las ruinas, la luz que brilla cuando la noche se afina. Porque al final del túnel no sólo hay claridad, hay un amor que te espera, infinito y real. Ese amor no es simple ni efímero ni vano, es amor de guerrero, de corazón humano. Es el amor que entiende porque ha sufrido, que abraza la vida porque la ha perdido. Sabrás entonces que cada lágrima valió, que el dolor no fue castigo, sino la lección. Que cada herida que desgarró tu alma fue un puente hacia un amor que trae calma. La mayor fortaleza no es nunca caer, es seguir adelante aunque no puedas ver. Es cruzar el vacío, enfrentar el temor, y encontrar, al final, la luz del amor. CÉSAR PINTO MUÑOZ
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