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General: LA TRAGEDIA AMERICANA
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De: matilda  (Mensaje original) Enviado: 09/08/2004 14:37

. Fanatismo y poder
Una tragedia americana, por Edgar González Ruiz (México)



Fanatismo y poder

Con notable conocimiento de la política y de la naturaleza humana,
Fidel Castro ha hecho un buen servicio al mundo e incluso a Estados
Unidos al hacer notar en el ámbito internacional los graves problemas
psicológicos que pueden aquejar a Bush, como ex lcohólico sin
tratamiento y como fanático religioso.

La perspectiva del estadista cubano está siendo confirmada por
testimonios provenientes de personal de la Casa Blanca que hacen
notar nuevos patrones de conducta de Bush con rasgos aún más
acentuados de autoritarismo y mayores pretensiones de
autoidentificarse como enviado de Dios.

En su artículo “Bush deprimido”, publicado el primero de agosto de
2004, Frank Martin señala que “George W. Bush, deprimido y paranoico,
deambula por sus áreas privadas en la Casa Blanca, solo quiere
escuchar a incondicionales que ratifiquen cada uno de sus criterios,
e invadido por la inseguridad, detesta a la prensa demasiado
“preguntona” y que el médico de la Casa Blanca, el coronel Richard
J. Tubb, le ha administrado fuertes medicamentos antidepresivos.

El hecho viene a ser una nueva confirmación del señalamiento de Fidel
Castro, pues el poderoso ex alcohólico y exconsumidor de cocaína, no
curado en realidad, vuelve a recurrir a los psicotrópicos, sean
legales o no, ante situaciones de presión. Es un Bush no sólo
deprimido sino drogado, literalmente, con sustancias que sin duda
tendrán efectos más fuertes y peligrosos que los que podría tener un
cigarrillo de marihuana. 

Pero más allá de la tragedia personal de Bush, que puede ser la de un
dictador desquiciado, con pretensiones explícitas de dominar el
mundo, un personaje que tal vez pasará a la historia como un nuevo
Hitler, una gran tragedia humana es la de los millones de
estadounidenses que viven en las tinieblas del peor fanatismo, pese
al gran avance tecnológico de esa sociedad.

Con sus pretensiones de hacer valer en todo el mundo la hegemonía
estadounidense, Bush ha tratado de desestabilizar a gobiernos como el
de Cuba y el de Venezuela, alegando que no son “democráticos” y que
pueden ser un “peligro” para los países vecinos, pero el verdadero
peligro para la humanidad es que en términos inmediatos, la guerra o
la paz, como lo ha demostrado Bush hasta el cansancio, dependen
básicamente de unos comicios donde hay el riesgo de que un nutrido
electorado cautivo, formado por fanáticos, le de el triunfo al que
consideran como enviado de Dios, pues se trata de personas que llegan
a mostrar una asombrosa capacidad para ignorar cualquier evidencia
que cuestione sus creencias e incluso la atribuyen a los engaños de
“Satanás”. Por ello, es muy difícil que los razonamientos sobre las
consecuencias negativas de la gestión de Bush y los señalamientos
sobre su deshonestidad y su muy sucia historia personal, hagan
cambiar las ideas de quienes se creen instrumentos e interlocutores
de Dios, como el propio Bush y los millones de “cristianos
renacidos”.

Cada día es más patente que hay una conciencia mundial de lo que
representa y de lo que puede hacer un personaje como Bush, pero como
muestran las estadísticas, en Estados Unidos ha bajado sólo unos
puntos la popularidad de Bush, pese a todo lo que se ha sabido de él
y de personajes siniestros como el vicepresidente Dick Cheney.

Dentro de un orden mundial más justo y racional lo que procedería hoy
en día no sería de ningún modo un referéndum sobre si el gobierno de
Chávez debe seguir o no, sino una remoción del gobierno de Bush para
evitar que un político desequilibrado al frente de algunos millones
de fanáticos siga perjudicando a toda la humanidad.

La propuesta anterior no es extravagante desde el punto de vista
lógico y ético, pero se da la circunstancia de que el gobierno de
Bush, puede volcar inmensos recursos económicos y publicitarios para
desestabilizar al gobierno de Chávez, mientras que, aun cuando sea un
anhelo casi universal, nadie fuera de Estados Unidos está en
posibilidad de organizarle a Bush un muy justificado referéndum
revocatorio. 

