Introducción Conforme se van deteriorando los calendarios del Poder y las grandes corporaciones de los medios de comunicación titubean entre los ridículos y las tragedias que protagoniza y promueve la clase política mundial, abajo, en el gran y extendido basamento de la tambaleante Torre de Babel moderna, los movimientos no cesan y, aunque aún balbuceantes, empiezan a recuperar la palabra y su capacidad de espejo y cristal. Mientras arriba se decreta la política del desencuentro, en el sótano del mundo los otros se encuentran a sí mismos y al otro que, siendo diferente, es otro abajo.
Como parte de esta reconstrucción de la palabra espejo y cristal, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional retomó diálogos con movimientos y organizaciones sociales y políticas en el mundo. Inicialmente, con hermanos y hermanas de México, Italia, Francia, Alemania, Suiza, el Estado Español, Argentina y la Unión Americana, se trata de ir construyendo una Agenda común de discusión.
No se pretende establecer acuerdos políticos y programáticos, ni de intentar una nueva versión de la Internacional. Tampoco se trata de unificar conceptos teóricos o uniformar concepciones, sino de encontrar y/o construir puntos comunes de discusión. Algo así como construir imágenes teóricas y prácticas que son vistas y vividas desde lugares distintos.
Como parte de este esfuerzo de encuentro, el EZLN presenta ahora estos 7 pensamientos. El 'anclarlos' en un horizonte espacial y temporal significa, por parte nuestra, un reconocimiento de nuestras limitaciones teóricas, prácticas y, sobre todo, de visión universal. Este es nuestro primer aporte a la construcción de una Agenda mundial de discusión.
Agradecemos a la revista mexicana Rebeldía el que nos haya abierto sus páginas para estos pensamientos. Igualmente agradecemos a las publicaciones que en Italia, Francia, el Estado Español, la Unión Americana y América Latina hacen lo mismo. I. Teoría El lugar de la teoría (y del análisis teórico) en los movimientos políticos y sociales suele obviarse. Sin embargo, todo lo evidente suele esconder un problema, en este caso: el de los efectos de una teoría en una práctica y el 'rebote' teórico de ésta última. Y no sólo, el problema de la teoría es también el problema de quién produce esa teoría.
No empato la noción de 'teórico' o 'analista teórico' con la de 'intelectual'. Esta última es más amplia. El teórico es un intelectual, pero el intelectual no siempre es un teórico.
El intelectual (y, por ende, el teórico) siente que tiene el derecho de opinar sobre los movimientos. No es su derecho, es su deber. Algunos intelectuales van más allá y se convierten en los nuevos 'comisarios políticos' del pensamiento y de la acción, reparten títulos de 'bueno' y 'malo'. Su 'juicio' tiene que ver con el lugar en el que están y con el lugar en el que aspiran a estar. Nosotros pensamos que un movimiento no debe 'devolver' los juicios que recibe, y catalogar a los intelectuales como 'buenos' o 'malos', según cómo califican al movimiento. El anti-intelectualismo no es más que una apología propia incomprendida, y, como tal, define a un movimiento como 'púber'.
Nosotros creemos que la palabra deja huella, las huellas marcan rumbos, los rumbos implican definiciones y compromisos. Quienes comprometen su palabra a favor o en contra de un movimiento, no sólo tienen el deber de hablarla, también el de 'agudizarla' pensando en sus objetivos. '¿Para qué?' y '¿Contra qué?' son preguntas que deben acompañar a la palabra. No para acallarla o bajar su volumen, sino para completarla y hacerla efectiva, es decir, para que se escuche lo que habla por quien debe escucharla.
Producir teoría desde un movimiento social o político no es lo mismo que hacerlo desde la academia. Y no digo 'academia' en sentido de asepsia u 'objetividad' científica (inexistentes); sino sólo para señalar el lugar de un espacio de reflexión y producción intelectual 'fuera' de un movimiento. Y 'fuera' no quiere decir que no haya 'simpatías' o 'antipatías', sino que esa producción intelectual no se da desde el movimiento sino sobre él. Así, el analista académico valora y juzga bondades y maldades, aciertos y errores de movimientos pasados y presentes, y, además, arriesga profecías sobre rutas y destinos.
