21 de Junio de 2004.
Miami, Florida
Estados Unidos de América.
Sr. Fidel Castro Ruz.
Presidente del Consejo de Estado y de Ministros de la República
de Cuba.
Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba.
Señor Castro:
En Enero de 1959 yo tenía ocho años y, al igual que muchos otros
niños, la Revolución triunfante me emocionó mucho. Coleccioné las
postales del "Álbum de la Revolución" y conseguí una gorrita verde
olivo -con la bandera rojinegra del Movimiento 26 de Julio- que no
se despegaba de mi cabeza ni para dormir.
Prontamente oímos hablar de expropiaciones, malversaciones y
fusilamientos; palabras todas éstas nuevas a nuestra corta edad y
que enriquecieron nuestro vocabulario.
Supe que expropiar era quitarle la casa a uno de mis mejores amigos
(que después tuvo que marcharse a los Estados Unidos) y malversar
era lo que hacía mi tía como trabajadora del Ministerio de Obras
Públicas y por lo cual fue despedida e impedida de trabajar en cualquier otro lugar.
Fusilar fue más fácil de entender ya que la revista Bohemia
publicaba las fotografías de los fusilamientos y hasta presencié la película de uno de ellos en un cine de barrio que usted expropió y después cerró.
Yo asistía a la Escuela Bautista, la cual también fue expropiada y cerrada.
En la próxima escuela, llamada pública, ya no podía practicar
mi credo y hasta un día fuí expulsado por negarme a cantar un himno
extranjero al que llamaban La Internacional .
En muy poco tiempo quedé sin amigos; todos se marcharon de Cuba,
pero me dejaron sus juguetes más queridos en custodia para cuando en
el término de unos pocos meses regresaran. Obvio decir que nunca
regresaron.
Mi familia decidió, como tantas otras, marcharse también de
Cuba porque, a pesar de que usted lo desmintió muchas veces, ellos
pensaban que el comunismo se estaba apoderando del país.
Comenzaron a escasear los alimentos básicos, pese a que
usted promulgó una reforma agraria en el país.
Mi padre fue despedido de su empleo de tantos años por
pensar diferente a como usted ordenaba y creo que a nadie le
importó.
Todo el mundo estaba muy ocupado gritando: ¡Paredón!, ¡Paredón!,
Paredón!.
También por orden suya nos "expropiaron" el automóvil Dodge de
la familia y nos cortaron la línea telefónica.
Un día un uniformado llegó a mi casa con un maletín en mano e
hizo un inventario de las pertenencias de la familia (que a partir
de ese momento eran propiedad del estado) y envió a mi padre a cortar
caña a los campos de Manga Larga en la provincia Camagüey . Como
Camagüey está muy lejos de nuestra otrora casa en La Habana,
estuvimos muchos meses sin verlo.
Otro día llegó otro uniformado con un papel autorizando a todos
los miembros de la familia a marchar a los Estados Unidos; todos
menos yo, que a la sazón había cumplido quince años y por tanto
estaba sujeto al cumplimiento del Servicio Militar Obligatorio.
Con mucha insistencia de mi parte, mi padre y mis dos
hermanos pequeños partieron y quedé con mi madre en Cuba.
Buscando alguna manera de salir del país, ingresé en el
Instituto Superior de Pesca donde, después de cinco años me gradué
en un curso programado inicialmente para tres años. ¿Motivo?
Pasamos siete meses de cada año cortando caña desde
Jatibonico hasta Puerto Padre y además el prepararnos para "la
defensa del país" adiestrándonos en la Unidad Militar 1900 de cañones tierra aire de 120 milímetros, nos tomaba mucho del tiempo planificado para las clases.
Las zafras en las que participé fueron catalogadas por usted
como una "forja de comunistas", quizás por ello es que tuvimos que
rendir jornadas de doce o más horas en los campos cañeros, tomando
agua con azúcar prieta como desayuno y una escasa ración de
chícharos ahumados -muchas veces con proteína animal proveniente de los gusanos-como comida y muchos de nosotros perdimos muelas y dientes for falta de atención médica.
También como parte de mi formación como "el hombre nuevo" y bajo
su orientación, fui llevado al Plan Cordón de La Habana para
sembrar café caturra y también a sembrar pinos en Santa Fe. Por
cierto que los pinos que sembramos en Santa Fe, cuando mi instituto fue cerrado y convertido en una marina internacional para extranjeros, los arrancaron para sembrar cocoteros.
Al graduarme en el Instituto Superior de Pesca con los
máximos honores académicos, me enviaron a trabajar a la Flota Cubana de Pesca donde tuve que desempeñarme en un cargo de tierra puesto que, por tener familiares en el extranjero, no gozaba de confianza suficiente para que se me asignara a bordo de un buque. Para ese entonces mi madre también había partido para Los Estados Unidos.
Las cartas que me enviaban mis padres demoraban hasta cuatro meses
en llegar y llegaban abiertas y en mal estado. No era posible
la comunicación telefónica con ellos ni ningún otro tipo de contacto puesto que, de acuerdo con sus órdenes, "los apátridas" no podían visitar su país de origen.
También le quiero contar que una vez terminado el nivel de
técnico medio quise continuar mis estudios en la universidad para
ser ingeniero electricista. Cuando fui a llenar la solicitud de ingreso me pidieron una carta en la que se reflejara la fecha de mi
incorporación a los Comité de Defensa de la Revolución. La verdad
del caso es que yo no pertenecía a los CDR y no por nada, sino porque como estuve muchos años interno estudiando sin prácticamente ir a mi casa, quizás me abandoné y no solicité mi ingreso en dicha organización.
