Los anarquistas no presentan candidatos a las elecciones y, en principio, no
votan. Es una perogrullada escribirlo aquí. Se evocan a menudo razones
inmediatas y muy válidas: rechazo de los políticos, de sus partidos y sus falsas
promesas, rechazo del "dar motivos" al sistema existente, etc. Se trata de
posiciones morales porque afectan a la dignidad del abstencionista
principalmente, más que una intervención práctica sobre el devenir del
mundo.
Sin embargo, la insumisión abre puertas al futuro. No como un arma,
sino porque es testimonio de un proyecto social del que somos los portadores: el
federalismo, y del Estado que rechazamos: la democracia. La propaganda
abstencionista debería ser, ante todo, la del mundo nuevo contra el
antiguo.
La democracia, como sistema político, parte del principio de que
todos los habitantes de un sector determinado pueden y debe hacer conocer sus
opiniones, y decidir en todo lo que sucede en la esfera pública. Por razones
evidentes hay que pasar por unos elegidos, unos representantes. Pero los
electores no votan por lo que debe hacerse, sobre un contenido, sino sobre quién
va a decidir qué es lo que debe hacerse.
Así, el sistema parlamentario se ve
perfectamente duplicado en un sistema administrativo: prefectos y altos
funcionarios de toda clase. Y, en la práctica, la aplicación de las decisiones
tomadas se basa en su buena voluntad. Un proyecto que no conviene a la
administración puede hacerse fracasar desde más arriba, según el modo en que se
presente la información necesaria para su ejecución. Y como garantía, por la
inercia legendaria del cuerpo de funcionarios. Las próximas elecciones nunca
están lejos...
Por último, los elegidos son conducidos a relacionarse
asiduamente con una multitud que no tiene nada de popular, toda una banda de
notables. Ello contribuye a que, aunque procedan de medios proletarios, esta
influencia se vea reducida en beneficio de los ricos y poderosos.
Observemos
que, desde el momento en que se alcanza cierto nivel en el que exista un pequeño
principio de poder, la lucha interna de los partidos políticos y las tensiones
de las campañas electorales dan ventajas a las bajezas, las traiciones, las
amistades dudosas, etc. Los "puros" no llegan a las cabezas de lista y no son
elegidos. Quedan los crápulas...
El federalismo libertario plantea el
principio: cada uno se mete en lo que le importa, y en la medida en que le
importe. Eso implica, en lugar de una amplia consulta cada cinco o seis años
seguida de cierta opacidad, una multiplicidad de decisiones en común y a pequeña
escala tomadas por los interesados.
Las atribuciones de las instituciones de
amplia competencia, como las asambleas regionales, nacionales o europeas -si
subsisten- se ven muy reducidas a sesiones episódicas.
De ello resulta
inevitable que los delegados estén provistos de un mandato imperativo: no se
vota a un individuo que sepa lo que hay que decidir sino, con un contenido
preciso, al hombre que tiene la obligacion de defender ese mandato durante las
discusiones y los votos. De ello se desprende la revocabilidad de los elegidos,
evidentemente.
Por otra parte, la sociedad federal reposa sobre la noción de
contrato, y no sobre la de ley. No hay separación de poderes, legislativo y
ejecutivo (que ya no existen). Los que aplican las decisiones, a todos los
niveles, son los que las toman. No existe una alta administración permanente, ni
Estado. El verdadero federalismo no se concibe sin igualdad económica, y al
haber desaparecido el poder ligado a la función y a su permanencia, se puede
establecer una rotación rápida de los elegidos, lo que limita la
corrupción.
Se ve claramente que nuestro proyecto va mucho más allá de la
cuestión del voto. Se trata de un cambio muy profundo de las instituciones o,
más exactamente, de la sustitución de lo que es institucional por una
organización fluctuante, en la que cada construcción no dure más que el tiempo
necesario. Nuestro mensaje no puede reducirse al rechazo de las elecciones:
queremos hacer partícipe al mayor número posible de personas de nuestro proyecto
de liberación. La abstención es una consecuencia natural, lógica.
La
transformación de la sociedad será el resultado de la insurrección de los
trabajadores contra los poderosos. Nuestra tarea urgente es pues destilar la
idea federalista e igualitaria a las grandes masas, e impulsar la práctica
autogestionaria.
Así pues, mantener la costumbre de la delegación democrática
es ir contra nuestros propios fines. Presentar o defender candidatos es echar a
perder la confianza, tan necesaria y rara hoy en día, que las clases obreras
pueden tener en sí mismas. Es negarles su capacidad política. El arma del
proletariado es la acción directa; su Constitución es el federalismo. Toda
política electoral es enemiga de la emancipación humana.
Max Lhourson
(Le monde libertaire)