A veces ocurre que algunos de los analistas de academia aspiran a dirigir un movimiento, es decir, a que el movimiento siga sus directrices. Ahí, el reproche fundamental del académico, es que el movimiento no lo 'obedezca', así que todos los 'errores' del movimiento se deben, básicamente, a que no ven con claridad lo que para el académico es evidente. Desmemoria y deshonestidad suelen campear (no siempre, es cierto) en estos analistas de escritorio. Un día dicen una cosa y predicen algo, al otro día ocurre lo contrario, pero el analista ha perdido la memoria y vuelve a teorizar haciendo caso omiso de lo que dijo antes. No sólo, además es deshonesto porque no se toma la molestia de respetar a sus lectores o escuchas. Nunca dirá 'ayer dije esto y no ocurrió u ocurrió lo contrario, me equivoqué'. Enganchado en el 'hoy' de los medios, el teórico de escritorio aprovecha para 'olvidar'. En la teoría, este académico produce el equivalente a la comida chatarra del intelecto, es decir, no alimenta, sólo entretiene.
Otras veces, algún movimiento suple su espontaneismo con el padrinazgo teórico de la academia. La solución suele ser más perjudicial que la carencia. Si la academia se equivoca, 'olvida'; si el movimiento se equivoca, fracasa. En ocasiones, la dirección de un movimiento busca una 'coartada teórica', es decir, algo que avale y dé coherencia a su práctica, y acude a la academia para surtirse de ella. En estos casos la teoría no es más que una apología acrítica y con algo de retórica.
Nosotros creemos que un movimiento debe producir su propia reflexión teórica (ojo: no su apología). En ella puede incorporar lo que es imposible en un teórico de escritorio, a saber, la práctica transformadora de ese movimiento. Nosotros preferimos escuchar y discutir con quienes analizan y reflexionan teóricamente en y con movimientos u organizaciones, y no fuera de ellos o, lo que es peor, a costa de esos movimientos. Sin embargo, nos esforzamos por escuchar todas las voces, prestando atención no en quién las habla sino desde dónde se habla.
En nuestras reflexiones teóricas hablamos de lo que nosotros vemos como tendencias, no hechos consumados ni inevitables. Tendencias que no sólo no se han convertido en homogéneas y hegemónicas (aún), sino que pueden (y deben) ser revertidas.
Nuestra reflexión teórica como zapatistas no suele ser sobre nosotros mismos, sino sobre la realidad en la que nos movemos. Y es, además, de carácter aproximado y limitado en el tiempo, en el espacio, en los conceptos y en la estructura de esos conceptos. Por eso rechazamos las pretensiones de universalidad y eternidad en lo que decimos y hacemos.
Las respuestas a las preguntas sobre el zapatismo no están en nuestras reflexiones y análisis teóricos, sino en nuestra práctica. Y, en nuestro caso, la práctica tiene una fuerte carga moral, ética. Es decir, intentamos (no siempre con fortuna, es cierto) una acción no sólo de acuerdo a un análisis teórico, sino también, y sobre todo, de acuerdo a lo que consideramos es nuestro deber. Tratamos de ser consecuentes, siempre. Tal vez por eso no somos pragmáticos (otra forma de decir 'una práctica sin teoría y sin principios').
Las vanguardias sienten el deber de dirigir algo o a alguien (y en este sentido guardan muchas similitudes con los teóricos de academia). Las vanguardias se proponen conducir y trabajan para ello. Algunas hasta están dispuestas a pagar los costos de los errores y desviaciones de su quehacer político. La academia no.
Nosotros sentimos que nuestro deber es iniciar, seguir, acompañar, encontrar y abrir espacios para algo y para alguien, nosotros incluidos.
Un recorrido, así sea meramente enunciativo, de las distintas resistencias en una nación o en el planeta no es sólo un inventario, ahí se adivinan, más que presentes, futuros.
Quienes son parte de ese recorrido y de quien hace el inventario, pueden descubrir cosas que quienes suman y restan en los escritorios de las ciencias sociales no alcanzan a ver, a saber, que importan, sí, el caminante y su paso, pero sobre todo importa el camino, el rumbo, la tendencia. Al señalar y analizar, al discutir y polemizar, no sólo lo hacemos para saber qué ocurre y entenderlo, sino también, y sobre todo, para tratar de transformarlo.
