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De: matilda  (Mensaje original) Enviado: 22/02/2005 16:32
La Jornada
Lunes 21 de febrero de 2005

Camilo Mejía*
Recuperar mi humanidad

Fui enviado a Irak en abril de 2003 y en octubre regresé a Estados
Unidos con licencia por dos semanas. Retornar a casa me dio la
oportunidad de poner mis pensamientos en orden y escuchar lo que mi
conciencia me decía. La gente me preguntaba por mis experiencias de
la guerra y al responder volvía a vivir todos los horrores: los
tiroteos, las emboscadas, la vez que vi cómo arrastraban por los
hombros a un joven iraquí sobre un charco de su propia sangre o
cuando el fuego de nuestras ametralladoras le arrancó la cabeza a un
inocente. La vez que presencié el derrumbe emocional de un soldado
porque había matado a un niño, o cuando un anciano cayó de rodillas y
gritaba levantando los brazos al cielo, como preguntando a Dios por
qué nos habíamos llevado el cuerpo sin vida de su hijo.

Pensé en el sufrimiento de un pueblo cuya patria estaba en ruinas y
encima era sometido a nuevas humillaciones por los allanamientos, las
patrullas y los toques de queda de un ejército de ocupación.

Y caí en cuenta de que ninguna de las razones que nos dieron para
estar en Irak era cierta. No había armas de destrucción masiva. No
había vínculo entre Saddam Hussein y Al Qaeda. No ayudábamos al
pueblo iraquí y ese pueblo no nos quiere tener allá. No prevenimos el
terrorismo ni hacemos más seguro a nuestro país. No pude encontrar
una sola razón para haber estado allá, disparando contra personas y
siendo blanco de disparos.

Venir a casa me dio claridad para ver la línea entre el deber militar
y la obligación moral. Me di cuenta de que formaba parte de una
guerra que me parecía inmoral y criminal, una guerra de agresión, una
guerra de dominación imperial. Me di cuenta de que actuar según mis
principios resultaba incompatible con mi función en el ejército, y
concluí que no podía volver a Irak.

Al deponer mi arma escogí reafirmarme como ser humano. No he
desertado del ejército ni he sido desleal a los hombres y mujeres del
ejército. No he sido desleal a una patria. Solamente he sido leal a
mis principios.

Cuando me entregué, con todos mis temores y dudas, no lo hice
únicamente por mí. Lo hice por el pueblo de Irak, incluso por los
iraquíes que me dispararon: ellos sólo estaban del otro lado de un
campo de batalla en el que la guerra misma es el único enemigo. Lo
hice por los niños de Irak, que son víctimas de las minas y del
uranio empobrecido. Lo hice por los millares de civiles desconocidos
que han muerto en la guerra. El tiempo que dure en prisión es un
precio pequeño comparado con el que iraquíes y estadunidenses han
pagado con su vida. Un precio pequeño comparado con el que la
humanidad ha pagado por la guerra.

Muchos me han llamado cobarde, otros me dicen héroe. Creo que se me
puede encontrar en algún punto medio. A quienes me han dicho héroe
les digo que no creo en los héroes, pero sí creo que personas
ordinarias pueden hacer cosas extraordinarias.

A quienes me llaman cobarde les digo que se equivocan y que, sin
saberlo, también tienen razón. Se equivocan en creer que dejé la
guerra por miedo de que me mataran. Reconozco que había miedo, pero
también estaba el temor de matar inocentes, de colocarme en posición
de tener que matar para sobrevivir, de perder mi alma en el proceso
de salvar mi cuerpo, de perderme para mi hija, para la gente que me
ama, para el hombre que antes fui, el hombre que quiero ser. Tenía
miedo de despertar una mañana y darme cuenta de que mi humanidad me
había abandonado.

Digo sin ningún orgullo que desempeñé mi cometido como soldado. Mandé
un batallón de infantería en combate y nunca dejamos de cumplir
nuestra misión. Pero quienes me llaman cobarde, sin saberlo, también
tienen razón. Fui cobarde no por dejar la guerra, sino por haber sido
parte de ella en un principio. Oponerme a la guerra y resistirla era
mi deber moral, un deber que me llamaba a realizar una acción basada
en principios. En vez de mi deber moral como ser humano opté por
cumplir mi deber de soldado. Todo porque tuve miedo. Estaba aterrado:
no quería enfrentar al gobierno y al ejército, temía el castigo y la
humillación. Fui a la guerra porque en ese momento era un cobarde, y
por eso pido perdón a mis soldados, por no ser líder en lo que debí
serlo.

También pido perdón al pueblo iraquí. A él le digo que lamento los
toques de queda, los allanamientos, las matanzas. Ojalá encuentren en
sus corazones ese perdón para mí.

Una de las razones por las que no me opuse a la guerra en un
principio fue porque tenía miedo de perder mi libertad. Hoy, sentado
tras barrotes, me doy cuenta de que existen distintos tipos de
libertad, y que pese a mi confinamiento sigo libre en muchas formas
importantes. ¿De qué sirve la libertad si tenemos miedo de seguir los
dictados de nuestra conciencia? ¿De qué sirve si no somos capaces de
vivir con nuestros actos? Estoy confinado a una prisión, pero me
siento más conectado que nunca con toda la humanidad. Detrás de estos
barrotes soy un hombre libre porque escuché a un poder superior, la
voz de mi conciencia.

Mientras estaba confinado en aislamiento total, me encontré un poema
de un hombre que rechazó y se resistió al gobierno de la Alemania
nazi. Por ello fue ejecutado. Se llamaba Alfred Hanshofer y escribió
este poema mientras aguardaba la ejecución.

Culpa

La carga de mi culpa ante la ley
es ligera sobre mis hombros; conspirar
era mi deber para con el pueblo:
de no ser así habría sido un criminal.
 
Soy culpable, pero no en la forma que creen.
Debí haber cumplido mi deber antes, hice mal;
debí llamar al mal por su nombre,
vacilé demasiado tiempo en condenarlo.
 
Ahora me acuso con el corazón:
he traicionado mi conciencia demasiado tiempo,
me engañé a mí mismo y a mi prójimo.
 
Desde el principio supe el camino que seguía el mal,
¡mi advertencia no fue lo bastante fuerte y clara!
Hoy sé de qué fui culpable...

A quienes aún están callados, a quienes persisten en traicionar su
conciencia, a quienes no llaman con claridad al mal por su nombre, a
quienes no hacemos aún lo suficiente para rechazar y resistir, les
digo "den un paso al frente", les digo "liberen su mente". Liberemos
colectivamente nuestra mente, ablandemos nuestro corazón, confortemos
a los heridos, depongamos las armas, y reafirmémonos como seres
humanos poniendo fin a la guerra.

*Hijo del legendario compositor sandinista nicaragüense Carlos Mejía
Godoy (ver entrevista en Masiosare: Camilo Mejía: "Teníamos orden de
torturar a los prisioneros"), pasó más de siete años en el ejército y
ocho meses combatiendo en Irak. Durante una licencia militar solicitó
estatus de objetor de conciencia y fue declarado prisionero de
conciencia por Amnistía Internacional. El ejército estadunidense lo
condenó a prisión por negarse a regresar a la guerra en Irak. El
pasado 15 de febrero fue puesto en libertad.


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