Hoy se cumplen treinta años del cobarde y traidor Golpe de Estado perpetrado por Pinochet y sus secuaces. Extraído de un libro escrito por Patricia Verdugo (Interferencia secreta) expongo a continuación un breve pasaje. Imposible dejar pasar este día sin recordar a este Hombre (con mayúsculas) ejemplar y valiente. Éste es mi humilde homenaje para Salvador Allende, el Compañero Presidente: El detective Quintín Romero iba cruzando una oficina, cercana al despacho presidencial, cuando escuchó la campanilla y atendió el teléfono.
- Habla el almirante Patricio Carvajal, póngame con el Presidente – dijo la voz en tono perentorio.
Romero corrió al despacho y luego guió al Presidente hasta el aparato que había quedado descolgado.
Un tenso silencio cubrió al pequeño grupo cuando Allende tomó el teléfono. Sin que se le moviera ni un músculo en el rostro, escuchó la oferta de un avión para salir del país una vez que se rindiera. Cuando Carvajal terminó de hablar, la voz del Presidente se soltó como un elástico, como un tiro de honda de David frente a Goliat, sólo que en lugar de la piedra estaba su dignidad como Primer Mandatario.
-¡Pero ustedes qué se han creído, traidores de mierda!...¡Métanse su avión por el culo!...¡Usted está hablando con el Presidente de la República!...¡Y el Presidente elegido por el pueblo no se rinde! – gritó en el teléfono y colgó el auricular con tal fuerza que rebotó en el aparato.
Levantó la mirada y ubicó al detective Romero entre el grupo:
-No vuelvo a recibir llamados de este tipo. No me los pasen – instruyó con el tono aún cargado de ira.
Uno de los médicos observó detenidamente el rostro del Presidente. Todo el equipo de facultativos – más de diez – había acudido al llamado de emergencia esa mañana.
- El Presidente tenía fibrilación auricular paroxística, lo que produce arritmia cardíaca. Y eso podía jugarle una mala pasada en cualquier momento. De hecho, sucedió unas tres veces durante su mandato y por eso teníamos cerca suyo, siempre, una especie de Unidad Coronaria móvil – recuerda el doctor Hernán Ruiz Pulido.
No, el Presidente recuperó la calma en pocos segundos tras su acceso de ira. Parecía innecesario chequear su pulso y su presión arterial. Lo vieron incorporarse con ademán seguro, tomar el fusil Aka que se apoyaba en el sillón y colgárselo al hombro. Los hombres del GAP se alistaron para seguirlo. Y así, con el arma que en la empuñadura lucía una placa de bronce, con la leyenda “A Salvador, de su compañero de armas, Fidel Castro”, el Presidente de Chile salió de su despacho para revistar las tropas de su defensa.
Dieciocho detectives, armados sólo para repeler un atentado a balazos. Una veintena de hombres del GAP. Un periodista que todavía no lograba saber cómo se armaba una ametralladora. Algunos de sus ministros y colaboradores más cercanos. Una decena de médicos. Su “compañero de armas”, Fidel Castro, habría dado por perdida la batalla con sólo observar el panorama. Para Salvador Allende, la batalla estaba por comenzar. Porque no iba a oponer balas contra balas, ni cañones contra cañones. Iba a resistir premunido de su coraje humano, de su dignidad, de su consecuencia. No había gatillado armas para llegar a ser Jefe de Estado. Y había llegado a ser, en el mundo, el primer Presidente socialista elegido democráticamente por su pueblo.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS
(Gran Papiyo)