La reflexión teórica sobre la teoría se llama 'Metateoría'. La Metateoría de los zapatistas es nuestra práctica. II. El Estado Nacional y la polis En el agónico calendario de los Estados Nacionales, la clase política era quien tenía el Poder de decisión. Un Poder que sí tomaba en cuenta al poder económico, al ideológico, al social, pero mantenía una autonomía relativa respecto a ellos. Esa autonomía relativa le daba la capacidad de 'ver más allá' y conducir a las sociedades nacionales hacia ese futuro. En ese futuro, el poder económico no sólo seguía siendo poder, sino que era más poderoso.
En el arte de la política, el artista de la polis, el gobernante, era entonces un especializado conductor, conocedor de las ciencias y las artes humanas, incluida la militar. La sabiduría de gobernar consistía en el manejo adecuado de los distintos recursos de conducción del Estado. La mayor o menor recurrencia a uno o a varios de esos recursos, definía el estilo de gobierno. Balance de administración, política y represión, una democracia avanzada. Mucha política, poca administración y represión encubierta, una régimen populista. Mucha represión y nada de política y administración, una dictadura militar.
En ese entonces, en la división internacional del trabajo, a los países con capitalismo desarrollado le correspondían hombres (o mujeres) de Estado como gobernantes; a los países con capitalismo deforme, les tocaban gobiernos de gorilas. Las dictaduras militares representaban el verdadero rostro de la modernidad: un rostro animal, sediento de sangre. Las democracias no sólo eran una máscara que escondía esa esencia brutal, también preparaban a las Naciones para una nueva etapa donde el dinero encontrara mejores condiciones de crecimiento.
La globalización, es decir, la mundialización del mundo, no sólo está marcada por la revolución tecnológica digital. La siempre presente voluntad internacionalista del Dinero encontró medios y condiciones para destruir las trabas que le impedían cumplir con su vocación: conquistar con su lógica todo el planeta. Unas de esas trabas, las fronteras y los Estados Nacionales, sufrieron y sufren una guerra mundial (la IV). Los Estados Nacionales se enfrentan a esta guerra careciendo de recursos económicos, políticos, militares, ideológicos y, como lo demuestran las guerras recientes y los tratados de libre comercio, de defensas jurídicas.
La historia no terminó con la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del campo socialista. El Nuevo Orden Mundial sigue siendo un objetivo en el orden de batalla del dinero, pero en el campo yace ya, agonizando y esperando la llegada de auxilio, el Estado Nacional.
Llamamos 'sociedad del Poder' al colectivo de dirección que ha desplazado a la clase política de la toma de decisiones fundamentales. Se trata de un grupo que no sólo detenta el poder económico y no sólo en una nación. Más que aglutinada orgánicamente (según el modelo de 'sociedad anónima), la 'sociedad del Poder' se conforma por compartir objetivos y métodos comunes. Aún en proceso de formación y consolidación, la 'sociedad del Poder' trata de llenar el vacío dejado por los Estados Nacionales y sus clases políticas. La 'sociedad del Poder' controla organismos financieros (y, por ende, países enteros), medios de comunicación, corporaciones industriales y comerciales, centros educativos, ejércitos y policías públicos y privados. La 'sociedad del Poder' desea un Estado Mundial con un gobierno Supranacional, pero no trabaja en su construcción.
La globalización ha significado una experiencia traumática para la humanidad, sí, pero sobre todo para la sociedad del Poder. Agobiada por el esfuerzo de pasar, sin mediación alguna, de los barrios o comunidades a la Hiper-Polis, de lo local a lo global, y mientras se construye el gobierno Supranacional, la sociedad del Poder se refugia de nuevo en un Estado Nacional que desfallece. El Estado Nacional de la sociedad del Poder sólo aparenta un vigor que mucho tiene de esquizofrenia. Un holograma, eso es el Estado Nación en las metrópolis.
Mantenido por décadas como el referente de estabilidad, el Estado Nacional tiende a dejar de existir, pero su holograma permanece alimentado por los dogmas que luchan por llenar el vacío no sólo producido por la globalización, también remarcado por ella. La mundialización del mundo en tiempo y espacio es, para el Poder, algo que no acaba de ser digerido. Los 'otros' ya no están en 'otra' parte, sino en todas partes y a todas horas. Y para el Poder el 'otro' es una amenaza. ¿Cómo enfrentar esa amenaza? Levantando el holograma de la Nación y denunciando al 'otro' como agresor. ¿No fue uno de los argumentos del señor Bush para las guerras en Afganistán e Irak que ambos amenazaban a la 'nación' norteamericana? Pero, fuera de la 'realidad' creada por CNN, las banderas que ondean en Kabul y Bagdad no son las de las barras y las estrellas, sino las de las grandes corporaciones multinacionales.
