Muy joven, casi niño se enrola en la rebeldía contra Batista; baja capitán del Escambray. En 1965 Víctor Dreke emprende un misterioso viaje a las entrañas de Africa en la vanguardia de... Los hombres de Tatu
Actualizado 24 de octubre del 2001 | Por: MONGUI Y RAUDEMAR Foto: archivo Procedo de una familia humilde. Mi padre se dedicaba al comercio de pescado y se preocupó porque yo estudiara. En la escuela superior José Martí, de Sagua la Grande, me enrolé con la huelga contra el golpe militar del 10 de marzo(1), precisamente el día que cumplí los 14 años. No pertenecí a la juventud ortodoxa aunque, como muchos otros, escuchaba a Eduardo Chibás. Me incliné más por las ideas de Antonio Guiteras y su movimiento revolucionario, que había luchado, incluso, con las armas en la mano. El 26 de julio del ‘56, al producirse el asalto al cuartel Moncada, soy detenido durante algunas horas, pero me liberan por ser menor de edad. En esa época estuve vinculado a la Federación Regional Obrera Número 3, de mi pueblo, como secretario estudiantil del Movimiento Juvenil de dicha Federación. Al constituirse el Movimiento 26 de Julio, me integro como responsable de una célula de acción y sabotaje, teniendo como jefe al compañero Ernesto Mora. Luego viene el ataque al Palacio Presidencial. Constituimos en Sagua la Grande lo que se llamó Movimiento 13 de Marzo, hasta que en 1957 se nos «quema» la célula y me busca la policía, pero escapé dentro de un escaparate. De eso se ha hablado muchísimo, porque no sé ya ni cuánta gente dice que me sacó hasta Santa Clara. De ahí pasé a La Habana y más tarde me alcé en el Escambray a combatir contra Batista, que no era más que un títere del imperialismo. En los años ‘60 Cuba tenía una situación muy especial. La Revolución había triunfado el primero de enero del ‘59 y los enemigos comenzaron a desacreditar el nuevo proceso. Nos calificaban como un grupo de jóvenes locos, pandilleros, analfabetos. En medio de esta lucha, nos dimos a la tarea de apoyar los movimientos de liberación que se estaban gestando. Che viaja al Africa y se habla de colaboración. Pero fue el asesinato del líder congolés Patricio Lumumba el detonante que sirvió para fijarnos en aquella gente. En Cuba asociábamos Africa con Tarzán, las selvas, monos, negritos con taparrabos, a partir de las narraciones contadas por blancos reaccionarios que no eran fieles a la verdad histórica. Se decide, entonces, preparar una columna. Llegan al campamento Petí Uno, en el municipio pinareño de Candelaria, Catalino Olachea con el pelotón de Las Villas, el capitán Santiago Terri al frente del de Oriente y Normando Agramonte a la cabeza del pelotón occidental. La mayoría éramos negros. Suponíamos que nuestro destino sería Africa, pero desconocíamos el lugar exacto. Un buen día me separan de la tropa. Osmany Cienfuegos me explica que un comandante llamado Ramón quería saludarme, porque había compartido conmigo durante la campaña revolucionaria. Me condujeron a una casa donde conocí a José María Martínez Tamayo (Mbili en el Congo y Papi en Bolivia). El tal Ramón también estaba allí. Escribía. Se interrumpe y me lo presentan. Me interrogan si sabía quién era. Yo confieso que jamás lo había visto. Lo observo detenidamente: con pelo, amplios espejuelos, abultada la cara. No cabía dudas: era un desconocido para mí. De él dominaba únicamente que sería el máximo jefe del grupo, pero nada más. Hasta que me habló: "Yo soy el Che"... entonces sí me quedé con la boca abierta. (...) éramos tres: Moja, comandante, negro, oficialmente jefe de la tropa; Mbili, compañero blanco de gran experiencia en estas lides; Tatu, yo, que fungía como médico, explicando mi color por el hecho de hablar francés y tener experiencia guerrillera. Nuestros nombres significaban: uno, dos y tres, en ese orden (...)