El problema se origina no sólo en la desmesurada concentración de
capitales propio de la era actual sino ante todo, en que como nación
Estados Unidos ha sido incapaz de secularizarse verdaderamente
separando de manera eficaz la religión y la política.

El otro elemento que ha estado muy presente en el gobierno de Bush es
una trágica inversión de valores que llega a sustituir la honestidad
por el éxito material, la solidaridad y la justicia por la ganancia y
la conveniencia.

Consecuencia natural de ello es que mientras una gran parte de la
sociedad estadounidense ha sido muy complaciente ante las agresiones
contra países más débiles, ha mostrado a la vez una tremenda falta de
dignidad y patriotismo ante los abusos cometidos por Bush, Cheney,
Ashcroft y otros personajes actualmente en el poder.

Hoy en día, Estados Unidos tiene el dudoso honor de contar con un
presidente cuya abultada historia de vicios, trampas, irregularidades
y delitos difícilmente puede ser superada. Más aún, gran parte de esa
trayectoria era pública antes de su elección y aún así llegó a la
presidencia, desde la cual se ha evidenciado como un genocida,
mentiroso  y defraudador; pese a ello sigue manteniendo cierto nivel
de popularidad.

Cheney por su parte ha ejercido la impunidad e extremos que no tienen
nada que pedir a las prácticas más corruptas que pueden darse en
cualquier parte del mundo como lo demuestra el hecho de que las
autoridades no osaron deslindar su responsabilidad en el escandaloso
fraude de Enron, y de hecho lo protegieron de las implicaciones
legales del affaire Enron, mientras que por su parte Ashcroft,
fundamentalista religioso y enemigo de la despenalización del aborto,
ha tenido una polémica e importante intervención para obstaculizar la
obtención de evidencias sobre lo que realmente ocurrió el 11 de
septiembre y en otros episodios nacionales e intermacionales.

En su incondicional culto al bíblico becerro de oro, al éxito y a la
seguridad material, millones de estadounidenses aceptan situaciones
tan inmorales y escandalosas como la de Cheney, un vicepresidente
corrupto, que en forma truculenta cobra en la nómina de una
transnacional que es a su vez la principal beneficiaria de la
sangrienta intervención en Irak.

Bush, como presidente de un país que se siente con derecho a
intervenir en otros con el pretexto de salvaguardar las libertades
individuales, ha llegado a insultar de la forma más soez e incluso de
amenazar con el uso de la fuerza a varios periodistas que simplemente
querían hacerle algunas preguntas sobre sus relaciones con un
exejecutivo de Enron.   

En muchas otras naciones, ese tipo de actitudes tendrían un
elevadísimo costo político para cualquier funcionario, y
especialmente para un candidato en campaña, pero en Estados Unidos
vemos por el contrario una frecuente sumisión a los símbolos del
poder, una especie de fanatismo hacia él, sin negar los casos de
quienes, como Michael Moore han hecho denuncias valientes y eficaces
contra el régimen de Bush.

Varias agencias de encuestas y centros de investigación pronostican
incluso un triunfo de Bush basándose en datos sobre el comportamiento
de los estadounidenses como consumidores y como votantes. Empero,
esos pronósticos no tienen en cuenta que, como muestra el caso de
Moore y de otros artistas, como los que están organizando conciertos
antiBush, su gobierno ultraderechista está logrando hacer despertar
la adormecida conciencia liberal de líderes de opinión y sectores
influyentes en Estados Unidos, cuyas reacciones a su vez pueden, poco
a poco, ir motivando cambios entre los menos fanáticos de los
seguidores de Bush. Quien sabe si esas respuestas liberales sean lo
suficientemente enérgicas, claras y rápidas para triunfar en la
titánica empresa de erosionar las convicciones oscurantistas de
muchos de sus compatriotas.

En lo que concierne Bush en lo personal, su situación hace recordar
que hace casi dos mil años, Epicteto, el célebre filósofo estoico,
aleccionó a la humanidad sobre la miseria moral que suele acompañar a
la opulencia prepotente. Leemos en sus Máximas: “Soy dueño de todo,
todo lo puedo –me dijo un tirano-, ¿Lo crees de veras?, ¿Y qué es lo
que puedes? ¿Puedes, acaso, darte buen juicio?....No olvides que son
los ricos, los reyes y los tiranos los que dan los personajes a las
tragedias…”.



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