En el holograma del Estado Nación, la falacia por excelencia de la modernidad, c'est a dire, 'la libertad individual' se haya prisionera en una cárcel que no por global es menos opresiva. El individuo se desdibuja de tal forma que ni la imagen de los 'héroes' de antaño puede ofrecerle la mínima esperanza de sobresalir. El 'self made man' no existe más, y, puesto que es impensable hablar de 'self made coporation', la expectativa social se halla a la deriva. ¿Cuál es la esperanza? ¿Volver a la disputa por la calle, el barrio? Tampoco, la fragmentación ha sido tan despiadada y descontrolada que ni siquiera esas unidades mínimas de identidad se mantienen estables. ¿La familia-casa? ¿Dónde y cómo? Si la televisión entró como reina por la puerta principal, el internet entró como golpista por la hendidura del espacio cibernético. En días pasados, casi cada casa del planeta fue invadida por las tropas británicas y norteamericanas que ocuparon Irak.
El Estado Nación que se abroga ahora el título de 'la mano divina de Dios' (los Estados Unidos de América), existe sólo en la televisión, en la radio, en algunos periódicos y revistas…, y en los cines. En la fábrica de sueños de los grandes consorcios mediáticos, los presidentes son inteli-gentes y simpáticos, la justicia siempre triunfa; la comunidad derrota al tirano, la rebeldía es respuesta pronta y efectiva frente a la arbitrariedad, y el 'y vivieron muy felices' sigue siendo el final prometido a la sociedad nacional. Pero en la realidad, las cosas son todo lo contrario.
¿Dónde están los héroes de la invasión a Afganistán? ¿Dónde los de la ocupación de Irak? Quiero decir, el 11 de septiembre del 2001 tuvo sus héroes, los bomberos y habitantes de la ciudad de Nueva York trabajando por rescatar a las víctimas del delirio mesiánico. Pero estos héroes reales no le sirven al Poder, por eso fueron rápidamente olvidados. Para el Poder el 'héroe' es el que conquista (es decir, destruye), no el que salva (es decir, construye). La imagen del bombero cubierto de ceniza, trabajando entre los escombros de las torres gemelas en Nueva York, fue sustituida por la del tanque de guerra jalando la estatua de Hussein en Bagdad.
La polis moderna (uso el término 'polis' en lugar del de 'ciudad' para remarcar que me refiero a un espacio urbano de relaciones económicas, ideológicas, culturales, religiosas y políticas) sólo tiene de la clásica (Platón), la imagen superficial y frívola de las ovejas (el pueblo) y el pastor (el gobernante).
Pero la modernidad trastocó por completo la imagen platónica. Ahora se trata de un complejo industrial: algunas ovejas se trasquilan y otras se sacrifican para obtener alimento, las 'enfermas' son aisladas, eliminadas y 'quemadas' para que no contaminen al resto.
El neoliberalismo se presentó como la administración eficaz de esa mezcla de matadero-corral que es la polis, pero señalando que la eficacia sólo era posible rompiendo las fronteras de la polis y extendiéndolas (es decir, invadiendo) a todo el planeta: la Hiper-Polis.
Pero resulta que el 'administrador' (el gobernante-pastor) ha enloquecido y ha decidido sacrificar todas las ovejas, aunque el dueño no pueda comer todas… y aunque no queden ovejas para trasquilar, ni para sacrificar mañana. El viejo político, el de antaño (y no me refiero al de 'antes de Cristo', sino al de finales del siglo XX), se especializaba en mantener las condiciones para el crecimiento del rebaño y que hubiera ovejas para una y otra cosa, y, además, de que las ovejas no se rebelaran.
El neo-político no es ya más un pastor 'culto', es un lobo bobalicón e ignorante (que ni siquiera se esconde tras una piel de oveja) que se conforma con comerse la parte del rebaño que le cedan, pero ha abandonado sus tareas fundamentales. El rebaño no tardará en desaparecer… o en rebelarse.