(2) Tras reunirnos con Fidel partimos, el primero de abril de 1965, el Che, Papi y yo. Sobre nuestros hombros (de Papi y mío) una carga muy grande: la misión de proteger al Che. Si desaparecía, nuestros enemigos culparían a la Revolución cubana, como ya lo venían haciendo por otros males ajenos. Nos sentíamos preocupados; en cambio, Che no parecía estarlo tanto, al menos no por él. En Tanzania nos recibió el embajador cubano Pablo Rivalta, exsoldado del Che, quien, al no ser reconocido por su antiguo subordinado, le reclama: "Vos seguís como siempre". Rivalta estaba pasmado. Tenía ante sí al Héroe de Santa Clara y ¡no se había dado cuenta! En Tanzania debíamos esperar a unos 30 compañeros que arribarían desde distintos puntos: Italia, Francia, Rusia..., pero era muy arriesgado. Los primeros 14, dirigidos por el Che, fuimos para Kigoma, en la frontera con el Congo, a donde teníamos que llegar lo más inadvertidos posible. Para nosotros fue impresionante arribar a tierras congolesas y ver toda aquella gente armada y sin organización. Dentro de las casas, junto a las mujeres y los niños, había chivos y otros animales. Supuse que así estarían nuestros mambises en la manigua, pero ahora atravesábamos pleno siglo XX. (...) varias veces Moja tuvo que anunciar que se quedaba solo con los cubanos, debido a que los congoleses planteaban irse, cada vez con mayor insistencia, pero, ante su actitud, se mantuvieron en sus puestos(...) Es duro reconocerlo, pero nuestra posición distaba de ser ventajosa y, luego, la desorganización existente en las filas congolesas y ruandesas. Sin embargo, Che tenía una confianza ilimitada en el triunfo y se enfrentaba con tesón a las dificultades, las distintas formas de lucha, los diferentes criterios de la gente. Che había calculado una guerra de cinco años de duración, pero sobre la base de continuados relevos que nutrieran las columnas mixtas de cubanos, congoleses y ruandeses. Era la única manera de triunfar ya que existían muchos escollos. ¡De madre aquello! Caminos intransitables, en plena selva africana y el paludismo afectando todo el tiempo. (...) Un día le di orden a Moja de que fuera con algunos hombres hasta la misma Base Superior con el pretexto del entrenamiento en marchas; así lo hizo y retornó el grupo por la noche, cansado, mojado, aterido. Se trataba de un lugar muy frío y húmedo, con constante neblina y lluvia pertinaz; estaban haciendo una choza según decían, para nosotros, y eso demoraría algunos días. Con mucha paciencia, yo exponía diversos argumentos para subir: nosotros podíamos contribuir a la construcción de la casa con nuestro trabajo ya que veníamos con espíritu de sacrificio y a ayudar, no a ser una carga (...) Me marcó mucho la preocupación del Che por nosotros..., por la gente. Un día hablábamos sobre mi hija de seis meses, Zobeida, que había dejado en Cuba con un hematoma causado por la manipulación durante el parto. "A lo mejor —me dijo el Che—, va y Zobeida te sale médico". No se equivocó. Mi hija eligió esa carrera. Che no era dado a las jaranas, lo intentaba, pero reconocía no estar preparado para hacer chistes. Era un hombre igual que otro cualquiera, con virtudes y defectos, pero muy exigente, eso sí. Se castigaba él mismo. Tú le preguntabas si iba a almorzar y de pronto te contestaba que no, que estaba castigado. Me marcó su disciplina. Se subordinaba a la gente de allí, a Kabila, a Masengo(3). Tatu se hizo querer por la población. Nadie suponía que estaba frente al Guerrillero Heroico, para ellos era el blanco Tatu. Algunos no conocían siquiera de Cuba, creían que Fidel era negro. No concebían un blanco con sus ideas. Me marcó mucho el cariño del Che por Fidel. Lo demostró aquella ocasión en que nos atacaron fuerzas enemigas, dejándonos unos 13 hombres. Che nos contó que había pasado por algo similar en el combate de Alegría de Pío, donde quedaron 12 guerrilleros, pero con una diferencia: los dirigía Fidel Castro y ¡mira cuánto ha avanzado la Revolución! Notas:(1) Se refiere al golpe de Estado del dictador Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952. (2) Las citas en negritas son tomadas del Diario del Che en el Congo. (3) Kabila: Segundo vicepresidente del Consejo Supremo de la Revolución del Congo, jefe del frente oriental. Fue dirigente máximo de su pueblo hasta morir asesinado. Masengo: jefe de Estado Mayor del frente oriental. | |