Para ser breve le diré que aquello terminó en que tuve que
falsificar la carta y finalmente, después de siete años, concluí mis estudios y me gradué como Ingeniero Electricista en la especialidad de Telecomunicaciones. A la graduación tuve que ir con un traje y un par de zapatos prestados pues yo no tenía.
Contrariamente a lo que pensé, mi situación económica no cambió
mucho por ser ingeniero y continué sin poder trascender la barrera de una camisa Yumurí y un calzoncillo por año regulados por la libreta de "Artículos y Productos Industriales" del Ministerio del Comercio
Interior.
Claro que no todo fue angustias. Un día al llegar del trabajo,
mi esposa me dio una tremenda sorpresa: se había ganado una olla de
presión por el sindicato. Con éste nuevo utensilio de cocina los
chícharos sabían mucho mejor.
Casi se me olvida una parte muy importante de la etapa
de desarrollo socialista impulsado por usted en nuestra patria: los
apagones.
Pese a que la Unión Soviética proveía a nuestro país con más de
un buque tanque de petróleo diariamente, los apagones fueron y, aun
lo son, una constante en la historia que usted escribió desde 1959.
También viene a mi memoria aquella etapa de miedo en la que
nos tuvimos que alistar para ir a combatir a Angola so pena de
perder el empleo y con ello el único medio de subsistencia en un país donde solamente hay un empleador: usted.
Miles de hermanos cubanos murieron en esa guerra tratando
de no ser arrinconados por el tipo de sociedad socialista que usted
implantó.
Otra memorable página de nuestras vidas que no quiero dejar
sin mencionar fue la escrita en 1980 donde por primera vez quizás
usted pudo palpar primera mano la lealtad que el pueblo le tenía.
Cien mil cubanos dejaron atrás las costas de la patria. Recuerdo su
discurso en que al referirse a ellos usted dijo: "...que se
vayan...no nos hacen ninguna falta..."
Denigrantes días aquellos en que las turbas bajo las directrices del
Consejo de Estado golpearon a los que solamente querían escapar.
Imágenes de ignominias aquellas en las que los vecinos eran reunidos en las noches para cortarle el fluido eléctrico y el agua potable a quienes en espera de la salida se refugiaban en sus casas. Puertas apedreadas, cristales de ventanas rotos, fachadas pintadas de rojo, niños asustados y llorando dentro de sus cuartos, sin comida y escuchando todo el día: "...que se vayan...que se vayan...que se vayan..."
No puedo tampoco olvidar aquel verano en que usted montó la farsa
que culminó con el fusilamiento de un grupo de hasta entonces
incondicionales a su régimen.
Recuerdo muy bien que el departamento de opinión pública del Comité
Central concluyó que el pueblo no quería que los implicados fueran
fusilados y usted, contrario al sentimiento del pueblo que dice
representar y defender, determinó acabar con las vidas de aquellos
que le habían servido lealmente durante muchos años.
Pasa por mi mente ahora la gran cantidad de personas por mi
conocidas que fueron enviadas a prisión por "traficar" con dólares.
Claro, eso fue cuando usted estaba respaldado por la mayor potencia comunista del planeta porque, tan pronto como cayó el bloque soviético, usted "despenalizó" la tenencia de "divisa extranjera" e incluso estimuló su circulación como única forma de continuar acarreando moneda fuerte a sus cuantiosas cuentas bancarias.
Más recientemente usted ordenó personalmente el derribo de dos
avionetas civiles en pleno vuelo sin importarle en lo más mínimo las vidas que allí usted truncó.
También el remolcador "13 de Marzo"-por causa de su decisión
personal confesa- se convirtió en un inmenso ataúd donde niños, mujeres y ancianos encontraron la muerte.
Yo, después de veinticinco años sin poder ver a mis familiares más
allegados por su causa, pude llegar a éstas tierras para encontrar
que mi madre y mi padre eran ancianos y mis hermanos casi no se
acordaban de mi.
Aun fuera de Cuba tuve que soportar sus imposiciones cuando el
hermano de mi esposa -que también fuera mi mejor amigo- falleció en un
trágico accidente. Solicité la documentación necesaria para que ella pudiera ir a Cuba a darle el último adiós a su único hermano, pero pese a todas las peticiones que hice a los funcionarios de la misión cubana en Washington subrayando el carácter humanitario del caso, la autorización de entrada al país le fue otorgada cinco meses después del sepelio. Dios quiera que cuando usted muera su hermano lo pueda acompañar prontamente.
Es por todo lo anterior que me llama poderosamente la atención su
protesta ante la determinación del presidente de Los Estados Unidos
de América de reducir los viajes a Cuba; usted, que nunca tuvo respeto por la vida humana, que nunca vaciló en arrancarle la vida a miles de personas, usted que ha convertido la patria de todos en patrimonio personal suyo; ¿por qué protesta?.
Si tanto quiere a su país, demuéstrelo: ¡Váyase de Cuba!.
Si usted se va no será necesario regular viajes ni envíos de dinero, porque el cubano podrá trabajar y con el fruto de su esfuerzo convertirá una Cuba mendiga en una Cuba próspera.
Si al final usted decide irse, por favor encuentre la puerta de
salida no sea que le pase como el 26 de Julio de 1953 que se perdió y no encontró la entrada al cuartel Moncada, allá en Santiago de Cuba.
Esta vez busque la salida adecuada; esa que dice: Bienvenido al Basurero de la Historia.
No tiene pérdida.
Patria y Libertad!
Miguel A. Domínguez
Un niño cubano que se hizo viejo esperando ver a su patria libre de usted.