¿Se podría pensar que de lo que se trata no es de 'humanizar' el corral-fabrica-matadero de la polis moderna, sino de destruir esa lógica, arrancarse la piel de oveja y, sin ovejas, descubrir que el 'pastor-carnicero-trasquilador' no sólo es inútil, sino que estorba?
La lógica de los Estados Nacionales era (a grandes rasgos): una polis-ciudad aglutina un territorio (y no al revés), una provincia aglutina una serie de polis, una nación aglutina una serie de provincias. Ergo, la polis-ciudad era la célula básica de la Nación Estado y la Polis-Capital imponía su lógica al resto de las polis.
Había entonces una especie de causa común, uno o varios elementos que aglutinaban a esa Polis dentro de sí misma, así como había elementos que aglutinaban al Estado Nación (territorio, lengua, moneda, sistema jurídico-político, cultura, historia, etcétera). Estos elementos han sido erosionados y dinamitados (muchas veces no en sentido figurado) por la globalización.
Pero, ¿qué con la polis en el desgaste actual (casi hasta la desaparición) del Estado Nacional? Y, ¿qué fue primero?, ¿la Polis o el Estado Nacional?, ¿el desgaste de la una o del otro? No importa, cuando menos no para lo que ahora digo. Si la fragmentación (y, por ende, la tendencial desaparición) del Estado Nacional se debe a la fragmentación de la polis o viceversa, no es el tema del que hablo.
Como en el Estado Nacional, en la Polis se ha extraviado lo que la aglutinaba. Cada Polis no es más que una fragmentación desordenada y caótica, una superposición de polis que no sólo son diferentes entre sí, sino, no pocas veces, contrarias.
El Poder del Dinero exige un espacio especial que no sólo le sea espejo de su grandeza y bienestar, sino que, además, lo proteja de las 'otras' polis (las de los 'otros') que están a su alrededor y la 'amenazan'. Estas 'otras' polis no son semejantes a las comunidades bárbaras de antaño. La Polis del Dinero trata de incorporarlas a su lógica y necesita de ellas, pero, al mismo tiempo, les teme.
Donde antes había un Estado Nacional (o disputando aún el espacio con él) hay ahora una desordenada acumulación de Polis. Las Polis del Dinero que hay en el mundo son las 'casas' de la 'sociedad del Poder'. Sin embargo, donde antes había un sistema jurídico e institucional que regulaba la vida interna de los Estados Nacionales y la relación entre ellos (estructura jurídica internacional), ahora no hay nada.
El sistema jurídico internacional es obsoleto, y su lugar está siendo ocupado por el sistema 'jurídico' espontáneo del Capital: la competencia brutal y despiadada con cualquier medio, entre ellos, la guerra.
¿Qué son los programas de seguridad pública de las ciuda-des sino la protección de los que tienen todo frente a los que nada tienen? 'Mutatis mutandi', los programas de seguridad nacional ya no son nacionales frente a otras naciones, sino contra todo y en todas partes. La imagen de la ciudad rodeada (y amenazada) por cinturones de miseria y la imagen de la nación hostigada por otros países, se han empezado a transformar. La pobreza y la inconformidad (esas 'otras' que no tienen el buen gusto de desaparecer) ya no están en la periferia, sino que se puede ver casi en cualquier parte de las urbes… y de los países.
Lo que señalo es que el 'reordenamiento', que se practica en los gobiernos de las polis, de esos fragmentos, como ensayo o 'entrenamiento' para el reordenamiento nacional, es inútil. Porque de lo que se trata, más que de reordenar, es de aislar los fragmentos 'nocivos' y atenuar el impacto que puedan tener sus reclamos, luchas y resistencias en la polis del dinero.
Quien gobierna la ciudad, sólo administra el proceso de fragmentación de la polis, en espera de pasar a administrar el proceso de fragmentación nacional.
La privatización del espacio en las ciudades no es más que el temor violando sus propias disposiciones. La polis se ha convertido en un espacio anárquico de islas. La 'convivencia' entre los pocos es posible por el temor común que tienen al 'otro'. ¡Vivan las calles privadas! Seguirán las colonias privadas, las ciudades, las provincias, las naciones, el mundo… todo privatizado, es decir, aislado y protegido del 'otro'. Pero el vecino pudiente no tardará también en ser un 'otro'.
Lo que no hizo la guerra nuclear, pueden hacerlo las corporaciones. Destruir todo, incluso lo que les da riqueza.
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