Hoy quiero contarles la historia de una paradoja, que nació en Sagua la Grande el 19 de enero de 1904 y cuyo nombre fue Antonio Machín. Este bolerista excepcional, de voz prácticamente desconocida en Cuba, es « de lejos » el músico cubano más famoso en España, hasta la aparición de ese Compay Segundo.
Machín era el típico producto de la unión de un gallego con una mulata, ambos pobres. Por ello y, como muchos músicos de las primeras décadas del XX, marcha a La Habana, donde se gana la vida como peón de albañil, mientras canta a dúo con un viejo trovador y espera su oportunidad, que le llega en 1926: don Azpiazu lo escucha casualmente en un programa de radio, se fascina con su voz y decide contratarlo. De un día para otro, pasa de la albañilería y el anonimato a ser el primer artista no blanco que actúa en el Casino Nacional, acaso el mejor cabaret de la época. A partir de ese momento, se le reconoce como una de las mejores voces de la música cubana. Machín no se duerme en los laureles. Simultáneamente a su trabajo con Azpiazu, forma un pequeño grupo para hacer grabaciones para la Brunswick en La Habana.
Permanece con esa gran orquesta hasta 1931 y durante ese período viaja en dos ocaciones a New York, donde deja sus credenciales con una famosa interpretación de El manisero (Moisés Simons).
Sin embargo, como me señala Cristóbal Díaz Ayala, Antonio Machín era inteligente y ambicioso. Inmediatamente que llega a New York, se las arregla para organizar su propio cuarteto y realizar grabaciones, en muchos casos con otras orquestas. En total, durante cinco fructíferos años logra grabar 150 piezas.
En 1935, cruza el charco y llega a Londres, donde también triunfa. Después, realiza varias giras por el continente, que incluyen Alemania, Dinamarca, Francia, Holanda, Italia, Noruega, Rumanía y Suecia. Su base es París, donde está triunfando cuando lo sorprende la Segunda Guerra Mundial. Ante el imparable avance de las tropas de Tercer Reich, decide no correr riesgos (como mulato, tenía que ser muy sensible a toda la monserga nazi acerca de las razas inferiores) y marcha a España. Este incansable viajero que parecía buscar afanoso su destino, lo encuentra en la península, aunque no de forma espectacular. La Guerra Civil está recién terminada y el horno no está para roscas o para boleros.
Y aquí comienza su deslumbrante paradoja: Machín, que había triunfado en Cuba, decidió viajar a New York, donde se abrió un espacio; pero decidió viajara a París, donde se le reconoce; pero tiene que partir y decide radicar en Madrid, donde tal vez vivió la época más dura de su vida profesional, también la más esplendorosa, y donde permanece hasta su muerte.
Gracias a su tenacidad, logra no sólo sobrevivir, sino también triunfar. Y ya durante la década de los 50 es el más conocido representante de la música cubana en España
JOAQUíN ORDOQUI GARCíA,
Tomado de la Revista Encuentro.
22 de enero de 2001